martes, 22 de marzo de 2011

Después de Fukushima

No sé ahora mismo quién dijo aquello de que la vida es algo que sucede cuando tienes otros planes, pero qué razón tenía. Hoy tendrán ustedes que soportar mi vena filosófica; y les advierto que en este momento mis reflexiones se aproximan más a los planteamientos de Jean Paul Sartre que a los de Leibniz, fenómeno que  viene a aparecer generalmente a principios de semana, coincidiendo con la percepción de acontecimientos o convicciones que no formaban parte de mis planes (ni de los de nadie más, creo). Hoy me gustaría tener vibraciones positivas y pensar que realmente las cosas irán bien a pesar de los contratiempos y los infortunios, pero no hay tal. El escepticismo me embarga al leer las noticias que tenemos en cualquier informativo y reconozco que me asaltan importantes dudas, no se si tan metódicas como las de Descartes, pero incertidumbres al fin.
     Parecía que la crisis económica, ese lento tren de mercancías cargado de penas y contrariedades en el que nos hemos acomodado durante los últimos años, llegaba trabajosamente al último tramo del manido túnel por el que los Zapateros al uso gustan de divisar una luz final en sus comparecencias públicas. La tozudez de las cifras macroeconómicas parecían atisbar, en efecto, un pronóstico menos sombrío para los años venideros. Pero la madre Naturaleza no entiende de estos constructos humanos, y sigue impertérrita sus ciclos impredecibles. El terremoto de Japón y posterior tsunami, además de ser uno de los más intensos de los últimos siglos, ha traído consigo un peligro adicional en el que la ciencia había reparado más bien poco: la amenaza patente de un desastre nuclear, hasta ahora solo contemplado en la producción literaria o cinematográfica de ciencia-ficción. Nada será igual después de Fukushima, aunque los afanados nipones consigan atajar al fin las emisiones radiactivas. El futuro mundial de la energía nuclear, ya cuestionada sin accidentes, entrará más pronto que tarde en un periodo de reconversión que va a requerir también modificar políticas energéticas y estructuras productivas, con sus correspondientes convulsiones en la debilitada economía. Y para poner la guinda a este árido panorama, una nueva confrontación bélica, donde está implicado el principal sátrapa trastornado del mundo. No se podía haber elegido mejor. Creo que existe un riesgo cierto de que Gadafi lleve a cabo algo más que amenazas terroristas fuera de suelo libio, contra aquellos territorios cuyos efectivos participan en esta “exclusión aérea”,  eufemismo que queda bien para atemperar la connotación negativa de la palabra guerra, que nadie quiere usar. Y de esta clase de terrorismo ya tenemos experiencia.  ¿A dónde vamos? ¿Cómo no va uno a pensar que somos unos arrojados a un mundo incontrolable, con una existencia postiza que nos ha sido impuesta? En fin, a ver si llega pronto el viernes y con otro ánimo nos es dado rebatir las creencias de Heidegger.

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