martes, 5 de abril de 2011

La Plaza Mayor de Cáceres

La apertura de la nueva Plaza Mayor de Cáceres, después de más de un año oculta tras unas vallas con lonas negras, coincidía estos días pasados  con la muerte del “Nano”, conjunción de hechos delatores del cambio de las épocas, que a veces se perciben a saltos y no en un continuo asumido sin darnos cuenta. Con el “Nano” se ha marchado el protagonismo  entrañable de alguien querido por todos, exponente de sentimientos colectivos de aquel menudo “todo Cáceres”, entonces manejable. Y la retirada del envoltorio negro de la Plaza ha obrado una sensación de admiración contenida, como si hubiéramos presenciado uno de esos megatrucos de magia de David Copperfield. 
     La remodelada Plaza Mayor (la Plaza, por antonomasia) volvía a ser estos días el hormiguero amplio, almacén de acontecimientos estacionales hacia el que serpentean los habitantes de Cáceres, siempre ávidos de masa: procesiones, quemas de dragones, conciertos multitudinarios, recibimientos de equipos triunfantes o aclamación de caudillos y monarcas. La gente  tenía ganas de Plaza, como si se les hubiera hurtado prolongadamente un privilegio ancestral que se traducía en una incómoda claustrofobia vagando por las calles con ansias de amplitud. La gente deambulaba por el centro de la Plaza, empapándose de desahogo. Y nos hemos vuelto a sentar algunos, como treinta años antes, en las escalinatas del Arco de la Estrella, observatorio privilegiado del deambular colectivo. Con esta nueva imagen, la ciudad recupera por momentos esa centralidad urbana perdida tras la eclosión pujante de las barriadas, que difuminó los ambientes con una patente pérdida de identidad. La Plaza vuelve a ser tarjeta de visita para el turista, mirador extraordinario de esas viejas torres que vieron torneos medievales, paradas militares y corridas de toros, y que presagian todavía sensaciones inmortales antes de acceder a la Parte Antigua. La Plaza Mayor de hoy es el  final de una colección de postales atesorada durante más de un siglo, desde aquellas color sepia con burros y aguadores; con bandeja o sin bandeja, con árboles o sin ellos, aparcamiento general o espacio de coches proscritos.
   La Plaza Mayor va a recuperar ese protagonismo neurálgico al que Cáceres dio la espalda con otras zonas de “movida”, no me cabe duda. Y si hay cosas que no nos gustan, nos acostumbraremos. No hacen falta botellones para reunirse. Las nuevas o remodeladas cafeterías, taperías y terrazas concentrarán de nuevo aquel  bullicio nostálgico de otros establecimientos fenecidos. Ya no podremos ir al “Manso”, que tenía una camilla con brasero de picón, donde uno se apalancaba con el pitarra las mañanas de invierno. Pero volveremos a quedar en los portales. Yo lo voy a hacer.

1 comentario :

  1. Las plazas de villas y ciudades siempre han sido el centro neuralgico de cualquier población, eran su corazon donde se intercambiaban experiencias y mercancias, angustias y alegrias, eran la estampa de los pueblos, no las perdamos.

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