martes, 10 de mayo de 2011

Fernando García Morales

   En cierta ocasión leí en esos suplementos de fin de semana de la prensa diaria (pensados para que el lector repose un poco de la maldita recurrencia, como ocurre ahora con Bin Laden o Biltu) que una investigación en EE.UU. había llegado a la conclusión de que los genes dan forma al ambiente social, lo cual afectaba a su vez a la conducta humana. Mahoma lo dijo mucho más claro hace siglos sin tantos melindres científicos: “la amistad y la enemistad se heredan”.
   Con genes o sin ellos, me precio de haber recibido en herencia la amistad de Fernando García Morales, que se marchó la pasada semana como nos gustaría hacerlo a la mayoría: con  todos los deberes de la existencia hechos, al pie del cañón como un día más antes de irse a dormir para continuar –estoy seguro- su labor en un mañana distinto. Con Fernando siempre tuve una duda metafísica; si hablábamos de la Cueva de Maltravieso, me decía: “tu padre descubrió las pinturas, pero antes yo había entrado allí decenas de veces”. Si conversábamos sobre de la Revista Alcántara, igualmente argumentaba: “tu padre fue director de la Revista, pero fui yo quien lo llevó a la tertulia literaria de donde nació la publicación”. Y si coincidíamos en algún acto del Ateneo me espetaba: “has de saber que yo ya estaba en el Ateneo que había antes de la Guerra… ¿no me entiendes?”.  Por eso para solventar mi duda solo me falta consultar el Génesis y comprobar si antes de los tiempos solo existía Dios y… Fernando García Morales. Porque Fernando estaba en posesión de ese infrecuente  aditamento de eternidad que solo se encuentra en las memorias vivas, aquellas a las que puedes dirigirte para saber cosas de la Vía de la Plata, los misterios del Calerizo, las excavaciones en Cáceres el Viejo, la historia de la Generala o el orinal del Rey, y recibir información en una conversación pausada que admite cálidas interpelaciones y aclaraciones alrededor de una taza de café. Es muy distinto a conocer el pasado en la historia muerta de un libro carente de esta inestimable retroalimentación. Fernando fue hombre previsor, y nos dejó durante largos años una ventana abierta en este Diario, con su lenguaje sencillo y  exento de pretensiones eruditas, para que todos nos asomáramos al mundo más aledaño y real: el de nuestras cosas. Así la Historia más cercana nunca morirá, porque la  Historia de Fernando es la que forja la idiosincrasia de un pueblo, esa que pervive fuertemente enraizada en la anécdota y en el personaje.
   Hasta siempre, amigo Fernando, podría llenar varias páginas hablando de tu calidad humana, pero ya sabes, en esta columna solo me dejan decir “Papa, pupa”.

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