martes, 5 de julio de 2011

Indignación estéril


   No había hablado todavía de los “indignados”. Ahora que han desaparecido de las plazas, es mejor momento para analizar el fenómeno con calma antes de que -probablemente- vuelvan a la carga tras el verano al aproximarse las más que seguras elecciones generales. En los dos últimos meses ha sido un recurso fácil establecer un paralelismo entre este movimiento y el mayo francés del 68, con aquellas revueltas estudiantiles nacidas en la universidad parisina de Nanterre que tuvieron su réplica en otros epicentros urbanos de los cinco continentes. Entonces no se usaba el término “globalización”, pero  el efecto de las protestas consiguió globalizar el descontento y la falta de acomodo de toda una generación con la organización social, cultural y económica heredada de la posguerra. Era una Europa joven e impetuosa la que pedía abrirse paso, absolutamente inconformista con unas estructuras que se habían quedado obsoletas. Se pedían otras oportunidades y otras mentalidades, no solo el amor libre. Hasta aquí sí que hay similitudes; cuando el inconformismo se generaliza puede estallar una revolución social de mayor o menor calibre, como esta llamada “Spanish revolution”.
   Sin embargo se me antoja que, salvo la presencia masiva en la calle, los objetivos del mayo francés no son comparables a los de nuestros “indignados”. En las revueltas del 68  los estudiantes hicieron causa común de manera clara y decidida con los trabajadores y sindicatos que pusieron freno al oprobio de la explotación. Cayeron dictaduras y los aires de la democracia y la libertad infundieron nuevos bríos a un incierto siglo XX. Los “indignados” no son tan ambiciosos, ni tienen iconos propios ni músicas. Pertenecen a una Europa que se ha hecho vieja y su ideólogo estrella, Stephane Hessel no admite comparación con Dany el Rojo o Jean Paul Sartre; tampoco promueven ninguna lucha para conseguir un nuevo orden. Muy al contrario, lo que quisieran es mantener el mismo que había hasta hace tres o cuatro años: vida fácil, pocos sobresaltos, botellón, emancipación tardía, estado del bienestar con escaso compromiso, en suma; y en esto alguna culpa tenemos todos.  No seré yo quien demonice a estos grupos de jóvenes, porque con seguridad hubiera estado con ellos en sus acampadas con unos años menos, solo trato de analizar objetivamente sus pretensiones. La indignación no es con el orden existente hasta ahora, cosa que los diferencia sustancialmente del 68, sino ante la evidencia cruel de que es imposible mantenerlo y lo que se avecina no entraba en los planes de nadie. Yo también me indigno previendo el futuro que les espera a nuestros hijos. Es una indignación contagiosa, pero estéril, de momento, porque la revolución que hace falta para desindignarse no se aprende ni se impulsa en dos sentadas.
   Mi opinión es que al movimiento “indignado” , siendo un interesante germen de regeneración social y política, le falta todavía un hervor, adolece de recorrido. Si cristaliza poco a poco una simbiosis con sindicatos y parados podrá convertirse como mucho en un quimérico renacer de la izquierda, esa que ha sido barrida de Europa en la última década. Los indignados nadarán contra la corriente insalvable del capitalismo donde se enseñorean los mercados y no podrán evitar, no tanto ser una generación perdida como dicen por ahí, pero sí la generación del recorte inevitable en sus ambiciones. Los ciclos sociales y económicos se suceden con una parsimonia irrevocable y tozuda. Y esta vez les ha tocado a ellos. Les deseo mucha suerte.

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