domingo, 23 de octubre de 2011

El fin de la aceituna

     Parece que nos hemos convertido en espectadores pasivos, que asisten a la despedida imparable de unos modos y estilos de vida que hasta hace muy poco parecían consustanciales con la propia existencia. ¿Quién les iba a decir a nuestros padres y a nuestros abuelos que terminarían prohibiendo los toros? Los catalanes ya tendrán que viajar a Zaragoza o a Valencia para ver una corrida con la misma avidez que hace algún tiempo iban a Perpignan para ver una teta en el cine.

   Unas cosas se acaban por decisiones políticas (porque sin toros se es menos España que con ellos), y otras mueren de inanición por la pasividad y la inoperancia de otros políticos, esta vez incapaces e ineptos. El olivar ha sido desde la época árabe uno de los medios de vida de muchas familias humildes de nuestras comarcas, que veían en la recolección de la aceituna una importante ayuda en sus precarias economías domésticas. Durante el año cuidaban sus olivares labrando y manteniendo limpios sus suelos, podando sus ramas y “desmamonando” sus brotes en espera de lluvias equilibradas que propiciaran un verdeo sano y productivo. Pero esto se está acabando,  pues los precios que reciben estos pequeños agricultores por su producción y por su esfuerzo año a año han ido cayendo en picado hasta el punto de no merecer la pena la recolección. Paralelamente, los precios finales de la aceituna en destino no han parado de crecer y hoy suponen el 600% con respecto a lo que pagan al agricultor; a esto me refiero con políticos ineptos e incapaces de frenar el enriquecimiento de los intermediarios, y que no me vengan diciendo que esto es cosas de “los mercados”, que ya estamos hartos de que todo el mundo eche la culpa a ese etéreo e ignoto causante de todos los males para tapar su incapacidad. Si la aceituna en origen se paga a la mitad que hace unos años ¿por qué una lata de aceitunas en la tienda no vale también la mitad? ¿dónde se ha quedado el beneficio? Este año van a pagar el kilo de aceituna de verdeo a una media de 0,36 €, cuando el coste de recolección se calcula en 0,35, es decir “lo comío por lo servío”. Ya hay países, como Argentina, mucho más competitivos en estos costes, y ya saben qué pasará con nuestras aceitunas. Si alguien va a engordar, esos son los pájaros. Ante este panorama, las asociaciones de agricultores aconsejan no coger aceitunas este año, pero ¿quién le dice a un parado del campo o a un perceptor el P.E.R. que renuncie a esos quinientos, mil o dos mil euros que llevar a su casa, aunque sea la mitad de lo que pagaron el año pasado?
     Hubo una época, en tiempos de Miguel Hernández, en la que los aceituneros eran altivos. Hoy han mutado a míseros y mendicantes, presenciando impotentes cómo se extingue lánguidamente el divino legado de sus antepasados.

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