martes, 22 de noviembre de 2011

Depende

Desde aquel famoso cambio de 1982, con los 202 escaños obtenidos por Felipe González han pasado casi treinta años. Para la democracia española, más que joven, adolescente, era preciso desmontar las estructuras franquistas fuertemente enquistadas en el ejército y en los cuerpos de seguridad. La ETA mataba a cien personas al año. Era necesario dotar al país de una red viaria e infraestructuras competitivas, hacía falta remar en la dirección europea, muy lejos aún, y otras muchas cosas, como una dolorosa pero inevitable reconversión industrial. Y para poder hacer con tranquilidad todo aquello debíamos dotarnos de un “rodillo”, y así lo vieron los ciudadanos. Así, aquello del rodillo socialista estuvo en boca de los indignados al uso más por rodillo que por socialista.
     A partir de entonces se han sucedido legislaturas con alternancias que, globalmente, nos han puesto en la órbita de nuestro entorno próximo, con logros sociales impensables desde que conducíamos un 127. Y en el momento presente estamos inmersos en otra coyuntura de cambio, y los electores han considerado que la única forma de poder llevarlo a cabo es dotando al país de un nuevo rodillo, esta vez de color azul. Tenemos unas buenas infraestructuras, la ETA ya no mata y el franquismo es historia. Son otros los asuntos a los que hay que dar la vuelta, cosa que ya no podía hacer el PSOE, y su tiempo ha muerto precisamente un 20-N, la misma fecha en la que enterramos a Franco.
   Ahora bien, si la crisis es como un caballo desbocado que ya no podía manejar su jinete de cejas circunflejas, está por ver si el nuevo lo logrará a base de hincar espuelas o la montura se encabritará aún más. El piloto suicida ha sido sustituido, pero el nuevo comandante tiene ya a las Torres Gemelas en el horizonte con poco margen para variar el rumbo, y los botones que tiene que accionar pueden provocar efectos colaterales.
Puede que dentro de poco, cientos de miles de votantes al rodillo popular contemplen con cara de imbécil que han sido víctimas de fuego amigo, porque a quien se trata de agradar realmente es a Ángela Merkel y a los mercados, caiga quien caiga. Los votantes han dicho “esto hay que arreglarlo” con un cheque en blanco porque falta que se nos diga cómo. Está por ver si en el momento presente es mejor un rodillo que la pluralidad y el consenso. Está por ver cómo se maneja el nuevo presidente con su inglés aznariano en las cumbres europeas y del G-20, donde deberá contestar ya sin leer los papeles que le prepara su equipo, procurando evitar los balbuceos y sonrisas desdentadas. Está por ver hasta dónde el Estado puede asumir el coste de lo conseguido en las últimas tres décadas y a quiénes les tocará la china de retroceder. Demasiadas cosas están por ver. Es como una obra donde hemos cambiado de cuadrilla de albañiles: siempre dicen que todo lo de antes estaba mal hecho, pero a nosotros nos va a costar el doble. O puede que no. Depende, como gusta sentenciar al gallego.

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