En la vida de las personas -como individuos, como parejas o grupos-, pueden sucederse largos años de sometimiento a un orden con unas rutinas aceptadas que han sido interiorizadas con nula reflexión. Este fluir consuetudinario es válido hasta que influencias externas o bien un proceso de maduración ideológica, hacen tambalear lo tradicional y replantearse cuestiones existenciales, que pueden desembocar en el cambio drástico de metas individuales, la ruptura de una prolongada convivencia en pareja o la reorientación de los objetivos de un colectivo.
La historia de los grupos humanos y la civilizaciones siempre se ha caracterizado por este fenómeno de ir engordando una burbuja de tradición que no permite transitar a otro status si no es rompiendo violentamente con lo anterior; lo rutinario crea unas ataduras poco flexibles que, como nudos gordianos, solo permiten ser cortadas a golpe de espada. Ya pasó con la Revolución Francesa. Los países islámicos del norte de África hace algún tiempo que dejaron de ser tribus nómadas sometidas mansamente a sistemas feudales. El planeta ha dado muchas vueltas y ha convertido en anacrónicos e injustos a esos regímenes dictatoriales que han seguido intentando aunar lo humano y lo divino en su concepto de poder con provecho propio. El devenir de la vida actual ya no permite mantener a pueblos aislados de influencias externas, porque el populismo propagandístico y la censura de medios de comunicación son ya como una olla de barro resquebrajada por el uso, por donde escapan las ansias de los pueblos que quieren estar en el mundo actual. José Ingenieros dijo que “la rutina es el hábito de renunciar a pensar”, y ese automatismo mimado por los dictadores es insostenible en un mundo globalizado. A los autócratas se les ha atragantado Internet.
El actual proceso de rebelión contra la tiranía, que llevan a cabo los pueblos musulmanes norteafricanos pidiendo libertad parece imparable, por muchos compatriotas que masacre Muamar el Gadafi y el resto de gobernantes iluminados. Pero no está tan claro el concepto de democracia que podría eclosionar si finalmente triunfan las revueltas, como ha sucedido en Egipto. Hay que esperar. La Conferencia Islámica ya estipuló en su día lo que debe ser una democracia y unos derechos humanos –ojo- “islámicos” en su Declaración teocrática que somete la humanidad a la Sharia islámica. ¿Puede haber verdadera democracia sin una libertad religiosa y por tanto de pensamiento que subyacerá en las leyes? Son muchos los que piensan que la democracia es incompatible con el Islam. Este salto histórico que estamos viviendo puede que se quede muy corto.