martes, 31 de mayo de 2011

Pepinos españoles

     El sector de la construcción está en plena crisis, pero no solo del ladrillo. La construcción europea tampoco avanzará sin una verdadera conciencia colectiva, que no se ve ni por el forro; es evidente que en el continente sigue instalado un proteccionismo que mira a los demás desde la reticencia, la acusación infundada y la consideración de sus estados miembros como elementos ajenos causantes de problemas a los que no importa hundir si es preciso. No se conocen los resultados de los análisis de agua y tierra de las explotaciones agrícolas donde se tiene alguna sospecha de haberse desarrollado la bacteria causante de intoxicaciones graves en Alemania. Hay personas ingresadas que no han probado un pepino en meses. Se han detectado pepinos contaminados procedentes de Holanda. Pero se han alzado las voces alarmadas de la vieja Europa: “has sido tú” y se han apresurado a poner apellido al problema: ya no se habla de otra cosa, sino de “pepinos españoles”, y algún diario alemán asegura que en España se riegan las huertas con aguas fecales. Está claro que no nos perdonan lo de la Eurocopa ni lo del Mundial ¿Resultado? Pues la retirada de productos españoles, ya no solo pepinos, sino también tomates, lechugas, berenjenas… en Alemania, Austria, Suecia, Dinamarca, Luxemburgo y pronto el resto de Europa. Se comprende que hay una alarma y que hay que investigar complejas cadenas de producción, transporte, manipulación y distribución, pero es inadmisible la emisión de juicios y acusaciones sin fundamento.
   En 1918, como es sabido una epidemia de gripe subtipo H1N1 mató en todo el mundo a casi 200 millones de personas ¿y a quién le cascaron el sambenito? Pues a pesar de que la cepa se irradió desde Francia, pasó a la historia como la “gripe española”,  en el resto de Europa se censuraba la información sobre sus muertos para no mezclarlos con los de la I Guerra Mundial.  Por la misma regla de tres, la última gripe A debió llamarse “gripe mexicana”, igual que habría que llamar “mal de la vacas locas inglesas” o “gripe del pollo chino”. Parece que en el momento actual y a los ojos de nuestros vecinos europeos sigue teniendo vigencia aquella sentencia del abate de Pradt: “África empieza en los Pirineos”, a la salida de los cuales, por cierto, los agricultores franceses han quemado tradicional e impunemente camiones procedentes de España llenos de productos hortofrutícolas por considerarnos una amenaza a sus intereses “europeos”.
   La locomotora alemana, en este caso, no tiene empacho en liquidar el sector agroalimentario del furgón de cola español, que les importa un pimiento, digo un pepino. ¡Lo que nos faltaba!

martes, 24 de mayo de 2011

Cavernícolas


     Tenía que comprarme unos zapatos, de forma que me dirigí al centro comercial, donde en poco espacio sé que hay varios establecimientos del ramo. Ya frente al primer escaparate escruté brevemente el panorama ¡vaya precios!; pero en una esquina divisé una cartela más o menos adaptada a mi presupuesto. El zapato no era muy bonito que digamos, pero tampoco es que yo tuviera una idea estética preconcebida para este artículo, al fin y al cabo los zapatos solo son para andar con ellos y basta que no hagan daño. Entré y pedí mi número. Me estaban bien. Y los compré. Zapatos comprados en siete minutos, y a otra cosa, mariposa.
    ¿Suelen ustedes ir de compras acompañados de sus respectivas esposas o parejas? Porque yo tengo que encontrar una tarde en la que no tenga otra cosa que hacer, es decir, disponer de unas cuatro horas libres: para unos pantalones primero hay que recorrer una decena de tiendas, pero solo para mirar y llevarte cada vez al probador cinco piezas; me quito, me pongo, lo dejo todo por ahí, con lo dobladitos que estaban. Que si te hace más tripa, que si te arrastran, que si métete las manos en lo bolsillos, que si date la vuelta. Te estaban mejor los de allí abajo. Para allá vamos. Pero de este color ya tienes los del traje; y además son diez euros menos. Otra vez para arriba…
    Siempre me han parecido un poco pedestres las teorías que tratan de explicar comportamientos humanos fundamentados en estereotipos con un substrato científico pobre. Al menos yo estudié psicología en una facultad poco dada a dar crédito a reminiscencias filogenéticas como base de la conducta. Sin embargo he de reconocer que los estudios de David Lewis, en virtud de los cuales los hombres siguen siendo cazadores y las mujeres recolectoras cuadra muy bien en esta faceta del comportamiento, que además suele darse en especies humanas de todas las latitudes. El instinto que me impulsa a acercarme con sigilo al escaparate, identificar en solitario mi presa y cazar finalmente los zapatos es diametralmente opuesto a la práctica de “ir de compras” femenina, actividad gratificante en sí misma incluso antes de la elección del producto, donde atesoran bolsas de todo tipo en esas desesperantes batidas de recolección con la Visa echando humo. Y algo de cierto, finalmente, debe haber en todo esto, pues los estudios de mercado y el marketing contemplan con éxito esta diferenciación de estilos por sexos a la hora de segmentar los productos y establecer ofertas. Va a ser verdad que el dichoso mercado aprovecha nuestra escasa evolución sacando tajada de una condición cavernícola que todavía no hemos logrado superar.

martes, 17 de mayo de 2011

Ser abuelos

    
     No sé por qué, pero soy proclive a efectuar una especie de balances de la existencia a medida que mi edad cronológica va alcanzando esos límites (gozosos o fatídicos) a partir de los cuales se esperan determinados acomodos, de acuerdo con unos cánones sociales cada vez más difíciles de vencer. No, todavía no soy abuelo, aunque ya estoy en edad de merecer.  Durante largos años la generación a la que pertenezco, lustro arriba o lustro abajo, consideró la tarea de ser padre como  un inexorable mandato divino plagado de contratiempos, del que era preciso salir airoso en cada época, pues cada año que cumplían nuestros hijos coincidía con la aparición de un nuevo problema en el que no se había caído anteriormente: que si no comen, que si sacan malas notas, que si les habremos explicado bien eso de la semillita, que si ya te he dado bastante dinero  o el coche lo necesito yo. Y el final de esas sufridas y largas paternidades que hoy se suelen prolongar hasta rozar –o superar- los 30 años de edad de los vástagos, entrando en una competencia desigual, marcaba el ansiado paso al siguiente escalafón: el de ser por fin abuelo o abuela  para dedicarnos a reprogramar nuestro disco duro y poder desarrollar en nuestra etapa final todo aquello que postergamos obligadamente hasta tener el tiempo eterno de la jubilación y el bien ganado premio de la emancipación de los hijos.
   No pongo en duda el cariño sublime que los abuelos profesan a los hijos de sus hijos, pero, oiga: estoy acojonado cuando veo a los amigos o compañeros de trabajo que me han precedido en esta etapa con la obligación asumida de hacerse cargo permanentemente de los nietos,  presentándose a hacer gestiones en el centro de trabajo con un carrito. “Es mi nieto”, dicen, con una extraña expresión mezcla de petulancia y desazón. Y se les ve por el parque empujando cansinamente los columpios como chachas entradas en años. Y se convierten sin remedio en canguros sexagenarios mientras sus hijos prolongan sine die las noches de marcha. No hay hueco para hacer realidad los proyectos que habían planeado. Pero bueno. Siempre hay quien recurre a la crisis, ese inagotable y manoseado paño de lágrimas, para justificar el hecho de que los abuelos tengan que ser padres por segunda vez para que los hijos sigan siendo hijos indefinidamente. No es cierto, porque esta práctica apareció mucho antes de sobrevenir la crisis. Yo me inclino más bien a pensar en que los abuelos, que ya no tienen en sus manos armas productivas, se han dejado hurtar por parte de la sociedad su proyecto de vida propio, eliminando sus sueños de senectud. Y la clase política asume esto como normal empleándolos  como arma arrojadiza: “si se pusieran en huelga… etc”. Los viajes del Imserso no son suficientes. Creo que seré un abuelo insumiso en su día.

martes, 10 de mayo de 2011

Fernando García Morales

   En cierta ocasión leí en esos suplementos de fin de semana de la prensa diaria (pensados para que el lector repose un poco de la maldita recurrencia, como ocurre ahora con Bin Laden o Biltu) que una investigación en EE.UU. había llegado a la conclusión de que los genes dan forma al ambiente social, lo cual afectaba a su vez a la conducta humana. Mahoma lo dijo mucho más claro hace siglos sin tantos melindres científicos: “la amistad y la enemistad se heredan”.
   Con genes o sin ellos, me precio de haber recibido en herencia la amistad de Fernando García Morales, que se marchó la pasada semana como nos gustaría hacerlo a la mayoría: con  todos los deberes de la existencia hechos, al pie del cañón como un día más antes de irse a dormir para continuar –estoy seguro- su labor en un mañana distinto. Con Fernando siempre tuve una duda metafísica; si hablábamos de la Cueva de Maltravieso, me decía: “tu padre descubrió las pinturas, pero antes yo había entrado allí decenas de veces”. Si conversábamos sobre de la Revista Alcántara, igualmente argumentaba: “tu padre fue director de la Revista, pero fui yo quien lo llevó a la tertulia literaria de donde nació la publicación”. Y si coincidíamos en algún acto del Ateneo me espetaba: “has de saber que yo ya estaba en el Ateneo que había antes de la Guerra… ¿no me entiendes?”.  Por eso para solventar mi duda solo me falta consultar el Génesis y comprobar si antes de los tiempos solo existía Dios y… Fernando García Morales. Porque Fernando estaba en posesión de ese infrecuente  aditamento de eternidad que solo se encuentra en las memorias vivas, aquellas a las que puedes dirigirte para saber cosas de la Vía de la Plata, los misterios del Calerizo, las excavaciones en Cáceres el Viejo, la historia de la Generala o el orinal del Rey, y recibir información en una conversación pausada que admite cálidas interpelaciones y aclaraciones alrededor de una taza de café. Es muy distinto a conocer el pasado en la historia muerta de un libro carente de esta inestimable retroalimentación. Fernando fue hombre previsor, y nos dejó durante largos años una ventana abierta en este Diario, con su lenguaje sencillo y  exento de pretensiones eruditas, para que todos nos asomáramos al mundo más aledaño y real: el de nuestras cosas. Así la Historia más cercana nunca morirá, porque la  Historia de Fernando es la que forja la idiosincrasia de un pueblo, esa que pervive fuertemente enraizada en la anécdota y en el personaje.
   Hasta siempre, amigo Fernando, podría llenar varias páginas hablando de tu calidad humana, pero ya sabes, en esta columna solo me dejan decir “Papa, pupa”.

martes, 3 de mayo de 2011

La muerte de Osama Bin Laden

     El mundo se despertaba ayer incrédulo de la noticia que adelantaban los boletines y las agencias informativas. El enemigo público número uno, el adversario sangriento de los americanos y el principal azote de la Humanidad había caído al fin bajo las balas sofisticadas de la CIA, como esas piezas huidizas que al ser abatidas ponen fin a una larga montería. Admitiendo que para casi todo el orbe no es una mala noticia, todavía me pregunto si están realmente justificados los jolgorios masivos que enseguida provocó el conocimiento de su muerte. Por muy malo que fuera, se trata de un solo hombre. Es como si en la Edad Media se hubieran celebrado fastos porque alguien hubiera dicho que había matado, por fin, a Lucifer (y de haber existido entonces americanos es seguro que hubieran puesto precio a su cabeza).
      En los tiempos que corren cabría esperar que los hombres ya no necesitaran personificar el concepto del mal en un personaje de carne y hueso susceptible de ser matado, pues los males que aquejan al mundo globalizado en que vivimos son desgraciadamente mucho más insondables y escurridizos, no siendo posible acabar con ellos a tiro limpio. El horror de las Torres Gemelas mitificó a Bin Laden en esta trágica película, y la Humanidad sigue teniendo como paladín justiciero a un país que se forjó a golpe de revólver; esta impronta permanece en el inconsciente colectivo de sus gentes y de sus gobernantes. En otro momento el mal estuvo personificado en Ernesto Che Guevara, cuyo cadáver también fue mostrado abatido como un trofeo de caza. Sadam Hussein ejerció igualmente en tiempos más recientes de prófugo de la Humanidad con recompensa por su pellejo. ¿Quién será el próximo? ¿Gadafi? ¿Julián Assange? Y a todo esto, ¿es que se ha acabado Al Qaeda con la muerte de Bin Laden? Precisamente a los grupos de activistas de esta organización terrorista se les suele llamar “células”. Pues, en efecto, lo que ha hecho ahora la CIA es extirpar un tumor, pero me temo mucho que la metástasis de estas células infectadas, que actúan autónomamente, está demasiado extendida por los tejidos islámicos como para celebrar que se ha curado el cáncer. Por lo que a nosotros respecta, podemos pensar que se ha ajusticiado al instigador del 11-M y que por un tiempo a lo mejor no se habla de la reconquista de Al-Ándalus por el Islam, pero, repito, no creo en las caídas de los mitos individuales (buenos o malos) para justificar hipotéticos nuevos órdenes en el Mundo. Sería demasiado fácil.