miércoles, 11 de enero de 2012

Reuniones familiares

     En los tiempos que nos ha tocado vivir, donde el individualismo y la falta de comunicación son los mayores aliados de la desestructuración, no solo de las familias, sino de cualquier grupo humano de relación, se han hecho muy escasas las oportunidades de ejercer aquella vieja práctica de las tertulias multigeneracionales, que tenían lugar con la excusa de alguna comida o cena de celebración: cumpleaños, aniversarios y muy especialmente la Navidad. Durante mucho tiempo fuimos esos incómodos asistentes, que bajo la denominación peyorativa de “gente menuda” ocupábamos una zona marginal de la mesa próxima al escape de nuestros juegos, a veces incluso con horario anticipado del yantar para no entorpecer la parafernalia tertuliana de los mayores, donde había sonoras carcajadas, pero a veces también voces y disgustos si entre la proliferación de copas y chupitos, en aquellas interminables sobremesas humeantes, aparecían las temidas conversaciones sobre política, moralidad y costumbres, siempre propicias para un choque de trenes que a veces hacía concluir la reunión como el rosario de la aurora; reconducir la armonía familiar en la siguiente celebración era así un ilusionante reto del que hoy estamos huérfanos por ausencia de oportunidades.
     La nuclearización de las familias, la dispersión de sus miembros por razones de trabajo o residencia y una cierta pereza social por la falta de costumbre que se traduce en  aversión a compartir mantel con familias políticas, tíos, cuñados, primos o sobrinos a los que el tiempo distancia cada vez más, están en la causa de que aquellas macro reuniones de antaño estén desapareciendo del  repertorio de manifestaciones populares, perdiéndose la opción de interaccionar, recordar anécdotas vividas y, en definitiva, enriquecernos de los distintos puntos de vista de las cosas que se dan en un mismo ámbito familiar donde es patente la evolución de los pensamientos, como en la vida misma.
   Añoro las reuniones familiares con todas sus situaciones ancestrales: los chistes y anécdotas repetidas cada año,  manchar el mantel nuevo con la copa de vino, quemar la servilleta con la ceniza del puro y ver la expresión de la anfitriona, escuchar con sonrisa sufrida y falsa a ese pariente estresante que hay en todas las reuniones, los bostezos irreprimibles que señalan la hora de salir a pasear o identificar a quién se escaquea a la hora de recoger la mesa. Son elementos colaterales que envuelven la esencia de una forma de vida que se está perdiendo. Ya ni en las matanzas de los pueblos se comparte mesa con los familiares y allegados, como si se tuviera un estúpido miedo a corresponder afectos. No hablamos ya de ese espíritu de la Navidad que cada vez tiene más detractores, sino de la deriva social hacia el un tipo de ascetismo egoísta que tiene la facultad de desunir.

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