martes, 27 de marzo de 2012

Bienestar

    Hoy estoy algo “depre” y les propongo reflexiones recelosas, advierto, sobre el manido estado del bienestar. La sensación de bienestar, aplicada a un solo individuo, define aquel estado en el que la persona está saciada, descansada y sin preocupaciones importantes que alteren su placidez. Es ya antigua la intención de los países avanzados de promover un estado de cosas que permita generalizar esa satisfacción a toda la población para conseguir ese “Estado del Bienestar” que se viene persiguiendo desde la Gran Depresión y que de momento solo los países nórdicos parecen haber apuntalado. Yo siempre he sido bastante escéptico en admitir la posibilidad tan idílica de habitar una sociedad que nos tenga solucionado el presente y el futuro a cambio de nada, y desgraciadamente en los tiempos convulsos que corren ahora ya son bastantes más quienes piensan que esa sublime pretensión está haciendo agua porque cuesta un dinero que no alcanza. Como siempre, está fallando la financiación.
     El estado del bienestar consiste en que el Estado y la organización social provee, por un lado, servicios y garantías sociales para la totalidad de la población (pensiones universales, educación gratuita para todos, asistencia médica y hospitalaria); y por otro lado derechos y libertades que posibiliten también vivienda y trabajo digno para todos. Según esta premisa y centrándonos en la situación de España, con una cifra de desempleados que cabalga hacia los seis millones ya se está quebrando el modelo desde los derechos sociales, por no hablar de la otra quiebra, la de las garantías universales que tampoco se pueden pagar. Es la hora de dar marcha atrás para evitar el colapso y por tanto, la hora de los recortes. La cuestión parece ser hasta dónde es posible recortar sin que la tijera afecte a la base de ese malhadado estado del bienestar. ¿El copago sanitario sería admisible? ¿La creciente privatización de la educación quiebra este quinto poder del Estado? ¿Rebajar y congelar los salarios, las prestaciones sociales y las pensiones es cercenar el estado del bienestar? ¿Desahuciar a quien no puede pagar su vivienda va en la dirección del fin del bienestar colectivo? A mí me parece que sí.
     No faltan corrientes de pensamiento que han considerado siempre una falacia esto del estado del bienestar: si individualmente los ciudadanos no pueden permitirse un cierto nivel de “bienestar”, ¿qué motivo hay para que sí se pueda conseguir colectivamente? De esta opinión es Leonard Peikoff y los objetivistas. Otros autores más próximos, como el español Santiago Niño Becerra y su teoría de los ciclos arrojan también serias dudas sobre el mantenimiento de la utopía del bienestar, estrechamente unida a un capitalismo al que parece que le quedan solo unas décadas antes de desembocar en algo que de momento solo se vislumbra en forma de quiebra. En esta coyuntura de marcha atrás acelerada que oprime nuestras expectativas, los individuos se suelen olvidar de las utopías y buscan de nuevo su bienestar particular descendiendo a la base de la pirámide de motivaciones de Maslow: mi trabajo, mi sueldo, mi pensión, mi casa. El que venga detrás que arree. Y con esto se cierra un círculo dejando fuera las iniciativas que serían precisas para cambiar el sistema.
    

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