martes, 28 de febrero de 2012

Que vienen los grises

Debería ser por esta misma época, pues a medida que avanzaba el día un sol que ya picaba se enseñoreaba de las esquinas, posibilitando que algunas chicas lucieran generosas y tempranas desnudeces en sus brazos. Qué buena mañana para una asamblea, de aquellas en las que uno saboreaba en toda su dimensión el gustillo intrépido de lo prohibido; las clases se cortaban y circulaban los panfletos a escondidas como breves periódicos proscritos. El tono de las intervenciones se enardecía con los aplausos del prójimo, sones de guitarra comenzaban a acompañar a estrofas de Víctor Jara, sentados en el suelo: “te recuerdo Amanda…”. Hasta que alguien, elevando el tono de su voz de forma suicida comienza a entonar aquel desconocido himno blasfemo de tan solo dos palabras, al que todos nos sumamos desafiantes, transformando en coro pendenciero aquella inocua asamblea informativa: ¡Am-nis-tía, Li-ber-tad! Es un clamor, un clamor vedado por la autoridad competente bajo inciertas penas, pero para comprobarlo todavía nos tienen que coger. ¡Que vienen los grises…! En efecto, allí están ya los Land-Rover grises con rejillas en los cristales albergando a una jauría de servidores del orden, porra en ristre, que se despliegan en todas direcciones. Las calles entonces se convierten en flujos de carreras no siempre con los grises a la vista, como pasa en Coria cuando el toro anda suelto: tú ves correr a los de esa esquina y te movilizas sin saber muy bien de dónde lloverán finalmente los palos. En los bares, aquellos bares con la caña a un duro, se produce la estampida dejándolos vacíos, pero resonando anónimamente los ritmos del vinilo en la máquina de música que alguien ha puesto. Jarcha coloniza el silencio impunemente: “Libertad, libertad sin ira, libertad…”
     Desde esta estampa añeja de 1976 han transcurrido 36 años.  Eso de la libertad es un atributo desvalorado, pues gran parte de los habitantes actuales, entre los que están nuestros hijos, no han conocido nunca su privación, ni han tenido que esconderse jamás para reunirse. Tal vez por eso entiendan menos las carreras y los porrazos que les han empezado a llover por parte de policías en technicolor cuando han osado, en principio, manifestar su oposición a los recortes educativos que han dejado sin calefacción a los colegios. Si hemos de creer la que se nos viene encima (y hay que creerlo porque lo dice el propio Gobierno), las revueltas de Valencia no son más que el inicio de una etapa de malestar en la calle, pues no se encontrará otra forma de rebelarse contra lo inevitable: estudiantes, damnificados por ERE’s, sanitarios, empleados públicos, indignados, estafados por la banca, parados, desahuciados y menesterosos varios. Y sería muy peligroso que esa autoridad competente que controla las fuerzas del orden sintiera la tentación de desempolvar a los grises para enfrentarlos a tanto “enemigo” suelto, de momento sin cojos manteca ni razones suficientes. Un gobierno con un “aparato represor” haría juego con golpes y cardenales anacrónicos difíciles de entender. Otra vez no.


martes, 21 de febrero de 2012

Agencias de calificación

     Los dictámenes sumarísimos de los Standard & Poor's, los Moody's y los Fitch de las narices ya me están encrespando la moral, por no usar otros términos más propios de Pérez Reverte. Cuándo se ha visto que profesores de la universidad de Pensilvania, pongamos por caso, decidan desde sus despachos neoyorquinos qué asignaturas tienen que repetir los alumnos de la universidad de Murcia, basándose en quién sabe qué parámetros o patochadas. Porque la fiabilidad de estas agencias de rating es como quieras; baste recordar que Lehman Brothers gozaba de una calificación envidiable el día antes del crash que nos ha llevado a todos a la mierda, y de igual forma se tragaron la bancarrota de Enron, sin detectar problema alguno. El hecho de que ninguna agencia perteneciente a este oligopolio mundial fuera capaz de predecir la crisis de 2008 pone en cuestión toda la parafernalia posterior que estamos sufriendo.
La privatización de las tareas de control y regulación que antes hacían los estados nos ha llevado a una nueva tiranía: el mundo entero baila al son de esas temidas calificaciones con una impunidad que es de extrañar que permita por más tiempo la soberanía de los países. Si Europa fuera una comunidad supranacional como Dios manda, hace tiempo que tendríamos una agencia de calificación propia, y no dependeríamos de los dictámenes sesgados de agencias estadounidenses que lo único que pretenden es afianzar  al dólar como moneda de reserva mundial, ante la amenaza del euro. Si no nos ponemos de acuerdo en estas cosas, el sueño de Erasmo se desvanecerá ahogado por las fronteras que se trata de borrar. De todas formas, me extraña que a la Merkel no se le hayan hinchado ya los ovarios de aguantar este despotismo econométrico de tan oscuros intereses. Hay países, como la vecina Portugal, que están haciendo ímprobos esfuerzos por levantarse, y sería de esperar una actuación responsable y rigurosa de los observadores para apoyar ese brío póstumo para evitar el desastre; pero si vienen estos iluminados y califican inmisericordemente su deuda como “bono basura” es como si con esta criminalización económica les pisaran el pescuezo para que definitivamente coman tierra; esta es, a la vista está, la contribución de estas agencias al arreglo de las coyunturas macroeconómicas. En este mundo hay cosas que se han ido de las manos, y esta es una de ellas, de las más impúdicas e inmorales. Los clientes de estas agencias privadas pagan altísimas cuotas para “salir” con buena nota, de manera que son calificados con AAA ante el temor de que dejen de pagar y se les acabe el chollo. De aquí partió la crisis que padecemos. En fin, como sentencia Paulo Coelho, entendemos que la mentira es engaño y la verdad no. Pero a nosotros nos están engañando las dos. Así nos va.

martes, 14 de febrero de 2012

La evolución de San Valentín

     La tradición de celebrar el día de San Valentín, como tantas otras, es importada, como un Halloween en color rosa donde la noche promete sensaciones opuestas al terror. O como un Papá Noel más pícaro cargado de ilusiones para adultos Y, cómo no, esta tradición lleva aparejada importantes consecuencias comerciales. Parece que no queremos lo suficiente a nuestra pareja si no media un regalito: las consabidas rosas rojas o la lencería sexy, según el carácter del enamoramiento, más o menos escorado hacia los límites de ese continuo que va desde lo platónico al puro placer sensorial.
     Pero con todo, el 14 de febrero es uno de esos días que dicen algo únicamente durante unos pocos años presididos por la ilusión de adentrarse en sensaciones y vivencias novedosas, para irse difuminando su significado paulatinamente a medida que el tiempo acrecienta otra serie de eventos menos placenteros, también con anotaciones en el calendario: los vencimientos de la hipoteca, el seguro del coche, el cumpleaños de la suegra.  El amor es algo muy subjetivo que adopta a lo largo del tiempo nuevos aspectos, como una especie de metamorfosis afectiva, y –en parejas normales- no debe ser del todo cierto que termina desapareciendo. Y si eso ocurre, hagamos caso a Alejandro Dumas cuando dijo “el amor nunca muere, solo cambia de lugar”. Pues que San Valentín migre entonces a los dominios de los jóvenes, que son los que “ejercen” mejor el amor, y a quienes ha tocado enamorarse en tiempos y lugares más permisivos que otros. Sin embargo algunos pensamos que el amor, como la libertad, es algo que sabe mejor cuando se prohíbe, y dejamos que nuestro recuerdo vuele a tiempos vividos y ya caducados donde se buscaba el rincón más recóndito de la discoteca para ejercer aquella impunidad amorosa, como si en vez de estar con la novia escondiéramos una foto del Che Guevara.
No estoy muy al tanto de las costumbres valentinianas de los jóvenes de hoy. De seguro que no se dedican poesías y aquellas extintas cartas de amor han sido sustituidas por afectos más instantáneos que no trae ningún cartero, sino que aparecen profusamente en las pantallitas de cristal líquido de sus móviles con pocas ínfulas poéticas y con esa característica economía de grafemas tan en boga: “t kiero”. Pero, en fin, un te quiero siempre es un te quiero. Para los no tan jóvenes San Valentín tiene más dificultad de obrar sus prodigios. Puede que para algunas parejas, con los ardores amorosos ya muy desdibujados por el paso del tiempo, el día de San Valentín sirva por lo menos de recordatorio de aquellos viejos fragores, y a lo mejor esta noche “toca”, para hacer valer el aserto de Gabriel García Márquez cuando decía que el sexo es el consuelo que le queda a uno cuando ya no le alcanza el amor. Algo es algo.

miércoles, 8 de febrero de 2012

La nueva emigración

     Todos tenemos en la retina, ayudados por el NO-DO, la imagen en blanco y negro de aquellos trenes a reventar que partían hacia Hendaya, aquel trajín de maletas con refuerzos en las esquinas y una cuerda por si acaso, despedidas, abrazos, cartas que llegaban de Alemania. Y los pueblos semivacíos con sus tabernas tristes porque se ha ido el Nicasio, y Paco “turumba” con toda su familia, y el Andrés con su primo Valentín…
     Hace medio siglo, la emigración, como un vendaval que llevaba adheridos otros fenómenos como el desarraigo y el destierro, fue la única solución que encontraron esos dos millones de españoles que no se resignaban a malvivir en su propia tierra, y emprendieron la incierta aventura de cruzar la frontera. Sin saber idiomas, muchos recalaron en suburbios junto a turcos y magrebíes o auténticos guetos con olor a frites de tocino con aceite de oliva, y contaban a sus vecinos del pueblo las bondades de su nuevo destino omitiendo muchos detalles. Con el tiempo, una vez que mudamos de país emergente a situarnos como un miembro más de pleno derecho en el concierto europeo, pasamos de emisores a receptores de inmigración. Ahora eran latinoamericanos, marroquíes, subsaharianos y rumanos los que ocupaban aquí los barrios humildes con sus pisos patera.
     Pero la crisis económica ha venido a alterar estos flujos migratorios y, como aves en busca de otras latitudes, ha sustituido las bandadas de mano de obra sin cualificar por un nuevo prototipo de emigrante que amenaza con desangrar de nuevo la sociedad española. Se calcula que desde el comienzo de la crisis son cerca de trescientos mil jóvenes, la mayoría titulados universitarios, los que han marchado a otros países huyendo del paro y la falta de perspectivas tras una costosa formación superior; conocen idiomas, han viajado al extranjero, han tenido becas Erasmus y han crecido en un mundo globalizado que ha borrado fronteras. No solo los bancos se están descapitalizando: la pérdida de capital humano que supone dejarnos escapar lo más granado de nuestra juventud es algo que también merece planes gubernamentales para evitarlo. Si la universidad se está convirtiendo en un vivero de profesionales para otros países por la imposibilidad de los mercados nacionales de absorber estos titulados, hay que reflexionar muy seriamente sobre el cambio de estructura que requeriría una institución académica generadora de paro cualificado. Si se habla hasta la saciedad de que el problema español es la falta de competitividad, ¿cómo vamos a competir en el futuro si nuestros mejores talentos se marchan fuera? Importamos albañiles, camareros y empleadas domésticas y exportamos arquitectos, médicos, ingenieros y sanitarios. Es una balanza comercial muy desfavorable que nuestros gobernantes tienen la obligación de arreglar. He aquí un nuevo reto para añadir al “lío” que, por lo visto, supone gobernar.