miércoles, 18 de abril de 2012

El riesgo de vivir demasiado

       
          Para nuestros ancestros prehistóricos vivir constituía una aventura plagada de peligros continuos que ponían en riesgo sus vidas diariamente, al no mostrar todavía en la Naturaleza la primacía del género humano, y llegar a la senectud era casi inalcanzable. A medida que la Humanidad evolucionaba, la esperanza de vida creciente era un indicador válido del grado de dominio sobre el entorno. El desarrollo de la medicina, y en concreto la lucha contra las infecciones fueron clave para que los hombres aplacaran numerosos riesgos vitales para llegar a cotas de longevidad jamás soñadas.
   Hasta que hemos llegado al siglo XXI, donde la visión economicista del universo está dando lugar a paradojas grotescas. Ahora los riesgos que acechan al género humano no son  individuales ni provienen del medio ambiente: se trata de riesgos intangibles con mayor peligro que el oso de las cavernas o la viruela. Se habla de los riesgos hipotecarios, las primas de riesgo, el riesgo-país. La economía es como un alacrán que al verse acosado se clava su propio aguijón como dudosa terapia ante tumores incurables aparecidos dentro del sistema que afectan a colectividades enteras.
     El Fondo Monetario Internacional (FMI) alerta a los estados ante el “riesgo de vivir demasiado”. Por lo visto llegar a 85 años es un peligro para un sistema que no estaba preparado para esta esperanza de vida. “Vivir más de lo esperado”, como textualmente manifiestan sin inmutarse los gurús del Fondo, genera unos graves riesgos sistémicos, para cuyo remedio son necesarias medidas retrógradas que tampoco entraban en los planes del mundo desarrollado: aumentar cotizaciones, recortar pensiones y prestaciones sociales y/o retrasar la edad de jubilación, de modo que los años que cobremos pensión no aumenten. La receta es genial, pues la tendencia es que pronto nos jubilemos con más de 70 años porque la esperanza de vida ha aumentado. Ahora sí que veo yo un riesgo en esto de llegar a viejo, carajo. La otra receta (que ahorremos para la vejez) es quimérica; con la que está cayendo no se le puede decir a un joven de 25 años que meta perras en un plan de pensiones. Y quienes han pasado de los 50 y le ven las orejas al lobo ya no tienen tiempo para crear un ahorro significativo. Estos productos financieros son para un reducido segmento, precisamente quienes por su potencial económico no tendrán problemas en su vejez. El grueso de la población, dependiente de un sistema público de pensiones, es el que está realmente en riesgo por el mero hecho de vivir. Preparémonos, pues, para una vejez más austera sin viajes del Imserso y pagando las medicinas. Y el que pueda, que disfrute de la segunda edad porque seguramente no podrá hacerlo en la tercera. Al final, lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años, como sabiamente dijo Abraham Lincoln, porque la esperanza de vida está dejando de ser un indicador de avance social.

martes, 10 de abril de 2012

La tinaja

Desde hace más de treinta años, cuando  empecé a ir al pueblo como lugareño consorte, había visto la tinaja en la troje en las escasas ocasiones en las que era necesario subir a tan lúgubre desván; aquella polvorienta media tinaja habría tenido otros usos desde el desconocido y lejano accidente que la privó de su boca, a juzgar por los restos de paja que todavía descansaban en el fondo. Después de su mutilación,  tal vez fuera en otro tiempo comedero para reses en el establo o almacén de maíz para las gallinas. Acompañó pacientemente durante largas décadas en la semioscuridad de aquella estancia a viejas albardas, arados y damajuanas desvencijadas en un silencio solo roto a intervalos por la cadenciosa acción de la carcoma, y en una ingrata penumbra anónima, donde únicamente las telarañas la comunicaban mortecinamente con el mundo circundante como hilos de telégrafo. Calculo que llevaría allí más de medio siglo, superviviente de una época en la que todo se guardaba porque podía servir.
El pasado sábado la tinaja ha abandonado su incómodo destierro y ha obtenido al fin el indulto que le permitirá en lo sucesivo saludar la salida del sol, respirar el aire perfumado por las jaras en primavera y albergar en su seno racimos de florecillas que caerán sobre la sufrida panza como un cosquilleo de belleza que jamás imaginó. No fue tarea fácil, pues la estrechez de las escaleras y su gran peso, huérfano de asideros, me obligó a prolongar un jadeante abrazo convirtiéndonos un rato en polvorientos hermanos siameses.
Pero ahora ya podré contemplar  la tinaja en el jardín las tardes de verano, y recordar con justicia a quien decidió guardarla celosamente, uno de aquellos sufridos y previsores habitantes del medio rural que ya no está entre nosotros, perteneciente a una estirpe definida fielmente por Unamuno: “allí los hombres no son hijos de la tierra, sino que la tierra es hija de los hombres”. Viendo la tinaja rejuvenecida por el sol de abril es como si hubiera aflorado la milésima parte de un acervo relegado al pozo injusto del olvido. Como aquellas viejas tradiciones que murieron por no tener ya quien las transmitiera oralmente. O como aquellos centenarios oficios extinguidos lánguidamente por la irrupción de las máquinas.
      Contemplar la tinaja redimida es como escuchar el eco de la trompeta del pregonero, o el agudo reclamo de la armónica del “afilaor” que trae envuelto el viento racheado. El rescate de la tinaja me anima a  libertar también los usos perdidos que dieron carácter a esta tierra, y que los niños de hoy jamás conocerán. Sí. Añoro montar otra vez en burro y deseo ver algún día un tamborilero con veinte años, que haga juego con la nueva función de mi tinaja.

miércoles, 4 de abril de 2012

Que viene la troika

     Desde siempre, y al hacerse patente nuestra incapacidad para imponernos cuando los niños pequeños se portan mal, acostumbramos a amenazarles con la llegada de un “algo” desconocido cuya sola mención es suficiente para que coman o se vayan pronto a la cama, y esta práctica –que suele funcionar, aunque con la censura de los psicólogos - ha estado vigente desde tiempo inmemorial, solo variando la identidad del supuesto terrible visitante según la época o el lugar. Recuerdo todavía con una reminiscencia antigua de pavor aquel “que viene el hombre del saco” o el “coco”. En zonas rurales era más frecuente que viniera el lobo o incluso “que vienen los maquis”. Y es sabido que en los Países Bajos se emplea todavía el recuerdo del Duque de Alba como figura demoníaca para atemorizar a los pequeños.
   Bien, los tiempos han cambiado. Es posible que ya los niños, con su dominio de las nuevas tecnologías y un mejor nivel de información no se asusten ni con las carantoñas de Acehúche. Y esos temores ancestrales los hayamos “heredado”, por el contrario, los mayores, acuñando nuevas figuras capaces de espantar, adaptadas a nuestros temores. Nuestros pecados no son comer mal o remolonear para no acostarnos, sino no cumplir con otros deberes impuestos por papá Europa, como no llegar a los guarismos de déficit público estipulados. Ahora mismo, y si hemos de hacer caso al ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, nuestra situación es “muy crítica”; no sabemos muy bien si esta delicadísima posición se esgrime y exagera para justificar el ajuste brutal aprobado en los presupuestos públicos para 2012 o es que realmente hay cosas que se nos esconden, como una próxima intervención por parte de la Unión Europea ante el cariz y la deriva que lleva nuestra maltrecha economía. Si las medidas adoptadas por el gobierno de Rajoy, lejos de reactivar el mercado interno y el crecimiento lo que producen es un mayor marasmo, una contracción espectacular del consumo y una subida  del desempleo (como parece que va a suceder), esos engendros sin rostro aliados del hombre del saco o el Duque de Alba, que son “los mercados” propiciarán la llegada de altos funcionarios de la Unión Europea (UE), el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), la llamada y temida “troika” encargada de fijar las condiciones de un eventual rescate. La cuestión estriba en valorar cuánto tiempo considera Europa prudente esperar a los resultados positivos de los ajustes en España para que llegue la hora.
     A mí, dentro de mi ignorancia macroeconómica, me mosquea que se esté engordando cada dos por tres el fondo de rescate europeo y se me ocurren dos reflexiones. Una: ¿tan importante es llegar a ese 5,3% de déficit, aunque para ello haya que llegar en un año con seguridad a seis millones de parados y quince millones de pobres? Y dos: ¿qué fue de la soberanía nacional? Nuestros gobernantes –no importa ya de qué partido- son unos auténticos mequetrefes convertidos en marionetas, cuyos hilos son movidos por Bruselas. Qué pena, porque estamos expuestos a las más inimaginables piruetas de estos monigotes con el exclusivo objeto de que no venga la troika.