jueves, 1 de octubre de 2015

La ruta del contrabando




     Bastantes años después de la posguerra española todavía existía contrabando en la frontera hispano-lusa, presente desde tiempo inmemorial. Las dificultades económicas derivadas de una agricultura improductiva empujaban a gente humilde a esta actividad, organizados a veces en cuadrillas que al amparo de la noche cruzaban la frontera con sus cargamentos. Fue un modo de vida admitido tácitamente a ambos lados de la Raya y existieron muchas rutas y pasos, algunas de ellas montañosas situadas en el confín noroeste extremeño, que hemos experimentado el pasado domingo.

    Para llegar allí primero hay que atravesar el paisaje lunar que supone la zona arrasada por el fuego hace tan solo unas semanas: esqueletos de pinos y robles calcinados sobre un suelo pelado y negro en una extensión enorme que introduce en el horizonte una tonalidad tenebrista en los matices nacientes del otoño. Pero el verde intenso irrumpe con fuerza subiendo a Valverde del Fresno, arropado por un impresionante y tupido monte de castaños que dan relevo a pinos y robles sobre un mar de helechos. La sucesión de estas dos visiones contrapuestas son un verdadero tránsito de la muerte a la vida, las dos caras de la sierra que reafirman la magnitud de la barbarie incendiaria y que me hace sentir huérfano de alguna manera. Todos somos Sierra de Gata. Las crestas erizadas de la sierra guardan celosamente el ancestral idioma de a fala en el Val de Xálima. Al este la fortaleza templaria de Trevejo; hacia poniente, la continuación portuguesa de Serra da Malcata. Estamos llegando a  nuestro objetivo de recorrer a pie una de las rutas tradicionales usadas en el contrabando de la Raya, aquel arraigado modo ilegal de vida que pervivió  hasta languidecer a finales del siglo XX con la eliminación de las fronteras de la Unión Europea.

     Situados en la pequeña localidad lusa de Foios, con los aromas montaraces de una mañana espléndida, subimos animosamente un grupo de setenta caminantes como modernos y despreocupados mochileros, emulando el trayecto que otrora realizaran asiduamente aquellos contrabandistas de café o tabaco. La Asociación Deportiva de Montaña Xálima (Ademoxa), de Moraleja, con sus entusiastas componentes, organizaba esta agradable jornada senderista en los confines septentrionales y fronterizos de Extremadura. Siempre me ha cautivado la sensación de transitar por los caminos que antes pisaron lejanos antepasados, ya fueran bandidos, buhoneros o aquellos románticos viajeros de la Ilustración. Cruzamos la frontera española para bajar a la salmantina Navasfrías, feliz topónimo que define a la perfección sus siempre verdes praderas. Las imponentes sombras de los robledales nos escoltan a ambos lados de la senda que va abriendo camino en dirección de nuevo a la divisoria portuguesa rebasando la inexistente raya. Las piernas empiezan a pesar, presagiando esas molestas pero saludables agujetas del día después, pero pacientemente nos plantamos en el final de la etapa: Aldeia do Bispo. Hoy hemos traficado con ejercicio, convivencia y concordia. Y emocionalmente hemos rendido tributo al recuerdo de aquellos contrabandistas humildes obligados por la miseria a transgredir las leyes internacionales del comercio.

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