jueves, 24 de marzo de 2016

La investigación en un blog




     Como algunos de ustedes conocerán, suelo alternar mis opiniones en esta columna  periodística con otros esporádicos  trabajos de investigación histórica de intención divulgativa publicados en diferentes revistas de ámbito cultural o científico, constituyendo esta afición por el pasado una gozosa herencia paterna, aunque no revestida con esa pátina académica del profesional.


     Aparte de la investigación académica, me satisface que esta afición sea compartida por  cierto número de devotos de la Historia que, con diferente preparación, acometen sus pequeñas indagaciones y las dan a conocer. Pero mucho ha cambiado el panorama de la publicación en los últimos tiempos. Los medios editoriales especializados requieren una cierta calidad en los trabajos para ser difundidos, así como la observancia de criterios metodológicos y éticos que ya no están al alcance de todos los pseudoinvestigadores. De ahí que al amparo de fáciles y gratuitas posibilidades de difusión, hayan ido apareciendo, como setas en otoño, gran cantidad de auto publicaciones en forma de blogs de distinto pelaje y calidad donde cada cual se hace de su capa un sayo. El corta-pega es tónica habitual, así como la ausencia absoluta de citas a los autores de donde se extraen las informaciones.

     Digo esto porque me he encontrado ya más de una vez párrafos enteros de mis trabajos transportados a alguno de estos engendros de auto difusión sin la más mínima mención de su autoría. Otros se molestan algo en modificar alguna fraseología o signos de puntuación para esconder vanamente su flagrante plagio. Y también tengo que decir que otras de estas pretensiones caseras de la erudición se conducen con seriedad y fundamento, citando fuentes y bibliografía.

     El plagio, como ese eco errante sin  dueño aparente, es un fenómeno que ha existido siempre. Hay quien dice que en la propia Biblia se contienen episodios plagiados de otros relatos legendarios, como la figura de Noé y el diluvio, que consta casi exactamente en la epopeya de Gilgamesh, personaje anterior de la mitología sumeria.
Pero ciñéndonos a tiempos más actuales, es verdad que pensar y crear son procesos que requieren cierto esfuerzo,  y el deseo de conseguir notoriedad valiéndose del trabajo de otros puede llegar a ser realmente tentador.  Suelen ser legión los autores  claramente mediocres que usan las modernas herramientas para suplir  carencias intelectuales y sus prisas de nombradía sin pisar un archivo y sí pasar horas en Internet. Se advierten incluso copias de copias donde el resultado final, en el que cada uno trata de añadir alteraciones que impriman alguna procurada seña de identidad, se asemeja a aquellos ejercicios iniciáticos de las facultades de periodismo donde una noticia se iba desvirtuando en su veracidad conforme se acrecentaba el boca a boca hasta alcanzar  resultados grotescos. A la vista de este panorama, donde para el profano ya es difícil diferenciar lo que es de pata negra o una vulgar falsificación, veo irrecuperable aquel viejo concepto de honestidad del que hacían gala nuestros predecesores en el noble arte de la investigación y la exploración de campo.

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