jueves, 10 de marzo de 2016

Pan y agua



          Es ya un clamor. Ninguna de las formaciones a los que los ciudadanos otorgamos nuestro voto el pasado 20-D, se apea un ápice de la burra de sus planteamientos programáticos, como si estuvieran atornillados a esa cómoda montura de la intransigencia que les impide detenerse para el entendimiento.
Ante la evidencia aritmética de que esta vez es imposible gobernar sin acuerdos, observamos cómo los partidos políticos, lejos de limar esas asperezas que impiden el pacto, se reafirman con malos modos en sus posturas antagónicas, haciendo muy difícil reconducir conversación alguna hacia algo parecido a un compromiso. Hasta ahora solo lo hemos visto, con números insuficientes, entre PSOE y Ciudadanos, cosa que es de agradecer en este oscuro panorama de obcecación y sectarismo, aunque más parece ser una rémora para ser recibidos.
     En la última sesión de investidura no hemos advertido un tono parlamentario educado y favorable a la avenencia, ha sido  decepcionante; solamente se ha visto cerrar puertas al necesario diálogo mediante descalificaciones y reproches cruzados, como una continuación de la anterior campaña electoral. No parecen darse cuenta de que con cada exabrupto están alejando aún más la alianza que ellos mismos necesitan. El odio parece ser el único fundamento en el que se asientan las diferencias, o así se desprende de algunas intervenciones en el estrado y los escaños.

     En 1271 los cardenales llevaban tres años sin ponerse de acuerdo en la elección de nuevo papa tras la muerte de Clemente IV. Hasta que los habitantes de Viterbo decidieron encerrarlos “cum clave” y solo les facilitaban pan y agua. Surtió efecto y al poco tiempo eligieron a Gregorio X. Pues los ciudadanos deberíamos idear una fórmula parecida adaptada a nuestro tiempo para sacar a nuestros representantes de esa dinámica circular y tautológica de enfrentamiento estéril. Pan y agua.
     Vemos a algunos atrincherados en una pírrica victoria electoral tan alejada de la placidez de su anterior mayoría absoluta, con una voluntad genéticamente incapaz de ceder nada para llegar a acuerdos.
Otros van de “sobraos” para asaltar su cielo por la vía rápida, con un  príncipe maquiavélico que lleva al pie de la letra aquello de que el fin importa más que los medios, convirtiendo el Congreso en un “reality show” para jugar con ventaja. Los partidos separatistas se frotan las manos con este rio revuelto en espera de traficar provechosamente con sus votos como mercenarios de fortuna. Y en medio de este maremágnum, un disminuido PSOE, acorralado en una centralidad improductiva, esclavo de sus afrentas hacia derecha e izquierda, que solo ha podido atraer a la maleable voluntad de Ciudadanos.

   Si a Felipe VI no se le ocurre algo imprevisible, iremos a un nuevo cónclave electoral que movería poco la aritmética parlamentaria. El hastío de la ciudadanía y otros 200 millones de euros en gasto, amén de una nueva e insufrible campaña pondrán la guinda de un fracaso de convivencia sin parangón en la etapa democrática. ¿Realmente merecemos esto? Les vuelvo a proponer: pan y agua.


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