jueves, 26 de mayo de 2016

Los últimos aventureros



     En esta vida se puede aspirar a ejercer una actividad profesional de muchas maneras. Un geógrafo puede trabajar con mapas y tratados en su gabinete o puede ir a buscar información in situ a descubrir las fuentes del Nilo o a medir la temperatura de los polos. Nada podría hacer el primer geógrafo sin los datos proporcionados por el segundo, y este fue el cometido de Roal Amundsen, Robert Scott o David Livingstone. Incluso un escritor imaginativo como Julio Verne no tuvo más remedio que recurrir al relato de grandes exploradores para tejer sus novelas de viajes fantásticos. Un naturalista puede estudiar y teorizar sobre la fauna en su despacho a la vista de películas sobre las pautas de comportamiento animal, pero para ello son necesarias cientos de horas de filmación en la Naturaleza expuestos a inclemencias climáticas, peligros y largos viajes: esta fue la opción que eligió Félix Rodríguez de la Fuente, que a la postre le costó la vida.


     Se puede ser también un buen periodista en una redacción informativa dando forma a las noticias para presentarlas adecuadamente a la audiencia, y se puede viajar allá donde estas nacen –las fuentes prístinas- aunque se trate de zonas de conflictos bélicos, revoluciones o catástrofes, durmiendo en tiendas, agachados para dejar pasar los obuses y siendo secuestrados o condenados a muerte. El primer periodista necesita del arrojo del segundo, tipología a la que pertenecieron José Couso y Miguel de la Quadra-Salcedo.


   ¿Está en vías de extinción este espíritu aventurero?  Porque está claro que estos modos de vida implican la renuncia a comodidades y a puestos de trabajo estables y sin sobresaltos. Dicho de otra manera ¿es compatible ese estado de ánimo aventurero con nuestra ocupación y estilo de vida convencional? Creo que la respuesta es afirmativa. El diccionario dice que descubrir es “quitar la tapa o la cobertura de algo cerrado u oculto de manera que se vea lo que hay dentro o debajo”. Y eso está todavía al alcance de todos, aunque los satélites y los drones ya hayan descubierto cada centímetro del planeta. La aventura admite infinitas gradaciones. Por ejemplo, falta por descubrir el remedio contra el cáncer y la investigación sigue siendo un sugestivo viaje en busca de lo desconocido.  Un espíritu aventurero implica descubrir lo que tenemos al lado y no vemos: cuestiones físicas como Las Villuercas, la Campiña Sur en primavera, el volcán de El Gasco o el Chorro de la Meancera, expediciones para las que siempre encontraremos un hueco en nuestra agenda anodina y acomodada.
Pero también la concordia de los pueblos, que potenció Miguel de la Quadra con la Ruta Quetzal, y que posibilita a miles de jóvenes viajar durante el resto de su vida en busca de la paz y el destierro de la intransigencia. En nuestra vida diaria, quitarnos la máscara de la rutina implica acceder a formas de convivencia inexploradas que nos permitirán descubrir afectos que antes eran invisibles. Esa es la aventura que nunca debemos abandonar.

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