jueves, 12 de mayo de 2016

Por la boca muere el pez





     Desde que tenemos uso de razón democrática, pocas veces hemos asistido a una coyuntura electoral tan alejada de nuestro interés como la que se nos viene encima. Casi nunca  se había puesto de manifiesto esa distancia entre el político y el ciudadano, y jamás ha sido tan claro el uso peyorativo de la expresión “clase política”.


     El desapego de la sociedad hacia sus representantes  es un hecho medible demoscópicamente. Quizá no sea este el lugar parara analizar las causas por las que esta generación de políticos se está demostrando absolutamente incapaz, no solo para lograr acuerdos de gobierno, sino simplemente de trenzar discursos lógicos, cultos y educados, por encima de la diferencia ideológica. Contrariamente, el uso de la descalificación gruesa y el insulto se presentan como poderosos catalizadores –intencionados o no- del desacuerdo y el enfrentamiento. Lejana queda aquella oratoria que adornó en otras épocas el parlamentarismo español, como la de Emilio Castelar o Manuel Azaña. La zafiedad lingüística y los más bajos propósitos se esconden detrás de alusiones que solo generan distanciamiento: ¿qué posibilidad de acuerdo existe entre Podemos y PSOE tras la acusación de Pablo Iglesias a Felipe González de tener las manos “manchadas de cal viva?”.
Hay quien piensa que el talante, el lenguaje y las maneras de los representantes electos son fiel reflejo de la propia sociedad, y esta es una suposición demoledora. Es muy lícito que existan políticas fraguadas en acampadas callejeras, pero estas no deberían justificar el tono mitinero y faltón de ciertas actitudes una vez llegados al Congreso. Esta confrontación tosca ha llegado no solo a las injuriosas jergas parlamentarias, sino a nuevos foros que permiten idéntico objetivo con 140 caracteres y faltas de ortografía. ¿Qué grado de cohesión patriótica puede existir entre las dos mayores formaciones nacionales, cuyos líderes se dedican ante millones de telespectadores perlas como: “usted no es decente” y “usted es ruin, mezquino y miserable”?
Sirve de poco reconocer después que se han equivocado. Y si luego de todo esto hay pactos y acuerdos, casi peor; porque habrán convertido la política en una patraña.

    En un artículo ya clásico de Umbral titulado “el arte de insultar”, donde considera al insulto como un género literario que se inicia con Quevedo, relata que Solchaga llamó en la Cámara a diputados del PP “caraduras, sinvergüenzas y malnacidos”, y estos al ministro “chulo, enano y sinvergüenza”. Pues en esa seguimos, con pocos cambios, dando validez a aquella aseveración de Luis Cernuda cuando dijo que “España es un país de cabreros, joder”. Es más, los partidos siguen situando en sus portavocías a aquellos ejemplares más cerriles y lenguaraces,  con mayor capacidad dialéctica para zaherir al contrario o para testimoniar esa posición vetista del “no es no”.
Como yo no creo en esa política, y pienso que la sociedad tampoco es la que quieren que creamos, manifiesto mi firme intención de no ver un solo debate ni  resúmenes de mítines a tiempo tasado, esa selección diaria de exabruptos. Ahí se quedan sus señorías.

No hay comentarios :

Publicar un comentario