miércoles, 23 de noviembre de 2016

Cohen versus Dylan



     Bob Dylan y Leonard Cohen, por motivos muy diferentes, han aparecido en las últimas semanas en todos los medios de comunicación, y los sones de sus composiciones poético-musicales más emblemáticas han tronado de nuevo en todos los soportes auditivos, como notas musicales secuestradas durante décadas y ahora liberadas por el generoso empuje de la noticia. Aunque se trata de autores de talla universal y sus canciones no han dejado de sonar del todo, esto ha permitido a los más jóvenes conocer mejor qué música y qué poesía cautivaba la adolescencia de sus padres/abuelos, estableciendo similitudes y contrastes con las manifestaciones musicales de la actualidad. No voy a abundar aquí –ya a destiempo- en el premio Nobel de literatura otorgado a Dylan;  se ha dicho casi todo, aunque mi opinión está en la línea de considerar una excentricidad por parte de la academia sueca el dejar sin galardón venerables y largas carreras literarias exclusivas por la prestancia que supone para el premio la designación de un personaje como Dylan, sin duda gran poeta (porque también indudablemente se habla más de los Nobel cuando hay polémica).

   Quería poner de manifiesto paralelismos y divergencias en la personalidad de estos dos grandes autores y sacar alguna consecuencia práctica. Ambos han recibido acreditadas distinciones. Ambos han sido reconocidos escritores, además de cantautores prestigiosos con relevancia en las masas de más de una generación. Ambos eran de origen judío, descendientes de inmigrantes polacos (Cohen) y ucranianos (Dylan). Sin embargo el fallecido Leonard Cohen demostró en los últimos años de su vida que la humildad y la grandeza de espíritu fueron importantes conductores de su existencia. La forma respetuosa en que aceptó y recogió su premio Príncipe de Asturias, donando íntegramente su importe para crear una cátedra en la universidad de Oviedo habla a las claras de su altruismo
. Cohen afrontó ejemplarmente su decadencia física y la proximidad de su último momento.
     Dylan, por su parte, tardó semanas en coger el teléfono de los premios Nobel, y ahora manifiesta que no asistirá al acto de entrega porque tiene “otras cosas que hacer”, presentándose al mundo como un septuagenario engreído e infecto por su propia fama. ¡Qué diferente manera de encajar un reconocimiento! Cohen y Dylan representan así las dos formas sustanciales en que los hombres se conducen en cualquiera de sus manifestaciones, en los distintos ámbitos de actuación o de opinión, ya sea en los espacios de relación, laborales o políticos: prepotencia versus  sencillez. Presunción versus naturalidad. Vanidad versus sobriedad. Retorcimiento versus generosidad.
Estas actitudes, consustanciales con el devenir de la humanidad, parece que no pueden subsistir una sin la otra, como el yin y el yang aplicados a nuestra manera de conducirnos por la vida. Yo creo que están equivocados quienes interpretan esta evidencia en términos de supremacía prolongando esta dicotomía a ganadores y perdedores, porque al final no siempre tiene más fuerza el más prepotente. Viendo esto, hoy yo me quedo con los susurros desgarrados de Cohen en su inolvidable “Suzanne” (And you want to travel with her, and you want to travel blind / and you know that she will trust you…), por mucho que haya escuchado e incluso cantado (en su versión litúrgica)  el “Blowin’ in the wind” de aquel Bob Dylan imberbe.

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