Bob Dylan y
Leonard Cohen, por motivos muy diferentes, han aparecido en las últimas semanas
en todos los medios de comunicación, y los sones de sus composiciones
poético-musicales más emblemáticas han tronado de nuevo en todos los soportes
auditivos, como notas musicales secuestradas durante décadas y ahora liberadas
por el generoso empuje de la noticia. Aunque se trata de autores de talla
universal y sus canciones no han dejado de sonar del todo, esto ha permitido a
los más jóvenes conocer mejor qué música y qué poesía cautivaba la adolescencia
de sus padres/abuelos, estableciendo similitudes y contrastes con las
manifestaciones musicales de la actualidad. No voy a abundar aquí –ya a
destiempo- en el premio Nobel de literatura otorgado a Dylan; se ha dicho casi todo, aunque mi opinión está
en la línea de considerar una excentricidad por parte de la academia sueca el
dejar sin galardón venerables y largas carreras literarias exclusivas por la prestancia
que supone para el premio la designación de un personaje como Dylan, sin duda
gran poeta (porque también indudablemente se habla más de los Nobel cuando hay
polémica).
Quería poner
de manifiesto paralelismos y divergencias en la personalidad de estos dos
grandes autores y sacar alguna consecuencia práctica. Ambos han recibido acreditadas
distinciones. Ambos han sido reconocidos escritores, además de cantautores
prestigiosos con relevancia en las masas de más de una generación. Ambos eran
de origen judío, descendientes de inmigrantes polacos (Cohen) y ucranianos
(Dylan). Sin embargo el fallecido Leonard Cohen demostró en los últimos años de
su vida que la humildad y la grandeza de espíritu fueron importantes
conductores de su existencia. La forma respetuosa en que aceptó y recogió su
premio Príncipe de Asturias, donando íntegramente su importe para crear una
cátedra en la universidad de Oviedo habla a las claras de su altruismo
. Cohen
afrontó ejemplarmente su decadencia física y la proximidad de su último
momento.
Dylan, por su parte, tardó semanas en
coger el teléfono de los premios Nobel, y ahora manifiesta que no asistirá al
acto de entrega porque tiene “otras cosas que hacer”, presentándose al mundo
como un septuagenario engreído e infecto por su propia fama. ¡Qué diferente
manera de encajar un reconocimiento! Cohen y Dylan representan así las dos
formas sustanciales en que los hombres se conducen en cualquiera de sus
manifestaciones, en los distintos ámbitos de actuación o de opinión, ya sea en
los espacios de relación, laborales o políticos: prepotencia versus sencillez. Presunción versus naturalidad.
Vanidad versus sobriedad. Retorcimiento versus generosidad.
Estas actitudes,
consustanciales con el devenir de la humanidad, parece que no pueden subsistir
una sin la otra, como el yin y el yang aplicados a nuestra manera de
conducirnos por la vida. Yo creo que están equivocados quienes interpretan esta
evidencia en términos de supremacía prolongando esta dicotomía a ganadores y
perdedores, porque al final no siempre tiene más fuerza el más prepotente. Viendo
esto, hoy yo me quedo con los susurros desgarrados de Cohen en su inolvidable
“Suzanne” (And you want to travel with her, and you want to
travel blind / and you know that she will trust you…), por mucho que haya
escuchado e incluso cantado (en su versión litúrgica) el “Blowin’ in the wind” de aquel Bob
Dylan imberbe.
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