miércoles, 9 de noviembre de 2016

Huelga de deberes



    Recuerdo aquellos justificantes escritos de puño y letra por nuestros padres que atesorábamos en la cartera como un salvoconducto de Miguel Strogoff, cuando alguna indisposición o contratiempo había impedido realizar el trabajo en casa y que el maestro leía en clase con aire circunspecto, como la prueba irrefutable de un abogado defensor que echaba por tierra la casi segura reprimenda...
En nuestros  días esos justificantes tienen formato estándar y se  pueden descargar en la web de CEAPA. Dice así: "en virtud de los derechos que me asisten, he priorizado las actividades familiares, como no podía ser de otra manera y, por tanto, los deberes escolares de mi hijo/a no han podido ser atendidos”.

     Si ustedes  pertenecen a una generación que creció haciendo deberes en casa, les ruego que echen la vista atrás y calibren si esta circunstancia los convirtió en niños infelices o si les impidió quemar calorías jugando al rescate,  al escondite,  a la pica o a la comba. Porque escuchando al presidente de esta confederación de padres/madres de alumnos/as parece que nos hemos equivocado de película: “los deberes dejan a nuestros hijos sin infancia y adolescencia. Pertenecen a un modelo educativo caduco, basado en libros de textos para niños que son nativos digitales”.
José Luis Pazos. CEAPA

     La huelga de deberes ya está servida. Y nuestros niños  tendrán tiempo de sobra para  conciliar la vida familiar con sus padres. Yo vaticino que sus ojos brillarán más y sus semblantes se iluminarán, pero no por el juego o la fantasía de su mundo, sino debido a la mayor reverberación de las pantallitas de sus móviles, como buenos nativos digitales que son. Los niños hace tiempo que desertaron de calles y  parques; y dudo bastante que sus padres usen ese tiempo extra para visitar museos con ellos.


   La mojigatería de una pedagogía amanerada, con base en Change.org,  centrada con artificiosos melindres  en la felicidad del niño, está detrás de estos movimientos “renovadores” que apela a datos de la OCDE (siglas que la mayoría ignora su significado pero que todos usan cuando las estadísticas apoyan sus tesis). Ahora les planteo yo estas cuestiones: ¿y qué pasa con la conciliación de los maestros y profesores? ¿Cuánto tiempo dedican fuera de su horario lectivo obligatorio a preparar las clases, diseñar actividades, corregir ejercicios, atender tutorías, redactar memorias o asistir a claustros? ¿Tendrán que declararse también en huelga de tardes caídas?

     Seamos serios, este es un debate que no favorece a ningún pacto educativo y que concluye fácilmente yendo contra los deberes excesivos. Los casos extremos, que también los habrá, sí que podrían provocar agobio y rechazo al aprendizaje. Centrémonos en cuantificar qué es lo razonable.
Los pedagogos que no juegan a politiquillos siempre han dicho que las tareas escolares dentro de parámetros asumibles fomentan la disciplina, la organización y la responsabilidad, además de ser una oportunidad para que las familias interactúen y se impliquen en el desarrollo intelectual de su hijo/a. Yo recuerdo, por ejemplo, que gracias a ellos comencé a leer libros y a ir a la biblioteca. Las energías de este contencioso deberían dirigirse hacia la búsqueda de un término medio, pero ese virtuosismo desahuciado no se encuentra ya en un mundo sectario inundado de maximalismos, donde la insumisión es la escapatoria más socorrida.

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