¿Dónde
estaremos en el año 2066? Algunos de los que estas líneas leyeren, en un sitio
que yo me sé. Pero el resto, quienes todavía estén en este valle de lágrimas,
configurarán una población con unas características muy diferentes a las
actuales. Hablamos de España y de Extremadura, a la vista de los últimos
cálculos del INE sobre evolución demográfica. Las previsiones estadísticas
referidas a tendencias demográficas tienen la rara virtud de cumplirse incluso
en plazos largos, porque es muy difícil,
por no decir imposible, que la población cambie parámetros –como la tasa de
natalidad- en pocos años.
Se dice que los niños que nacen hoy vivirán 100 años,
por el avance social y médico que permite aumentar la esperanza de vida; pero
es una incógnita, además de una patata caliente que nadie quiere mantener en su
mano, qué va a pasar con los sistemas asistenciales y retributivos para una
creciente población pasiva que alcanzará dentro de cincuenta años niveles
insostenibles. Los habitantes totales merman y se augura con claridad un panorama
sombrío con menos cotizantes y más jubilados. Si la hucha de las pensiones se
va a agotar el año que viene, imagínense dentro de cinco décadas…
Dentro de ese tiempo, en el país más
envejecido del mundo, el ámbito rural extremeño se habrá convertido en un
enorme geriátrico y habrán desaparecido por despoblamiento muchas pequeñas
localidades del norte de Extremadura; en el resto, la mayor parte de sus
habitantes serán pensionistas, viviendo solos un alto porcentaje de ellos. Esto
ya ocurre. En los pueblos, además del problema demográfico tendencial, tienen
el añadido del desarraigo y el abandono por parte de los jóvenes por falta de
expectativas.
Sobre esto se ha debatido recientemente y se ha firmado la
Declaración de Montánchez, que es un punto de partida interesante, aunque
todavía muy embrionario, para la toma de decisiones políticas que emanen de
instituciones y organismos (desde diputaciones a Bruselas) para potenciar el
desarrollo rural y mitigar el descenso de población. Porque si no, las
principales infraestructuras sociales de los pueblos serán en el futuro residencias,
centros de día y ambulatorios médicos, y en las carreteras las ambulancias
superarán ampliamente a los tractores.
Con esto de la población pasa algo
parecido a lo del cambio climático: hay una gran insolidaridad con las
generaciones venideras, pues los cálculos apuntan a un grave problema y existe
el convencimiento de que si no hacemos algo la situación empeorará, pero se vive
el día a día con una gran reticencia a cambiar estructuras y modos de actuar. El
que venga detrás que arree. Las reuniones
internacionales para afrontar el problema medioambiental suelen terminar
en semifiasco.
Y respecto a la demografía, las cumbres globales que también
tienen lugar no incorporan todavía soluciones ni políticas de obligado
cumplimiento que cambien las tozudas tendencias poblacionales que nos conducen a
un envejecimiento irreversible. Aquí todavía estamos en el nivel de la concienciación,
pero no se ha pasado a la necesaria y urgente acción. En tiempos de Malthus el
problema no era el envejecimiento, pero si levantara la cabeza tal vez nos aconsejara un nuevo “baby boom”
en el siglo XXI. Yo ya estoy algo mayor, pero me apunto.