miércoles, 8 de marzo de 2017

Meretrices de silicona



     En mis tiempos mozos uno de los autores más venerados fue Isaac Asimov, al que identificaba como un digno sucesor de Julio Verne; su ciencia-ficción tenía ese inquietante posibilismo que otorga al lector más credibilidad a la ciencia que a la ficción en sus  novelas. En los años setenta del siglo XX, cien años después del Nautilus, la concepción de Asimov de la inteligencia artificial se me antojaba tremendamente virtual, con la sola duda de si alcanzaría a presenciar aquellos vaticinios en el transcurso de mi existencia. 
      He recordado con nostalgia aquellas lejanas lecturas adolescentes al conocer la noticia de que el oficio más antiguo del mundo no escapa a las transformaciones tecnológicas, pues en Barcelona ha abierto un prostíbulo de élite donde chicas hiperrealistas de silicona de distintas razas ofrecen sus servicios sexuales a 80 euros la hora. Puede que en un futuro próximo estos engendros eróticos sean capaces de jadear y a las casas de lenocinio les pase como ahora a los bancos, donde los cajeros automáticos están desplazando a los empleados de carne y hueso por mero ahorro de costes.

     Es una evidencia que la tecnología ha avanzado muy deprisa y hoy es normal encontrarnos con aplicaciones robotizadas que facilitan infinidad de tareas en cualquier actividad, desde la agricultura hasta el transporte, y solo estamos en una etapa incipiente de lo que puede ocurrir dentro de un par de décadas. A la vista de esto se me ocurren dos argumentos de debate. Por un lado, nos hemos lanzado a sustituir el hombre por la máquina sin profundizar en sus consecuencias a medio plazo, pues priman las premisas economicistas sobre todo lo demás: la producción es más barata en cadenas de montaje sin empleados, en gasolineras sin personal o en coches sin conductor. Muy bien. Pero ¿qué haremos con los excedentes de mano de obra? Se ha calculado que en Europa en los próximos diez años la robótica habrá destruido siete millones de empleos. 
    En realidad esta polémica es ya añeja y data de la primera revolución industrial. Los más optimistas dicen que las transformaciones tecnológicas siempre han implementado mayor bienestar y surgirán nuevos trabajos que reemplacen a los destruidos. Los pesimistas opinan que crecerá la desigualdad y se hundirán aun más las clases medias. No voy a entrar ahí, todavía no son claras las evidencias.  Pero sí estoy convencido, en cambio (segunda cuestión), de que se está derrochando lastimosamente la inteligencia “natural” para desarrollar la artificial sin haber conseguido primero que el raciocinio humano solucione los problemas más básicos de la Humanidad: hemos conseguido que un medicamento esté en la mano del farmacéutico en cinco segundos, pero no que miles de niños mueran de malaria en el tercer mundo. Los drones son capaces de optimizar cosechas y detectar plagas, pero 25.000 personas mueren diariamente a causa de la desnutrición. De momento ninguna App soluciona la soledad de muchas personas mayores ni evita el asesinato de una mujer cada tres días. La inteligencia (humana y/o robotizada) tendría que arreglar muchas cosas antes de ofrecer ir de putas virtuales.

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