La recién concluida Semana Santa, además
de records turísticos en los establecimientos hoteleros y de restauración en
todo el territorio nacional, ha producido también otros fenómenos. Por ejemplo,
la importación de la psicosis terrorista puesta de manifiesto en varias
estampidas en plena “Madrugá”, que podría interpretarse como una victoria de
las intenciones del yihadismo al conseguir instaurar en la sociedad occidental
ese estado de desasosiego e inseguridad que beneficia a sus propósitos
desestabilizadores. Tras las bombas de Dortmund, ya el fútbol y las procesiones
han quedado inmersas en los circuitos de desconfianza y sospecha, aunque sus
impulsores no pasen de ser lobeznos solitarios o simples sinvergüenzas que
encuentran divertido el pánico.
Pero quería referirme a otro flash de la
Semana Santa, como es el de los legionarios en Málaga cantando el “novio de la
muerte” a los niños con cáncer del materno infantil. No voy a caer en la
crítica tuitera fácil que se detiene en el insulto como único argumento, ese
que solo necesita ciento cuarenta caracteres. Me gustaría ir un poco más allá
de un anecdótico recital hospitalario tal vez desafortunado. Pronto hará cuatro
décadas que vestí el uniforme militar como soldado de reemplazo, igual que
miles de conciudadanos. Durante mi estancia en Ceuta varias veces subí al
acuartelamiento de García Aldave para presenciar los actos del “sábado
legionario” en el Tercio. Allí, en el ámbito castrense, junto al monumento a
los caídos en combate y con el eco de las montañas marroquíes, es donde los
himnos adquieren su dimensión prístina. Y esto sacado de su contexto para ser
exhibido como atracción se reviste con una aureola de artificialidad y folklore
que rechina, al menos a quienes hemos experimentado la mística militar y sentido cosas por dentro.
La Legión lleva mucho tiempo reciclándose en una fuerza militar
de élite, profesionalizada y moderna, lejos de aquellos Tercios creados por
Millán Astray compuestos en parte por marginados sociales que encontraban en el
honor y la disciplina lo que no les dio su vida anterior. Algunos postulados
del “credo legionario” tienen ya muy poca vigencia y ese concepto de la muerte
con ciertos tintes integristas no cabe en la sociedad actual. La participación de La Legión en misiones
internacionales de paz es buena prueba de esa adaptación a nuevos tiempos. Sin
embargo, no sé si consciente o inconscientemente, los mandos militares siguen
tratando a este cuerpo como un espectáculo de cara a la galería, una atracción
de feria para satisfacer posiblemente a ese cliché del imaginario colectivo que
sigue evocando aquella Legión de pelo en pecho, del carnero y del “novio de la
muerte”, para regocijo de apátridas y separatistas que se nutren con lo casposo
como poderoso argumento, y fuente de sketchs para los Morancos.
Ejército y folklore no pegan bien. Los
asturianos consiguieron que el “Asturias patria querida” dejara de estar en el
repertorio de los borrachos para convertirse en su himno nacional. A mí me
parece que los sones del “novio de la muerte”, de los que se abusa hasta
desafinar, deben recuperar su atributo identitario regresando a los cuarteles y
abandonar farándulas callejeras, hospitales y otros shows, pues con ello no se
desdibuja el peculiar estilo legionario, sino que, contrariamente, se lo
preserva de la mofa y el descrédito.
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