Esta figura, en cualquiera de sus
manifestaciones y como toda desproporción, constituye un fenómeno nocivo para quienes lo
sufren, frecuentemente los ciudadanos por actuaciones administrativas. Suelen
ponerse como ejemplo algunas decisiones judiciales en las que el Código Penal es interpretado sin
resquicio alguno de flexibilidad, con una visible disonancia entre delito
cometido y pena impuesta. Quizás sea en el ámbito sancionador donde más se
habla de exceso de celo por su repercusión recaudatoria, como la de aquellos
policías municipales apostados estratégicamente que multaban por sistema a los
conductores que giraban la cabeza para mirar el radar, aduciendo “distracción”.
La Real Academia lo define como “acción
de sobrepasar los límites que se consideran razonables”. En esencia este
fenómeno se produce al pretender cumplir a rajatabla los reglamentos y la
normativa, y en algunos casos incluso es preferible al otro extremo, donde
podemos situar la dejadez de funciones, la incuria y la indiferencia. Creo que
no debe ser tan difícil encontrar ese término medio que posibilita al ciudadano
percibir que se actúa a un tiempo con rectitud y sensatez.
Pues este amplio preámbulo viene a cuento,
nuevamente, de dos procesos selectivos que han tenido lugar recientemente en
Extremadura. Para optar a un puesto de Atención Continuada del SES, solo 4 de
los 1374 aspirantes han logrado aprobar. Y en la Policía Local de Cáceres,
ninguno de los mandos que optaban a un puesto de inspector han superado la
prueba psicotécnica a pesar de llevar años de responsabilidad y desempeño (uno
de ellos es psicólogo, para agrandar el chascarrillo). Mucho parece que los
tribunales de oposiciones y los organismos encargados de diseñar procesos
selectivos siguen sin dar con el quid de la cuestión, después de los
antecedentes problemáticos que se han dado en los últimos años y a los que
igualmente me referí hace meses en una anterior columna. Casi se podría hablar
de una endémica incompetencia selectiva.
Si este exceso de celo a la hora de
seleccionar llega hasta el punto de quedarse sin aspirantes aptos a pesar de
haber cientos o miles presentados, da la impresión de que se trata de evitar el
coladero o el amiguismo que han mancillado tradicionalmente a las oposiciones
como sistema de acceso; pero nos hemos escorado hacia el otro extremo, como un
balancín incapaz de recalar en el punto medio. Fallan los contrapesos. No puede
ser que se impugnen exámenes tardando años en volver a celebrarse por
intervenir la justicia. Es inconcebible que existan por ahí asambleas de
afectados y plataformas en redes sociales de tal o cual oposición, lo que
denota cómo se han hecho las cosas. Pero también será grotesco repetir una
prueba “por falta de aprobados”, con la que está cayendo, y poniendo en tela de
juicio la cualificación profesional de quienes ya trabajan en el servicio al
que optan. Esto no es un concurso literario donde puedan quedar desiertos los
premios por mala calidad de los trabajos presentados. ¿O sí? Visto lo visto, el
sistema que nunca ha fallado es el de los médicos MIR: igualdad, mérito,
capacidad, temario y programa, organización minuciosa por especialistas,
sistema de selección conocido, normativa clara para impugnar preguntas y diseño
de adjudicación de plazas sin resquicio de duda. Conviene tomar nota.
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