miércoles, 3 de mayo de 2017

La marcha roja



     A comienzos de los años setenta del siglo XX Hassan II atravesaba en Marruecos dificultades internas que amenazaban su trono, sufriendo incluso alguna asonada militar. Necesitaba un golpe de efecto que desviara la atención involucrando patrióticamente a la población marroquí y esperó pacientemente el momento oportuno: el régimen franquista español estaba moribundo, no solo por la enfermedad terminal del dictador, sino por las incógnitas de toda índole que acechaban al país tras su desaparición. El monarca alauí aprovechó maquiavélicamente este momento de debilidad con su “hermano” Franco (con el que tantas veces había ido de caza) en su lecho de muerte y lanzó a su población a invadir el Sahara. Era la marcha verde.
     El anuncio de Pablo Iglesias en su coral comparecencia enchaquetada  de presentar una moción de censura contra el gobierno de Rajoy guarda una inquietante similitud estratégica con aquel episodio ya histórico. Es evidente que esta moción estaría abocada al fracaso si el objetivo real fuese tumbar el gobierno del PP; pero tiene visos de triunfar su verdadera finalidad: laminar la ya maltrecha socialdemocracia española y erigirse definitivamente como fuerza hegemónica de la izquierda y oposición única. El previsible voto en contra socialista será presentado a sus huestes más adeptas y activas (los desheredados de la crisis y los jóvenes con futuro incierto) como poderoso argumento de que izquierda solo hay una. También Podemos ha aprovechado la coyuntura en que los socialistas atraviesan su peor momento, con un partido dividido y descabezado, con escasa capacidad de respuesta a tres semanas de sus primarias. También Iglesias se ha desembarazado previamente de los conflictos internos que amenazaban su trono, defenestrando a Errejón y tomando la calle con un “tramabús” decorado con la figura de Felipe González para soliviantar aun más a sus otrora “amigos” de la izquierda. Todo programado. Con los errejonistas  semiliquidados, con IU fagocitada de facto, Pablo Iglesias está diseñando escenarios propicios para potenciar aceleradamente esa marcha roja que siga trasvasando a sus intereses anexionistas efectivos desde las deslavazadas filas socialistas de las que tan hábilmente se nutre para lograr que el PSOE tienda a fuerza testimonial (como ha sucedido en Grecia, en el resto de Europa, o como el Frente Polisario en el Sahara, desplazados por la marcha verde). Para convertirse en un Alexis Tsipras en versión hispánica, usará también el Congreso desnaturalizando los instrumentos democráticos (como una moción de censura sin programa de gobierno alternativo ni candidato designado). Así conseguirá Iglesias largos momentos de gloria desde la tribuna de oradores para compensar su actual irrelevancia parlamentaria, que seguro que aderezará con algún que otro gesto para la galería, de esos que salen en las portadas.
     A Julio Anguita en sus buenos tiempos llegaron a llamarle el “califa rojo” por su largo reinado cordobés. Este de momento no pasa de jeque aventajado, pero hay que reconocerle al politólogo profesional una intrepidez inusitada en su meditada marcha roja tratando de conseguir con subterfugios político-mediáticos de dudosa ética lo que aún no le han dado las urnas. Concibe la política como ese juego de tronos que tanto le gusta y se detiene poco en las posibles consecuencias adversas de sus osadías, porque de salirle mal esta jugada, la torta puede ser monumental.

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