A comienzos de los años setenta del siglo
XX Hassan II atravesaba en Marruecos dificultades internas que amenazaban su
trono, sufriendo incluso alguna asonada militar. Necesitaba un golpe de efecto
que desviara la atención involucrando patrióticamente a la población marroquí y
esperó pacientemente el momento oportuno: el régimen franquista español estaba
moribundo, no solo por la enfermedad terminal del dictador, sino por las
incógnitas de toda índole que acechaban al país tras su desaparición. El
monarca alauí aprovechó maquiavélicamente este momento de debilidad con su
“hermano” Franco (con el que tantas veces había ido de caza) en su lecho de
muerte y lanzó a su población a invadir el Sahara. Era la marcha verde.
El anuncio de Pablo Iglesias en su coral
comparecencia enchaquetada de presentar
una moción de censura contra el gobierno de Rajoy guarda una inquietante
similitud estratégica con aquel episodio ya histórico. Es evidente que esta
moción estaría abocada al fracaso si el objetivo real fuese tumbar el gobierno
del PP; pero tiene visos de triunfar su verdadera finalidad: laminar la ya maltrecha
socialdemocracia española y erigirse definitivamente como fuerza hegemónica de
la izquierda y oposición única. El previsible voto en contra socialista será
presentado a sus huestes más adeptas y activas (los desheredados de la crisis y
los jóvenes con futuro incierto) como poderoso argumento de que izquierda solo
hay una. También Podemos ha aprovechado la coyuntura en que los socialistas
atraviesan su peor momento, con un partido dividido y descabezado, con escasa
capacidad de respuesta a tres semanas de sus primarias. También Iglesias se ha
desembarazado previamente de los conflictos internos que amenazaban su trono,
defenestrando a Errejón y tomando la calle con un “tramabús” decorado con la
figura de Felipe González para soliviantar aun más a sus otrora “amigos” de la
izquierda. Todo programado. Con los errejonistas semiliquidados, con IU fagocitada de facto, Pablo
Iglesias está diseñando escenarios propicios para potenciar aceleradamente esa
marcha roja que siga trasvasando a sus intereses anexionistas efectivos desde
las deslavazadas filas socialistas de las que tan hábilmente se nutre para
lograr que el PSOE tienda a fuerza testimonial (como ha sucedido en Grecia, en
el resto de Europa, o como el Frente Polisario en el Sahara, desplazados por la
marcha verde). Para convertirse en un Alexis Tsipras en versión hispánica,
usará también el Congreso desnaturalizando los instrumentos democráticos (como
una moción de censura sin programa de gobierno alternativo ni candidato
designado). Así conseguirá Iglesias largos momentos de gloria desde la tribuna
de oradores para compensar su actual irrelevancia parlamentaria, que seguro que
aderezará con algún que otro gesto para la galería, de esos que salen en las
portadas.
A Julio Anguita en sus buenos tiempos llegaron
a llamarle el “califa rojo” por su largo reinado cordobés. Este de momento no
pasa de jeque aventajado, pero hay que reconocerle al politólogo profesional una
intrepidez inusitada en su meditada marcha roja tratando de conseguir con
subterfugios político-mediáticos de dudosa ética lo que aún no le han dado las
urnas. Concibe la política como ese juego de tronos que tanto le gusta y se
detiene poco en las posibles consecuencias adversas de sus osadías, porque de
salirle mal esta jugada, la torta puede ser monumental.
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