miércoles, 10 de mayo de 2017

Literatura basura



Ahora que con el extinto mes de abril han finalizado casi todas las ferias del libro tal vez convenga hacer alguna pequeña reflexión sobre los gustos lectores de la población. Estamos acostumbrados a esas nefastas estadísticas que nos sitúan sistemáticamente en los últimos lugares de los rankings que miden el número de libros leídos por habitante y año (donde ocupa un lugar destacado el epígrafe de cero libros). Me gustaría que esos estudios fueran algo más explícitos y pudiéramos vislumbrar qué consumen exactamente los que leen poco o muy poco. Porque las cifras de ventas de las ediciones más publicitadas  solo son un indicativo de que el título en cuestión llega a toda la población lectora, pero no presupone en absoluto, por ejemplo, que ese sea el libro que leen quienes solo lo hacen una vez al año. Es decir, muy posiblemente haya muchos/as que hayan leído “¡Digo! Ni puta ni santa” (las memorias de “la Veneno”) y no la novela de Fernando Aramburu “Patria”, que es líder de ventas. Las cifras de audiencia televisiva de programaciones degradantes, por colateralidad, invitan a pensar así.
     Ciertamente el apartado de memorias  está infectado de títulos con destino a  esos segmentos sociales interesados en banalidades y cotilleos,  donde advierto un doble y perverso fenómeno, a cual más zafio: por un lado las autobiografías han perdido ya su verdadero carácter y se han convertido en un medio espurio y fraudulento para que cualquier gaznápiro gane dinero a espuertas con la edición de “sus memorias”.  Y por otro ya también son legión los políticos  retirados -o más o menos defenestrados- ávidos de dar “su versión de los hechos”  tratando de ensalzar los argumentos que en su día no nos convencieron. Son memorias que conllevan su parte de fraude, presentando medias verdades que en su día fueron medias mentiras (o mentiras enteras); es un negocio editorial que satisface el morbo por conocer en qué nos engañaron nuestros gobernantes, qué ases tuvieron en la manga y por qué no hicieron tal o cual cosa.
   Pero a  mi juicio existe un problema mayor. Porque no solamente se comercializa una literatura específica para lectores demandantes de morbo. La crisis, la globalización y la digitalización han irrumpido en la literatura haciendo que los escritores se plieguen a intereses editoriales con temáticas estandarizadas de escasa originalidad. Incluso en la literatura “buena” se advierte esa falta de creatividad que denota la obligación de escribir una novela al año. Los lenguajes son poco reflexivos y no transmiten pasión, por muy famoso que sea el escritor. En esta literatura eminentemente comercial y de moda estarían las sagas y las trilogías (Harry Potter, el Señor de los Anillos… incluso “Cincuenta sombras de Grey”), escritos en una prosa escolar simple e insulsa con poca intención de buscar la belleza del lenguaje. Es lastimoso que algunos buenos escritores con esta literatura se hayan convertido en meros escribidores por encargo.
   Por eso yo estoy leyendo ahora “El secreto del agua” de Tomás Martín Tamayo (escritor de la tierra, de pata negra) donde los personajes no son de telenovela, donde se transmite pasión con un lenguaje cuidado y donde la reflexión y el ingenio que rezuma harían imposible escribir la novela en tres meses.

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