Con
intención de documentarme sobre el cansino “problema catalán”, he recurrido a
mi biblioteca, desempolvando después de más de treinta años el tratado de Jean
Touchard “Historia de las ideas políticas”. También he contrastado diversas
opiniones más recientes de pensadores, estadistas y políticos al respecto para
tratar de afianzar un criterio propio. ¿Qué es realmente una nación? La
definición que más me ha llamado la atención es: “una nación es lo que los
nacionalistas creen que es una nación”. El aforismo se debe a filósofo Roberto
Augusto, que continúa: “El nacionalismo es una religión política. Sus
seguidores son creyentes en una “nación” que sólo existe en sus mentes.
“Cataluña” o “España” son mucho más plurales y ricas que la visión
simplificadora que los nacionalistas tienen de ellas. Esta naturaleza
irracional del nacionalismo es lo que hace tan difícil un diálogo con sus
partidarios”.
Pero el caso es que se suele buscar mayor
apoyo a esto de la nación, y se cita el territorio, la historia, la lengua, la
tradición… premisas con las que podía ser perfectamente una nación, por ejemplo, el Val de Xálima, al norte de Extremadura:
mañegos, valverdeiros y lagarteiros solo tienen que desarrollar unas sencillas
estrategias de adoctrinamiento y propaganda para conseguirlo. Tras la definición simplista y estereotipada que
dio Pedro Sánchez en el debate de primarias del PSOE al ser inquirido por Patxi
López, el ya flamante secretario general socialista ahora ha impuesto en el
congreso de su partido el concepto de “nación de naciones”, una especie de
rizado de rizo con el que contentar al mayor número posible de futuros votantes
por la izquierda y el nacionalismo para sus proyectos de nueva mayoría
parlamentaria. ¿Qué naciones? ¿La nación riojana o la murciana, o también la
extremeña? Este engendro conceptual y semántico no tiene parangón, ni siquiera
en estados ampliamente descentralizados: ni los estados de la unión americana,
ni los cantones suizos ni los lands alemanes reciben el apelativo de naciones,
y muchos socialistas saben que esto es un camelo, pero los antiguos críticos
parecen estar en estado catatónico y asumen un “laissez faire” para mostrar por
inacción una ilusoria unidad en el “nuevo PSOE”.
Yo creo que tanto las ideas perdurables como las
políticas de un partido serio nunca pueden estar supeditadas a la oportunidad
de un momento histórico determinado. Y en este caso nos encontramos con un
ideario oportunista claramente influenciado por otras formaciones, para
facilitar un “encaje” diferente -de los que más chillan- al que consagra el
título 2 de la Constitución: “la indisoluble unidad de la Nación española, patria
común e indivisible de todos los españoles”. Si allí se habla de
nacionalidades y regiones es en sentido cultural para incidir en la diversidad.
El concepto de “nación de naciones”, por el contrario, marca distancias en el ámbito
jurídico-político, y se infieren unos nuevos sujetos políticos propios de la
soberanía de los Estados. Querer reformar la Constitución para incluir estos
transcendentes matices es más gordo de lo que Sánchez piensa, cegado con llegar
al poder por la vía rápida: la de alianzas contra-natura ante la quimera de
ganar unas elecciones.
En fin, voy a tomarme un vino de pitarra con
torta del Casar, productos nacionales. Hagamos patria, que está de moda.
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