La sensibilidad ante la lacra que suponen
los incendios forestales que diezman nuestros territorios se ha incrementado
notablemente en los últimos tiempos. Parece que por fin se va tomando
conciencia de la irreparable pérdida que supone una superficie quemada, pérdida
que va mucho más allá del espectáculo visual de grandes extensiones de árboles
calcinados. Todavía este desastre estético es la única consecuencia que
advierten algunos ciudadanos, justamente indignados pero de forma muy
simplista.
Conviene que todo el mundo sepa que ese impacto
medioambiental puede ser devastador al interrumpirse los ciclos naturales de
los bosques, lo que lleva a la desaparición de especies nativas. Los
incendios aumentan los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera,
contribuyendo al efecto invernadero y al cambio climático. Además, generan
cenizas y destruyen nutrientes. Los ecosistemas quedan tremendamente afectados
y las especies de la zona deben buscar otro nuevo hábitat para poder vivir,
algo complicado ya que el manto vegetal desaparece casi por completo. En
definitiva, se destruye la biodiversidad, aumenta la desertificación y la
contaminación de las aguas y de la
atmósfera. La recuperación de los bosques dañados en ocasiones es casi
imposible o puede tardar varias décadas, que se lo pregunten a los vecinos de
Sierra de Gata y Hurdes, comarcas asoladas reiteradamente por fuegos casi
siempre provocados.
He dejado para el final otra grave
consecuencia de los incendios: los fuegos multiplican la erosión del suelo al
despojarlo de su capa vegetal, lo que ocasiona que sin esta sujeción natural,
las lluvias torrenciales arrastran todo a su paso provocando avalanchas,
inundaciones y corrimientos de tierra. Todo apunta a que esta puede haber sido
la causa de la tragedia que ha acabado con una familia dombenitense en el Valle
del Jerte, tres meses después del incendio que durante 15 días asoló la zona de
Garganta de los Papuos. Los efectos sobre las personas no solo pueden ser
inmediatos, como esas más de 60 víctimas en Pedrógão Grande del mes pasado,
sino que acechan en el tiempo alargando su saga de destrucción y muerte una vez
sofocado el fuego.
Es verdad que el Código Penal tras su
reforma en 2015 incrementó las sanciones aplicables en los delitos de incendios
forestales, pero estas suelen quedarse en meras penas por daños. ¿Imaginan que
se demostrara que el incendio del Jerte del mes de abril tiene un culpable?
Pues sería sancionado con multa, quedando impunes estas cuatro muertes como
producto de la fatalidad. La legislación sigue requiriendo un adecuamiento al
impacto tremendo de los fuegos (provocados en un 80%) y no puede quedarse en
modo alguno en esa Ley de Montes reformada que permite recalificar áreas
quemadas que, curiosamente, podría conducir a un incremento de los incendios.
Les confieso que el fallecimiento de José y
Macarena junto a sus hijas Macarena y Lourdes, amantes de la Naturaleza, de
nuestros paisajes y recursos ambientales me ha impactado profundamente como
extremeño igualmente amante de un medio natural en donde se debe encontrar lo
que uno entienda por autenticidad, belleza, sosiego y calma; también aventura. Pero nunca la
muerte.
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