miércoles, 12 de julio de 2017

Incendios forestales: también muertes diferidas



     La sensibilidad ante la lacra que suponen los incendios forestales que diezman nuestros territorios se ha incrementado notablemente en los últimos tiempos. Parece que por fin se va tomando conciencia de la irreparable pérdida que supone una superficie quemada, pérdida que va mucho más allá del espectáculo visual de grandes extensiones de árboles calcinados. Todavía este desastre estético es la única consecuencia que advierten algunos ciudadanos, justamente indignados pero de forma muy simplista.

   Conviene que todo el mundo sepa que  ese impacto medioambiental puede ser devastador al interrumpirse los ciclos naturales de los bosques, lo que lleva a la desaparición de especies nativas. Los incendios  aumentan  los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera, contribuyendo al efecto invernadero y al cambio climático. Además, generan cenizas y destruyen nutrientes. Los ecosistemas quedan tremendamente afectados y las especies de la zona deben buscar otro nuevo hábitat para poder vivir, algo complicado ya que el manto vegetal desaparece casi por completo. En definitiva, se destruye la biodiversidad, aumenta la desertificación y la contaminación de las aguas y  de la atmósfera. La recuperación de los bosques dañados en ocasiones es casi imposible o puede tardar varias décadas, que se lo pregunten a los vecinos de Sierra de Gata y Hurdes, comarcas asoladas reiteradamente por fuegos casi siempre provocados.

   He dejado para el final otra grave consecuencia de los incendios: los fuegos multiplican la erosión del suelo al despojarlo de su capa vegetal, lo que ocasiona que sin esta sujeción natural, las lluvias torrenciales arrastran todo a su paso provocando avalanchas, inundaciones y corrimientos de tierra. Todo apunta a que esta puede haber sido la causa de la tragedia que ha acabado con una familia dombenitense en el Valle del Jerte, tres meses después del incendio que durante 15 días asoló la zona de Garganta de los Papuos. Los efectos sobre las personas no solo pueden ser inmediatos, como esas más de 60 víctimas en Pedrógão Grande del mes pasado, sino que acechan en el tiempo alargando su saga de destrucción y muerte una vez sofocado el fuego.

     Es verdad que el Código Penal tras su reforma en 2015 incrementó las sanciones aplicables en los delitos de incendios forestales, pero estas suelen quedarse en meras penas por daños. ¿Imaginan que se demostrara que el incendio del Jerte del mes de abril tiene un culpable? Pues sería sancionado con multa, quedando impunes estas cuatro muertes como producto de la fatalidad. La legislación sigue requiriendo un adecuamiento al impacto tremendo de los fuegos (provocados en un 80%) y no puede quedarse en modo alguno en esa Ley de Montes reformada que permite recalificar áreas quemadas que, curiosamente, podría conducir a un incremento de los incendios.

   Les confieso que el fallecimiento de José y Macarena junto a sus hijas Macarena y Lourdes, amantes de la Naturaleza, de nuestros paisajes y recursos ambientales me ha impactado profundamente como extremeño igualmente amante de un medio natural en donde se debe encontrar lo que uno entienda por autenticidad, belleza, sosiego y calma; también aventura. Pero nunca la muerte.

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