miércoles, 5 de julio de 2017

Posverdad



     Sé que el lenguaje es un ente vivo, sujeto a evoluciones y condicionamientos de la realidad, y que el diccionario está obligado a recoger aquellos términos que han tomado carta de naturaleza en la calle. Pero también reconozco que no soy  propenso al uso de neologismos y palabros cuando ya perviven en el idioma expresiones  concisas que uno puede emplear con propiedad sin recurrir a esnobismos; ni tampoco soy proclive al uso de vocablos ya existentes para definir cosas distintas,  por mucho que las modas idiomáticas así lo consagren: puede ser esto consecuencia de que aprendí lengua y literatura con Fray Antonio Corredor y esto me haya imbuido de un cierto inmovilismo.
     Recuerdo ahora cuando se puso de moda la palabra “sistémico”, que al parecer valía tanto para apellidar a un insecticida como la hipertensión arterial o al riesgo económico de una multinacional en crisis. Y no digamos la expresión “carácter lúdico”, que he visto emplear  hasta en la publicidad de un tanatorio para anunciar sus actividades y servicios.  La potencia que ha adquirido el mundo de la comunicación en las últimas décadas puede ser la causante de este fenómeno. El periodismo es mucho más vivo y dinámico que una novela a la hora de acuñar nuevos términos, a lo que cabe añadir el impulso adquirido por las redes sociales como caja de resonancia y amplificación. Y, cómo no, la política como campo de experimentación continuo de términos enrevesados muy acordes con la propia naturaleza sucia y confusa de esta actividad pública.
   El paradigma palpable de todo esto, donde quería llegar, es la machacona palabra “posverdad”, que no puede ya dejar de emplear quien quiere tener presencia en la pomada de la actualidad. Pero ya advirtió de sus peligros Juan Antonio Vera en un gran artículo sobre posverdad y periodismo.  La posverdad se ha definido  in extenso como un contexto cultural en el que la contrastación empírica y la búsqueda de la objetividad son menos relevantes que la creencia en sí misma y las emociones que genera a la hora de crear corrientes de opinión pública. Muchos rodeos me parecen a mí para obviar una palabra neta, diáfana y sin aristas: la mentira. Ejemplos recientes de posverdades fueron las campañas de Trump y del “Brexit” basadas en la mentira y la manipulación. O la posverdad separatista catalana apoyada en el “Espanya nos roba”. Posverdad fue llamar “desaceleración” a lo que era una crisis galopante. Posverdad fueron las armas de destrucción masiva inexistentes que propiciaron una invasión y un mundo más inseguro. La posverdad difumina la barrera que siempre debería ser nítida entre la verdad y la mentira para no llevarnos a engaño, que a la postre es lo que se trata de conseguir: engañar, falsear, tergiversar, adulterar, deformar, ocultar, manipular… fíjense si es rico el castellano.
     La verdad siempre estará ahí aunque sea independiente de nuestras opiniones, dijo Platón en su mito de la caverna. Y a ella deberían llevarnos los políticos y los informadores de verdad, en lugar de los adalides de esa disfrazada posverdad: populistas y creadores de opinión a sueldo. Despojemos a la mentira de su envoltorio cifrado y llamemos al pan, pan y al vino, vino. Ahora, con su permiso, me voy a leer a Quevedo.

No hay comentarios :

Publicar un comentario