“Antes que ser infeliz prefiero ser
sordociego”. Esta no es una sentencia propia de esas recopilaciones de máximas
orientales; tampoco está sacada de un algún compendio de pensamientos de Paulo
Coelho, ese escritor a quien se atribuyen falsamente en las redes sociales decenas
de sensibleros párrafos para “reflexionar”. No. Lo pudimos escuchar en directo
con arrasadora sinceridad cientos de
extremeños la semana pasada de boca de otro joven paisano, Javier García
Pajares, al ser galardonado con uno de los premios “Extremeños de HOY” que
otorga anualmente este diario.
Y desde entonces vengo dándole vueltas a
este concepto tan universal y controvertido a la vez de la felicidad y a las
causas que cotidianamente atribuimos a su ausencia. Somos infelices porque se
chafa meteorológicamente un fin de semana propicio para una escapada; hay lunes
que se asiste al centro de trabajo completamente infeliz porque se ha hundido
la bolsa dejando nuestras inversiones suspirando, cuando nos deja una novia o
novio… Se podría concluir entonces que la infelicidad surge cuando se pierde o
tambalean status y cosas sobre las que teníamos expectativas positivas; es
decir, que de no tener novia, intención de salir de finde o fortuna en la bolsa
existirían menos posibilidades de sufrir fracasos que mermen nuestra felicidad.
No existe en el mundo un concepto
tan relativo como este. No hay más que ver la cara encendida de un niño del
tercer mundo al recibir un cachivache, cuando lo más posible es que no tenga
cubiertas las mínimas condiciones alimenticias y sanitarias. Concluyendo, no se es más feliz por conquistar más
posesiones. Ser feliz es autorrealizarse –como teorizaba Abraham Maslow con su
pirámide motivacional-, poder alcanzar las metas propias de un ser humano aun
sin ver ni oír, como en el caso de Javier. Lo que ocurre es que esta convicción
está muy alejada de la extendida filosofía marxista (¡pero de Groucho Marx!)
que dice que la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña
mansión, una pequeña fortuna… Cuando lo cierto es que la felicidad humana generalmente se logra con esas pequeñas cosas de verdad que ocurren
todos los días en lugar de con grandes golpes de suerte, que acaecen pocas
veces.
Gestionar nuestro día a día enfocándolo a la consecución de metas
deseadas (como alcanzar una beca Erasmus siendo sordociego) puede estar en la
base de esa búsqueda universal. Algunos psicólogos incluso han tratado
de caracterizar el grado de felicidad mediante diversos tests, llegando a
definirla como una medida de bienestar subjetivo (autopercibido) que influye en
las actitudes y el comportamiento de los individuos. Las personas que tienen un
alto grado de felicidad muestran generalmente un enfoque positivo del medio y
se sienten motivadas para conquistar nuevas metas. La motivación de logro no se
pierde por tener grandes carencias sensoriales o de otro tipo. Creo que quienes
nos emocionamos el pasado jueves con la intervención de Javier hemos aprendido quizá
que ser feliz no es fingir que lo somos ante los demás, como muchas veces se
hace. Javier García Pajares nos ofrece con humildad una poderosa enseñanza
llena de verdad, coincidente con Jean Paul Sartre: la
felicidad no consiste en hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace.
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