Al
exconseller de Presidencia Josep Rull la comida de la prisión le ha hecho
sufrir mucho. Ciertamente debe ser un suplicio no poder elegir menú de
restaurante de cuatro tenedores. Los cocidos “de aquellos intensos” al pobre le
producían flatulencias. Según ha contado
era frustrante no poder comer con cubiertos metálicos ni tener una copa
de vino acompañando el bocado. Igualmente fue terrible tener que quitarse el
anillo de casado y escuchar el himno nacional en los móviles de los guardias
civiles; en resumen, sus 32 días de cárcel han sido “una experiencia
espeluznante”, donde cita hasta las misas en castellano que le resultaban “muy
raras”.
Admitiendo que la privación de libertad no
debe ser agradable para nadie, a muchos nos parece que los comentarios
apocalípticos de este flojeras separatista ante un cautiverio light en la mejor
prisión del Estado no son más que una reacción infantiloide de quien ha llevado
hasta ahora una vida refinada y señorial, de chóferes y hoteles, de privilegios
y servidumbre, queriendo aparecer como el prisionero de guerra que presume ante
sus acólitos de haber escapado de las garras del enemigo. Lo que han “sufrido”
los políticos liberados –que en su día deberán ser juzgados por sus delitos, no
lo olvidemos- no es más que un baño de realidad: han visto en versión de prueba
lo que sucede al saltarse olímpicamente el ordenamiento jurídico con absoluto
desprecio del respeto a la norma.
Pero a pesar de la evidencia que han experimentado
en sus carnes estos políticos durante un mes, y como relataba Platón en su famosa
alegoría contenida en La República, es más fuerte la tendencia a creerse su
propia mentira y, curiosamente, al salir de prisión han vuelto de nuevo a la
caverna que consideran su existencia real al amparo de sus ilusiones y deformadas
imágenes. Otro dato revelador de lo que argumento: el señor Rull y el resto de
exconsellers se “hundían” en Estremera al leer la prensa española y solo
encontraban alivio con los diarios El Punt Avui y Ara; es decir, se sentían a
salvo con las sombras de la caverna con las que se han identificado hasta
desmentir cualquier atisbo de realidad distinta. Con esta irrefrenable
tendencia a la autoafirmación juegan los medios de comunicación soberanistas -en
especial TV3- y otras asociaciones “culturales”, cuyos dirigentes saborean en
estos momentos los menús flatulentos de Soto del Real.
El
21D lo que se dilucida en definitiva es saber cuántos ciudadanos están
dispuestos a salir de la caverna y comprobar que existe una realidad diferente
a las sombras fantasmagóricas que hasta ahora han considerado su particular
existencia, esa proyección de posverdades en la pantalla confusa de sus
emociones disfrazadas de patria que tan hábilmente han maquinado los
arquitectos del secesionismo. Comprobaremos hasta qué punto esas sombras del
“procés” siguen constituyendo el mundo irrenunciable de un sector importante
del electorado enfrentado a cualquier raciocinio proveniente del exterior que
contravenga sus inercias.
No hay comentarios :
Publicar un comentario