miércoles, 22 de marzo de 2017

Periodismo y botija



   Hay un viejo dicho castellano –algo malsonante- que ya usaba profusamente D. Diego Torres Villarroel allá por siglo XVIII: “peer en botija para que retumbe”, aplicado a quienes no quieren ser menos.  El Complejo Cultural Santa Ana de Almendralejo,  adscrito a la universidad extremeña, ha sido el primero en solicitar formalmente para la capital de Tierra de Barros los estudios de periodismo con documentados informes y un avanzado proyecto que incluye la financiación. A renglón seguido de esta iniciativa, la Universidad se ha pronunciado manifestando que “desde hace tiempo” está proyectado implantar este grado en la ciudad de Badajoz. Poco después Plasencia también se ha postulado para albergar estos estudios, y finalmente Cáceres, aduciendo su tradición académica en carreras de Letras y Humanidades; es verdad que la Asociación de la Prensa ya pidió este grado para el campus cacereño hace años.  Este cúmulo de ofrecimientos me ha hecho recordar con cierta nostalgia las revueltas callejeras acaecidas hace 45 años para dirimir qué ciudad se llevaba a su seno la anunciada Universidad Hispanoamericana de Extremadura, teniéndose que adoptar al final la literalmente salomónica decisión de dividir la misma en dos semidistritos provinciales, solución lógica que ya debió contemplarse en el proyecto de Ley.
     Pero con independencia de la ubicación física elegida finalmente para esta carrera, cabría preguntarse si no nos estará afectando el síndrome de “el último de la fila”; es decir, el terror a aparecer como la única comunidad autónoma que no dispone de estos estudios en su territorio (cosa que de momento no sucede: ni Asturias ni La Rioja los imparten), lo cual nos impulse también a querer “peer en botija”. Al parecer son unas decenas de estudiantes extremeños los que deben salir a otra universidad para cursar periodismo -como Ingeniería de Caminos u Odontología, por ejemplo, la oferta nunca puede ser completa-. Incluso es posible que ciertas comarcas al norte del Tajo o estudiantes con buen expediente prefieran la solvencia y prestigio de la Complutense o la Pontificia de Salamanca antes que un nuevo centro en Badajoz (pues está cantado que sería allí, que es donde más retumba la botija). Es probable que la demanda aumentara al disponer del grado en la región. 
     En todo caso, esos informes de viabilidad que dicen que existen deberían ser públicos para que el debate no quedara circunscrito al ámbito académico y sus intereses: la sociedad (y muy especialmente los profesionales del gremio informativo) tendría que opinar y poner de manifiesto las necesidades reales. Finalmente, no me quería meter mucho en la salida laboral actual de los graduados en periodismo y las condiciones profesionales/económicas que deben soportar quienes salen de estas facultades en bastantes casos: abuso de becarios, precariedad laboral, subempleo y hasta autocensura por miedo a perder el trabajo ante presiones. Como extremeños nos alegrará que haya un nuevo campo para la formación de nuestros jóvenes en el mundo de la información, pero no tanto que esto sea otra nueva franquicia de paro y precariedad; si existen nuevos enfoques vanguardistas en un periodismo adaptado a las nuevas tecnologías digitales y tratamientos de la información que posibilite especialidades de mayor inserción en contraposición a la visión más clásica, debería buscarse denodadamente en el nuevo grado. Todo menos lo de la botija.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Violencia y cultura



  


 En estas incompletas dos primeras décadas del Siglo XXI, la Humanidad vive una situación paradójica: nunca antes se había repudiado la violencia con tanto énfasis y, sin embargo, el imperio de esa violencia invade el día a día del mundo a diferentes niveles. Del siglo XX  se puede efectuar un siniestro balance de todo tipo de fanatismos, conflictos religiosos, guerras mundiales, odios étnicos, aniquilamientos raciales… Pero el desarrollo de actividades generadoras de brutalidad y delincuencia (como el tráfico de armas, de drogas o de seres humanos), así como el terrorismo internacional no se han detenido y siguen encontrando en nuestros días un abono especialmente útil para su propagación, sin olvidar que la violencia también se genera por omisión: ahí tenemos el lacerante abandono de los refugiados.

   No solamente nos invade la violencia lejana de las noticias bélicas que vemos en televisión; es también peligrosa esa violencia silenciosa que  acecha en los entornos más próximos, esa rudeza latente en todo lo cotidiano que los teóricos llaman “violencia estructural”,  que emana de las relaciones sociales, no siempre basadas en la igualdad y en el afecto. Se llega fácilmente a las manos por la disputa de un “ceda el paso”. Aquí podríamos incardinar la pesadilla que viven miles de mujeres sojuzgadas por la represión psicológica y física que por desgracia termina en tragedia con una frecuencia inasumible.

   La violencia –global o doméstica- se achacaba en el pasado a coyunturas sociales con grandes déficits culturales, donde era difícil encontrar otro medio para dirimir diferencias que no fuera la mera imposición de la fuerza. Actualmente conocemos un desarrollo cultural sin parangón en la historia anterior de la Humanidad, desde la práctica erradicación del analfabetismo  hasta un despliegue inimaginable de  medios tecnológicos que han puesto a la cultura y el saber al alcance de todos, pues llevamos permanentemente una enciclopedia universal en el bolsillo. Por tanto, algo está fallando en este proceso: sería esperable que la cultura influyera en los sistemas de valores, esos que internalizados por los miembros de la sociedad, explicarían conductas basadas en el diálogo y el sentido constructivo en los diversos ámbitos de convivencia.  ¿Por qué eso sigue siendo utópico? La realidad  muestra que los modernos canales de culturización han sido colonizados en buena medida por el populismo y el adoctrinamiento (cuando no por el espionaje de la CIA o del Kremlin). Las masas son más vulnerables que nunca, mostrándose aborregadas ante el modo  en que los medios masivos de comunicación y propaganda manipulan su voluntad; ya ni los referéndums son garantía de medidas verdaderamente democráticas ante la información truculenta y dirigida por la ingeniaría del poder. La basura de las programaciones es engullida de forma pasiva por  mentes cada vez más embotadas y sin criterio. La cultura más visible es la que encumbra al poder y el dinero como modelos sublimados que llevan sin remedio a crecientes marginalidades, envidias y odios como potentes focos de injusticia. Pepe Mújica fue solo un conato secundario de esperanza, como Gandhi, Mandela o Teresa de Calcuta. El mundo  encumbra a personajes como Erdogan, Putin o Donald Trump, que ejercen impunemente su influencia con nuestra globalizada aquiescencia.

miércoles, 8 de marzo de 2017

Meretrices de silicona



     En mis tiempos mozos uno de los autores más venerados fue Isaac Asimov, al que identificaba como un digno sucesor de Julio Verne; su ciencia-ficción tenía ese inquietante posibilismo que otorga al lector más credibilidad a la ciencia que a la ficción en sus  novelas. En los años setenta del siglo XX, cien años después del Nautilus, la concepción de Asimov de la inteligencia artificial se me antojaba tremendamente virtual, con la sola duda de si alcanzaría a presenciar aquellos vaticinios en el transcurso de mi existencia. 
      He recordado con nostalgia aquellas lejanas lecturas adolescentes al conocer la noticia de que el oficio más antiguo del mundo no escapa a las transformaciones tecnológicas, pues en Barcelona ha abierto un prostíbulo de élite donde chicas hiperrealistas de silicona de distintas razas ofrecen sus servicios sexuales a 80 euros la hora. Puede que en un futuro próximo estos engendros eróticos sean capaces de jadear y a las casas de lenocinio les pase como ahora a los bancos, donde los cajeros automáticos están desplazando a los empleados de carne y hueso por mero ahorro de costes.

     Es una evidencia que la tecnología ha avanzado muy deprisa y hoy es normal encontrarnos con aplicaciones robotizadas que facilitan infinidad de tareas en cualquier actividad, desde la agricultura hasta el transporte, y solo estamos en una etapa incipiente de lo que puede ocurrir dentro de un par de décadas. A la vista de esto se me ocurren dos argumentos de debate. Por un lado, nos hemos lanzado a sustituir el hombre por la máquina sin profundizar en sus consecuencias a medio plazo, pues priman las premisas economicistas sobre todo lo demás: la producción es más barata en cadenas de montaje sin empleados, en gasolineras sin personal o en coches sin conductor. Muy bien. Pero ¿qué haremos con los excedentes de mano de obra? Se ha calculado que en Europa en los próximos diez años la robótica habrá destruido siete millones de empleos. 
    En realidad esta polémica es ya añeja y data de la primera revolución industrial. Los más optimistas dicen que las transformaciones tecnológicas siempre han implementado mayor bienestar y surgirán nuevos trabajos que reemplacen a los destruidos. Los pesimistas opinan que crecerá la desigualdad y se hundirán aun más las clases medias. No voy a entrar ahí, todavía no son claras las evidencias.  Pero sí estoy convencido, en cambio (segunda cuestión), de que se está derrochando lastimosamente la inteligencia “natural” para desarrollar la artificial sin haber conseguido primero que el raciocinio humano solucione los problemas más básicos de la Humanidad: hemos conseguido que un medicamento esté en la mano del farmacéutico en cinco segundos, pero no que miles de niños mueran de malaria en el tercer mundo. Los drones son capaces de optimizar cosechas y detectar plagas, pero 25.000 personas mueren diariamente a causa de la desnutrición. De momento ninguna App soluciona la soledad de muchas personas mayores ni evita el asesinato de una mujer cada tres días. La inteligencia (humana y/o robotizada) tendría que arreglar muchas cosas antes de ofrecer ir de putas virtuales.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Cielo extremeño






 Recientemente hemos asistido a la celebración de la Feria Internacional de Turismo Ornitológico (FIO 2017) en el Parque Nacional de Monfragüe, constituyendo este evento un ejemplo de cómo usar los recursos con los que la Naturaleza nos ha beneficiado, para favorecer el crecimiento económico de manera sostenible: ahí están esos 12.000 participantes, una vanguardia del turismo de naturaleza de alto standing, esos profesionales, expertos y empresas especializadas, esos más de 100 expositores, jornadas técnicas y encuentros diversos que redundarán en un mayor conocimiento a nivel mundial, no solo de nuestro Parque reserva de la biosfera, sino de otras comarcas extremeñas –que son muchas- con una biodiversidad única.
     Pero esta ornitología en auge no es más que un puntal más para el aprovechamiento de nuestros recursos. La Ley de Conservación de la Naturaleza extremeña contempla una amplia protección de espacios naturales (parques, reservas, paisajes, corredores ecológicos y de biodiversidad, ZEPAs, etc.). Más del 30% de nuestro territorio pertenece a la Red Natura 2000 y un alto porcentaje del turismo que recibimos lo hace precisamente atraído por nuestro envidiable medio natural y su excepcioinal grado de conservación. Somos quienes tenemos la mejor calidad del aire. Nuestra tierra es donde mejor se divisan las estrellas (Monfragüe ya es también Destino Starlight de Extremadura). Aquí se puede contemplar todavía trashumancia, se pueden hacer cientos de kilómetros cicloturistas o senderistas por diferentes paisajes y ecosistemas; Extremadura es un paraíso para la caza dentro de parámetros sostenibles y otras muchas actividades de aire libre. La gastronomía y el sabor general de un mundo rural todavía puro constituyen un atractivo más para darnos a conocer a crecientes masas de ciudadanos hastiados de vida urbana e insalubre, para los que el turismo rural constituye un gozoso escape. El cielo de nuestra tierra no debe ser menos alto que el de Castilla, porque además de haberlo levantado los campesinos de tanto mirarlo, como dijo una vez Delibes, lo vamos a seguir haciendo contemplando las aves y las estrellas. Añadamos a todo esto nuestro patrimonio histórico-artístico.
     Sabemos que los tejidos industriales en Extremadura son muy incipientes o referidos a transformaciones primarias y, no nos engañemos, es difícil revertir esta situación. No tenemos puerto de mar ni aeropuertos competitivos ni vías férreas con garantías. No tenemos tradición industrial ni práctica fabril a gran escala. Las chimeneas humeantes están ausentes de nuestro paisaje. Yo pienso, además, que maldita la falta que nos hace esto último, porque entonces Extremadura no sería la tierra que amamos. Claro que hay que reivindicar, en cambio, vías de comunicación dignas. El crecimiento de la riqueza y el empleo, ese mantra de nuestros tiempos, no solo se consigue a base de refinerías de petróleo o almacenes de residuos radiactivos. Otros que gestionen sus recursos económicos manufactureros y sus gases efecto invernadero. Pero nosotros tenemos seriamente que gestionar los nuestros, los que nos singularizan e identifican desde la sostenibilidad. Crecimiento económico y conservación no son conceptos antagónicos ni mucho menos, esto ya lo dijo Simon Kuznets, premio Nobel de economía hace décadas. Hay que rentabilizar y monetizar todo eso que tanto nos ha costado conservar: la Naturaleza es un gran motor de desarrollo y ahora estamos empezando a ver que la calidad de vida y la del bolsillo pueden avanzar juntas. Investiguemos, trabajemos y caminemos por ahí.