Hoy me he levantado algo
transcendente. Como en una fábula platoniana mis pensamientos esta noche (a
resultas seguramente de unas recientes lecturas en National Geographic) han percibido varios niveles de realidad que
coexisten bajo el techo de nuestras percepciones. De hecho, mis columnas suelen
madurar en esos vahídos confusos del
duermevela. Pues bien, en el nivel con más proximidad a esas realidades estarían
aquellos asuntos que nos atañen muy directamente: tenemos que pasar la ITV del
coche o ha bajado un 4% nuestro fondo de inversión. Hay otro nivel de realidad
que aparentemente no afecta tanto a nuestro día a día, pero que absorbe gran
cantidad de atención: a ver qué dice hoy Puigdemont, o Ciudadanos se está
comiendo al PP. Y finalmente hay asuntos que están ahí, seguro que más
transcendentes, pero que podríamos ignorar perfectamente –de hecho mucha gente
los ignora- porque en apariencia sus
efectos son tan diferidos que ni siquiera afectarían de forma grave a nuestra
generación: la superpoblación del planeta con su crisis alimentaria o el agrandamiento del agujero en la capa de
ozono.
Pero el futuro no es más que
una concatenación de presentes y es a este último nivel al que quería hoy
referirme porque, como ya dijo Albert Einstein, no pensamos habitualmente en
ese futuro, tal vez porque llega muy pronto. Hace años leí un ensayo de
paleoantropología escrito por Eduald
Carbonell bajo el título de “El nacimiento de una nueva conciencia”, donde en
forma de prospectiva sobre la evolución humana venía a vaticinar el colapso del Homo sapiens y la desaparición
de más de la mitad de sus individuos durante este mismo siglo si no se alcanza
“una auténtica conciencia de especie”. Hoy me sigo estremeciendo ante este augurio,
porque si somos incapaces de tener una conciencia grupal uniforme, si
cuesta trabajo ponerse de acuerdo dentro de un país o entre naciones
diferentes, imagínense la tarea que supone tener un criterio único dentro de la
especie humana. El director de Atapuerca indicaba en su libro que “es muy
posible que la crisis ecológica, la distribución desigual de los recursos y
otros factores, propicien un cuello de botella en la especie en el caso de que
el ser humano no reflexione y decida cambiar la tendencia actual”. Ni que decir
tiene que esa tendencia nos llevaría hacia la autodestrucción. Y entonces
todavía no estaba Trump, y el norcoreano estaba calladito.
De nada sirve que los sistemas
políticos tachen de pesimistas a los científicos. Se señala la superpoblación
como causa de ese colapso humano. Con 10.000 millones de terrícolas se harán
patentes las carencias energéticas y alimentarias, que multiplicarán las
enfermedades y patologías que ya existen hoy. No es ciencia-ficción: el
casquete del Ártico se descongelará por completo en pocos años. Si la
mentalización de Occidente ya era débil para emprender acciones correctoras
para evitar el calentamiento y la contaminación, la eclosión económica de India
y China, así como la era Trump, que está retirando a su país de los acuerdos
internacionales en esta materia, pueden ser la puntilla para nuestro querido
planeta azul.
Pero como a nosotros probablemente
no nos va a tocar, el que venga que detrás que arree. Esa es la “conciencia de
especie” imperante hoy día
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