Las nuevas tecnologías han traído como
efecto colateral el haber multiplicado exponencialmente las posibilidades de
meter la pata. En otras épocas, cuando se enviaba una carta convencional tenía
uno más tiempo no solo para releer el contenido, sino también para evaluar la
conveniencia real de enviarla; la papelera de reciclaje, corpórea, estaba
debajo de la mesa, donde a menudo recalaban arrugados nuestros conatos
epistolares. En un mundo de escasas virtualidades los tiempos de reflexión eran
mayores: había que salir a la calle, cubrir el trayecto hasta el “león” de
Correos y depositar allí nuestra carta, en aquel pequeño tobogán por el que nos
gustaba mirar para ver cómo la misiva iniciaba el periplo juguetón hasta su
destino, generalmente una sola persona. Ahora dependemos de un clic traicionero
e irreversible para poner en tiempo real nuestros pensamientos (que ninguno nos
es devuelto por señas incorrectas) en los buzones de cientos o miles de
personas que en ocasiones fatídicas no eran ni nuestros destinatarios. La
inmediatez de un comunicado es una rémora para una sosegada evaluación y un
impedimento para la reflexión serena. Que se lo pregunten a Carolina Bescansa
(la del niño de teta en el Congreso), con su futuro político arruinado por un
clic precipitado.
Claro que las prisas han sido malas
consejeras en todo tiempo y lugar. Recuerdo una vez que en la oficina redacté
una carta de disculpa dirigida a una señora que había puesto una reclamación; a
los dos días la tenía frente a mi mesa pidiendo nuevas explicaciones: en mi
despedida había puesto antes de mi firma “un salido”.
Pero ahora las meteduras de gamba han dejado
de ser anécdotas entre dos para convertirse en
“virales”, pues todo lo que sucede tiene millones de espectadores que no
estaban previstos, como cuando Nicolás Maduro dijo en un discurso aquello de que
“Cristo multiplicó los penes”. O la traición del subconsciente de Berlusconi
cuando afirmó haber gastado 200 millones de euros en jueces. Los ejemplos son
incontables: el “Viva Honduras” de Trillo, la indemnización en diferido de
Cospedal (que también afirmó haber trabajado mucho para “saquear” el país
adelante). Y lo de los micrófonos abiertos es el terror de los políticos: desde
las “dos tardes” de Jordi Sevilla con Zapatero, hasta el “coñazo de desfile”
que tenía Rajoy.
Con lo de las filtraciones yo tengo muchas
dudas, pues me niego a creer en esa inusitada permeabilidad de los grupos
humanos que me hacen recordar la ósmosis en clase de química del colegio. Creo
que más veces de las que pensamos trasciende lo que se quiere que se sepa pero
es incómodo que nadie comunique. Así es como se generan tendencias mediáticas. Queda
bien eso de “se ha filtrado”, como la propuesta del PSOE a Carmena, ofrecimiento
convertido en globo-sonda para evaluar reacciones
Dicen los sabios consejos que es
importante pensar bien las cosas antes de decirlas; la conclusión es que no
siempre se puede cuidar lo que sale de la boca. Ni siempre es fácil expresar lo que pensamos en 140 caracteres, a
muchos les falla la capacidad de síntesis escorándose hacia el insulto y el
exabrupto. Seguimos siendo humanos por mucha tecnología de que nos hayamos
rodeado.