El mercado laboral de nuestro país, a
pesar de que las cifras de desempleo se han dulcificado desde los grotescos
guarismos de los momentos más álgidos de la crisis económica, sigue adoleciendo
de incapacidad para absorber las promociones de nuevos titulados
universitarios, muchos de los cuales se ven abocados a encontrar su destino profesional
en otros países. Se ha escrito ya mucho sobre lo que supone esta verdadera
sangría de un segmento pujante y con formación, la parte más prometedora de la
sociedad, joven y con capacidad de procrear. Somos, cada vez más, un país de
viejos incapaces de ofrecer verdadera estabilidad a nuestros futuros profesionales, en cuya
formación se han invertido unos recursos que no nos sobran precisamente.
Nuestros jóvenes ingenieros o sanitarios
marchan pues a otros países, muchas veces con solo rudimentos del idioma de
destino en la confianza de que la interacción en sus respectivos cometidos
posibilite su dominio en breve plazo, como de hecho se produce siempre. Si grotesca
es esta fuga de cerebros, no sabríamos cómo calificar el hecho de que dentro de
nuestro propio país se rechacen a estos profesionales por cuestiones
idiomáticas, algo que no hace Irlanda, Reino Unido, Portugal o Alemania. Parece
que la señora Armengol quiere hacer de la comunidad balear una especie de
franquicia de la Catalunya separatista más casposa, esa que exige pureza de
sangre y ha empezado por no admitir profesionales que no dominen adecuadamente
el catalán. Como si la capacidad de ser un buen especialista o cirujano se
viera mermada por esta cortapisa idiomática inconcebible en un territorio
donde, por cierto, el idioma oficial es el castellano. Resulta ya que cambiar
de comunidad autónoma tiene consecuencias más frustrantes que marchar al extranjero.
Además, ¿no dice la Constitución en su título I “Los
españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación
alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra
condición o circunstancia personal o social.”?
En la última promoción
de médicos M.I.R., en la que hace poco los hospitales catalanes constituían el
destino predilecto, se ha visto cómo las preferencias de los jóvenes titulados
se han decantado por otros lugares. Por distintos motivos, en los concursos de
traslados de policías quedan allí vacantes el 90% de las plazas, que deberán
ser forzosamente cubiertas por personal de nuevo ingreso, como ocurría en el
País Vasco en los tiempos sangrientos de ETA.
Y no parece importar que abandonen aquellas fronteras profesionales de
élite ni empresas pujantes, que a buen seguro seguirán marchándose tras los
principios dialécticos de ese nuevo President con cara de cartón, que ahora
pretende borrar de su ADN su pasado comunicativo supremacista y excluyente
(razones precisamente por las que ha sido elegido a dedo).
Hubo un tiempo en el
que para mí la azada era una herramienta extemporánea, hasta que me las vi ante
surcos para habas y agujeros para
patatas; pero ahí estuvo siempre, en el rincón del desván. Pues el artículo 155 debería de dejar de ser
solo un recurso excepcional escondido en un cajón y convertirse en un habitual
instrumento de reconducción hacia el cumplimiento de la principal norma de
convivencia, mientras los quebrantos sigan siendo también habituales, sea en el
sitio que sea.
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