Mariano Rajoy Brey se ha reincorporado
después de treinta años a su profesión de registrador de la propiedad, en la
que estaba en excedencia por servicios especiales con reserva de plaza, igual
que hiciera en su día Fray Luis de León a las aulas salmantinas, si bien este último
debió pasar su excedencia de cinco años en las checas de la Inquisición, de
seguro más incómodas que las enrevesadas tramoyas de la política. Con esta
decisión renuncia a su sueldo vitalicio como expresidente o al también
suculento status de miembro del Consejo de Estado, renuncias que se unen a la
de diputado del Congreso, que indirectamente supone la eliminación de su
aforamiento.
El ya ciudadano a secas Rajoy se ha diferenciado con estas decisiones
de sus antecesores en el cargo gubernamental, y muy especialmente de su mentor
digital Aznar, mucho más nostálgico de la política, que no solo no se
reincorporó como inspector de finanzas de Hacienda, sino que desde la
presidencia de FAES pretendió tutelar y dirigir sin mucho éxito a su pupilo. Tampoco
Felipe ni Zapatero retomaron la abogacía ni la universidad. Sabemos que el
dinero no es un problema para ninguno de ellos: mientras el sueldo de
presidente del Gobierno sea parecido al de un director de sucursal bancaria, no
será difícil ganar el doble, como Rajoy en su registro, o diez veces más si se
es consejero de una gran empresa privada, accionista de sociedades de inversión
o se cobran 60.000 euros por una conferencia.
Ya en el siglo XIX el expresidente de
EE.UU John Quincy Adams, dijo que no hay nada más patético que no saber cómo ganarse la vida después de
haber sido presidente. Esto quizá no afecte a los citados Aznar, Felipe y
Zapatero, que han sabido ganarse el sustento parasitando el erario público y
privado sin dar ni golpe, pero demuestra que el síndrome del jarrón chino es
muy anterior a la famosa frase de Felipe González. No hace mucho hablaba en esta columna de los
“cesantes” y del drama que para muchas personas supone el abandono de sus
cargos políticos por los reveses de la alternancia; hay gente en la política
–sin prebendas vitalicias de ninguna clase- que ha medrado sin tener una
profesión clara anterior ni saber hacer otra cosa. Por este motivo me parece
correcto que haya quienes habiendo desempeñado las más altas responsabilidades
públicas, considere las mismas, no como una profesión, sino como un paréntesis
que puede acabar en cualquier momento para retomar la vida normal que se dejó
postergada. Barack Obama se ha reconvertido en productor cinematográfico. Pues
muy bien. David Cameron dedica su tiempo a la investigación contra el
Alzheimer. Chapó. Y Rajoy ejerce de registrador cumpliendo un horario de
trabajo. Correcto. También lo hizo Rubalcaba. Es un soplo de aire fresco. Cualquier
cosa menos trapichear por puertas giratorias en Consejos a los que no se
asiste, pronunciando conferencias de dudosa trascendencia, viajando a coste
cero a inciertas mediaciones bananeras, y todo ello altamente remunerado, rentabilizando de por vida un status
caducado. Creo que es un mal ejemplo para la ciudadanía no poder –o no saber- pronunciar
un “decíamos ayer”.