jueves, 21 de junio de 2018

Gredos como catarsis


         Estamos demasiado acostumbrados a que las inercias cotidianas dominen nuestro devenir diario, ese que solo consiste en reaccionar ante lo que sucede. Sí. Somos meros espectadores de lo que acontece. Somos unos opinadores dirigidos desde el exterior, como comentaristas de los espectáculos que una realidad externa e imprevisible organiza sin contar con nadie. Por ejemplo, seguro que cada uno tendrá su opinión al respecto del nuevo gobierno, opinión que en la mayoría de los casos no es enteramente nuestra, pues ha sido cincelada a su vez con los modelos de medios de comunicación afines a nuestras ideas o con las frases afortunadas de ciertos tertulianos. Percibo que las personas sufren a menudo esa falta de libertad consistente en  no poder elegir  otras realidades distintas ante las que reaccionar. Y el hecho de que las cosas que pasan sean cambiantes no las despoja de su halo de rutina.
     En estas cosas iba pensando el pasado domingo mientras ascendía trabajosamente por los senderos pedregosos y empinados que conducen a Los Galayos. Y concluí que sí que pueden existir realidades alternativas buscadas por uno mismo, como oasis en los que evadirnos momentáneamente de esas inercias cansinas en las que no podemos intervenir. Porque es altamente placentero ser actor con decisiones y retos enteramente propios y comprobar por uno mismo si conseguirá o no coronar los dos mil metros. En esos momentos importan muy poco las razones del cese de Lopetegui: yo solo imaginaba cómo resonarían los ecos de un gol de la selección rebotando en los roquedos impresionantes de Gredos. ¡Qué lejos quedaba la dimisión de Rajoy mientras contemplaba embelesado a las cabras hispánicas retozando por los inaccesibles cortados de la serranía!
     Solemos  encasillarnos voluntariamente en un único cometido porque existe una tendencia general a ello. Deberíamos hacer lo posible por rebelarnos contra esa directriz de connotaciones alienantes y ser conscientes de que, salvo sorpresas, no tendremos otra vida para desarrollar aquellas facetas que quedaron inéditas en esta. Por eso admiro los oficinistas que después de su tarea son aeromodelistas, o los carteros que al finalizar su jornada van al ensayo de un grupo de canto. O el panadero enrolado en una ONG los fines de semana. O, como en mi propio caso, un prejubilado que cambia el mando de hacer zapping por unas botas que le permiten olvidarse del encarcelamiento de Urdangarín porque hay que buscar momentos en los que es infinitamente más importante mitigar el sofoco de la marcha en una fuente límpida que emana directamente de los neveros que presiden una jornada con aire puro con aroma de pino. El senderismo abre nuevos caminos, pero otras actividades intencionalmente buscadas igualmente nos conducen a espacios alejados del agobio de una realidad muy vista.
    La alternancia buscada amplía nuestras miras al situarnos en distintos enfoques existenciales, aumenta nuestra capacidad empática y nos hace al final más tolerantes y comprensivos con las cargas emocionales ajenas. Compadezco las vidas monocordes sin posibilidad alguna de contraste, los ambientes laborales empobrecidos; lamento las emociones insulsas y conocidas porque se circula siempre por la misma senda, y el ánimo tiene permanentemente el pulso muerto por esa ordinariez cansina y machacona del día a día,  como un encefalograma plano incapaz de señalar ningún impulso intencional de cambio.

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