A
la vista de algunos episodios desagradables observados en el prójimo, una nueva
práctica comunicativa (mejor diríamos “des-comunicativa”) se está abriendo paso
para quedarse: el borrado masivo de tuits de quienes pueden ser designados para
un cargo público, como es el caso de ciertos candidatos a presidir RTVE, que
han eliminado de sus redes sociales miles de opiniones vertidas en sus
respectivas cuentas, por lo que pudiera pasar. Esto me sugiere reflexiones encontradas. En
primer lugar, que actuando de esta forma tienen el convencimiento de haber
metido la pata cientos de veces, lo cual constituye un delator argumento que ya
los invalidaría para ocupar el puesto en cuestión. El primer requisito para dar
a alguien confianza para el futuro sería exigir que ese alguien confíe a su vez
en los actos de su propio pasado y no tema que se los recuerden.
Otra duda –que ya albergaba desde hace
tiempo- es si determinados avances tecnológicos aportan realmente más
beneficios que perjuicios. Vivimos tiempos en los que nuestras opiniones tienen
luz y taquígrafos; vivimos en una sociedad
de tuiteros y fotógrafos donde aquello que hacemos, pensamos o decimos
siempre encierra la incómoda posibilidad de una consecuencia diferida. Claro es
que esto sucede por una especie de narcisismo comunicativo que nos impulsa a
grabar voluntariamente nuestras reflexiones o vivencias para que estén a
disposición de un universo de “seguidores” con una imagen con pie de foto,
cuando anteriormente solo hacíamos partícipes a un reducido círculo, tal vez
unipersonal. Las palabras ya no se las lleva el viento, y la imagen, que vale
más que mil palabras, lo mismo.
Todo esto me sugiere a su vez que nuestras
existencias se han hecho más banales, “light” y cándidas, y muchos creen que
una vida retratada desaparece escondiendo el álbum de fotos de su pasado. ¡Ah,
si uno pudiera borrar con un clic
aquella frase hiriente que generó sufrimiento! O eliminar, como si nunca se
hubiera producido, aquel exabrupto que selló una ruptura, aquella mentira con
la que conseguimos ventaja dejando a alguien en la estacada, aquel insulto con
el que inauguramos una enemistad…O, por el contrario, si pudiéramos ahora, como
quien incluye un máster ficticio en su currículum, pronunciar las palabras que
en su día callamos que hubieran solucionado un problema, generado confianza,
facilitado la convivencia…
Los que –a nuestro pesar- ya vamos
perteneciendo a “generaciones anteriores”, a lo mejor hemos olvidado la primera
sonrisa de nuestro hijo, aquel amanecer dorado de la luna de miel, los
contornos juveniles de nuestra pareja… Incluso el regusto amargo de nuestros
propios errores; nuestra vida no quedó registrada, pero no tenemos tampoco necesidad
de borrar nada, porque muchos pensamientos quedaron en el limbo intranscendente
de la intimidad y todo lo dijimos a la cara, asumiendo en su día las consecuencias. Yo no borraría ni una
sola de mis columnas, a pesar de no
sentirme satisfecho con todas. Debe ser triste vivir pensando que lo que uno
hace, dice o escribe tiene siempre la posibilidad de poderse deshacer, desdecir
o borrar dependiendo de las circunstancias. Me adhiero a una existencia de pata
negra donde los demás saben bien quién soy, saboreando la inmediatez de mis propias
meteduras de pata.
No hay comentarios :
Publicar un comentario