miércoles, 17 de octubre de 2018

Maltravieso y el escepticismo científico


     "Si no hay dudas, no hay progreso". Es una cita de Charles Darwin con la que todos debemos estar de acuerdo. El avance del conocimiento siempre ha requerido un cierto grado de inconformismo con las leyes que la  ciencia establecía, en muchas ocasiones con una rigidez  no proveniente de la misma ciencia, sino de dogmas ajenos, como la religión o la filosofía. Que se lo pregunten, no solo al propio Darwin o a Isaac Newton, también a los astrónomos Copérnico, Kepler y sobre todo Galileo, que tuvo que sufrir la persecución de la Inquisición por hereje debido a sus teorías heliocentristas.
     En efecto, la duda ha hecho siempre avanzar al mundo, pero también, curiosamente, ha sido un grave obstáculo para ello cuando se emplea sistemáticamente para poner en tela de juicio cualquier teoría que contravenga paradigmas más o menos inamovibles. El escepticismo científico es una corriente filosófica y epistemológica que debería servir para dudar de aquellas afirmaciones que carecen de prueba empírica suficiente; pero en la práctica lo que sucede es que se avala un pensamiento crítico contrario a cualquier planteamiento nuevo, incluso si este está debidamente contrastado y verificado.
     Marcelino Sanz de Sautuola, descubridor de las pinturas de Altamira sufrió esta mordaz y hostil incredulidad, que terminó veinte años después, ya fallecido, cuando Émile Cartailhac publicó su famoso texto “Mea culpa de un escéptico”. En su tiempo no se admitía que el hombre primitivo fuera capaz de dibujar aquellos perfectos bisontes.
   Carlos Callejo sufrió igualmente este escepticismo al divulgar las pinturas de manos descubiertas en Maltravieso: en su tiempo era impensable que existieran representaciones paleolíticas fuera de la región “franco-cantábrica”, pues el centro peninsular estuvo supuestamente despoblado en el Cuaternario. Aquellas manos mutiladas fueron calificadas de “casuales” por algún entendido y a Callejo rechazada la publicación de sus teorías en un conocido medio científico.
   Y en nuestros tiempos, para algunos sigue siendo imposible que el hombre de Neandertal fuera capaz de pintar, a pesar de las evidencias presentadas en la datación de varias pinturas rupestres, entre ellas una mano de Maltravieso, veinte mil años antes de la llegada del hombre moderno a nuestro territorio. Una investigación concienzuda que ha durado diez años, y cuyas muestras han sido analizadas y validadas coincidentemente por laboratorios de cuatro países diferentes. Pero se soslayan las evidencias. La duda. Siempre la duda, detrás de la que se esconden quién sabe qué oscuras resistencias. ¿Por qué no pudieron tener los neandertales lenguaje, cognición avanzada y pensamiento simbólico? Ya no hay cuestiones religiosas que adulteren el avance del conocimiento. ¿O es que cuesta admitir que las pinturas de una cueva extremeña sean 50.000 años más antiguas que las de Altamira?
     Paseando por el Calerizo cacereño me gusta imaginar a aquellos neandertales que escogieron el mismo territorio donde ahora habitamos para vivir, amar y crear. Mirando a la cueva de Maltravieso me gusta contemplar el santuario donde aquellos remotos antepasados crearon el arte más antiguo de la Humanidad. Es una forma tal vez no científica de desterrar el uso irracional e interesado de la duda.

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