miércoles, 12 de diciembre de 2018

El muerto está al caer


     Lluís Compayns proclamó en 1934 en Cataluña una república independiente que duró un solo día, pero hubo 46 muertos. En la proclamación de Puigdemont de 2017 no hubo ningún muerto afortunadamente porque la vigencia de esa república fue de ocho segundos. A veces los muertos son cuestión de tiempo.
   Podríamos definir como “retórica de los muertos” a muchas de las argumentaciones favorables y contrarias al “procès” que se están escuchando escalonadamente. Ya en las semanas siguientes a 1 de octubre del pasado año se comenzaron a divulgar aquellos bulos que hablaban de “muertos en las calles” por parte de la fuerza del Estado si continuaban las acciones unilateralistas; estas patrañas fueron difundidas, entre otros, por Marta Rovira antes de tomar fementidamente las de Villadiego (esa localidad burgalesa que coge de paso para Suiza). También el ideólogo separatista Agustí Colomines se permitió frivolizar con la posibilidad de víctimas al afirmar que “sin muertos, la independencia de Catalunya tardará más en llegar”, como si se asumiera esta circunstancia como inevitable para los propósitos separatistas. Y no hace mucho Felipe González opinó que si esta coyuntura se hubiera dado en los años treinta ya tendríamos “mil muertos”.
     Hasta ahora se han utilizado muertos ficticios para fortalecer opiniones, víctimas artificiosas para amplificar posverdades, fallecidos convencionales para argumentar “escenarios”. Pero un muerto con cara y DNI puede llegar en cualquier momento. Hay muertos en diferido, como aquella famosa indemnización. Una pelota de goma en mal sitio. Un atropello durante una revuelta. Ya lo hemos visto hace muy poco en Francia con la crisis de los “chalecos amarillos”, que son grandes y reflectantes. Ojo con los lacitos amarillos de aquí, que se ven menos. La violencia in crescendo que estamos contemplando en Cataluña, alentada desde el propio govern (recuerden aquella recomendación del president Torra a los CDR: “hacéis bien con apretar”), es un peligroso caldo de cultivo, muy propicio para que ya no hablemos de muertos de mentirijillas, sino de verdad, con ataúdes, entierros y todo. Y entonces los instigadores de la secesión ya tendrían el argumento que les falta, la sangre tomaría el relevo de la tinta y su “revolución”, un mártir. Porque a ver quién se atrevería a disolver manifestaciones de protesta con un activista de cuerpo presente, concentraciones o huelgas en solidaridad con los muertos.  Estamos asistiendo a una mutación de acciones donde se justifica la violencia desde el poder. Torra, a quien deseamos que su fugaz ayuno haya clarificado su intelecto, dice también que se adhiere a la vía eslovena para la independencia  porque “esto no tiene marcha atrás”, asumiendo indirectamente un saldo de cerca de cien muertos que allí se produjeron. Nadie lo desea, pero si en algún momento se deja de hablar de los presos para hacerlo de los muertos, será un nefasto síntoma de que este asunto ha entrado en una fase imprevisible. ¿De quién sería la culpa? ¿de los mossos? ¿del govern? ¿del Estado? La culpa, como siempre, será del cha-cha-chá. Bertolt Brecht decía que las revoluciones se producen en los callejones sin salida, metáfora muy usada en el asunto catalán. Si los actores del procès no son capaces de salir de su auto-callejón, el Estado tendrá que mostrarles la salida. ¿Cómo? Esperemos.

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