Pronto
comenzará en la ciudad suiza de Davos la 49ª edición del Foro Económico
Mundial, para afrontar los retos
globales del futuro inmediato. Según revela Carlos Segovia en un artículo
reciente de El Mundo, su presidente
Klaus Schwab ya ha
avisado por carta de que “El planeta se encuentra en una encrucijada. Podemos
seguir por la actual senda de puntos de vista polarizados, conflictos
crecientes y numerosos problemas sin resolver, con lo que en el mejor de los
casos terminaremos en una crisis mundial permanente. En el peor, degenerará en
el caos con impredecibles consecuencias”. Sombrío diagnóstico, donde se
descarta expresamente “proteger a aquéllos que se han quedado atrás de los
cambios transformadores que acarrea la Cuarta Revolución Industrial [4IR en
inglés], obteniendo así ventajas políticas a corto plazo”, porque están
realmente socavando la competitividad futura de sus países o regiones. Esto
último lo veo discutible en nuestra
Comunidad, con un 40% de población en riesgo de pobreza. Pero en fin, repasemos
qué pasó aquí en las tres anteriores revoluciones industriales. En la primera, durante el siglo XIX
España quedó prácticamente fuera, y ya podemos imaginar Extremadura: no hay más
que leer los textos de Felipe Trigo o Antonio Hurtado que retratan una región
parecida a las descripciones de aquellos viajeros ilustrados del XVIII. En la
segunda, a mediados del siglo XX, Extremadura proporcionó la mano de obra para
las industrias situadas en otras latitudes, una sangría de capital humano de la
que no nos recuperaremos nunca; y sin beneficiarnos de ninguna transformación
ni en actividades industriales ni en infraestructuras comunicativas. La tercera
revolución (tecnológica en este caso) ha
venido dada por la implantación de nuevos sistemas comunicativos y fuentes de
energía; es verdad que el uso de Internet está generalizado, pero ¿tenemos en
suelo extremeño empresas competitivas de informática, de microelectrónica, de
telecomunicaciones, de biotecnología? ¿Cuál es nuestro nivel de utilización de
energías renovables?
La realidad es tozuda. El tejido industrial sigue siendo aquí muy
precario. Uno de los principales desafíos actuales (lejos de la globalidad
4.0), es la despoblación de nuestras comarcas, y asistimos a un nuevo concepto de emigración: el de los
jóvenes cualificados, aquellos que serían precisos para incorporar nuestro
territorio a las inercias que
transformarán el mundo. ¿Dónde quedará
Extremadura en ese futuro, si ahora estamos intentando que nuestras vías
férreas dejen de ser del siglo XIX? Y no sabemos en qué medida el debate sobre la
calidad del aire, la caza y los toros, el hábitat de las aves y el derribo de
un complejo residencial encajan en los desafíos de esa cuarta revolución
industrial, la de las tecnologías digitales, físicas y biológicas, de la
ingeniería genética, de la neurotecnología y los cambios en el mercado de
empleo, el imperio de los algoritmos… ¿mande?
Como en la pirámide motivacional de
Maslow, no es posible llegar a la cúspide sin pasar por estadíos inferiores. Schwab ya apunta que puede darse una 4IR a dos
velocidades, y pueden imaginar cuál sería la nuestra: la de los territorios
continuamente rezagados. Sin caer en el derrotismo estéril, atemperar con
inteligencia esa ineludible realidad puede resultar más productivo que desaprovechar
energías quiméricas en busca de una vanguardia que nunca se nos ofreció y que difícilmente
obtendremos. Se trata de defender dignamente nuestra realidad.