miércoles, 8 de febrero de 2017

Raíces del machismo



 La expresión más elocuente –y dramática- del machismo imperante en la sociedad moderna lo constituye la llamada violencia de género, en la que afloran en estado puro las expresiones más antiguas de nuestro genotipo: el macho usa su mayor fuerza física para sojuzgar a la hembra por encima de la razón, esa supuesta razón que la evolución de la especie nos ha hecho distinguirnos del resto de primates.   Independientemente de esta realidad genética consolidada durante decenas de miles de años por patrones de comportamiento diferenciados (hombre cazador, mujer al cuidado de la prole, etc.), las distintas culturas y religiones que se han ido sucediendo desde que salimos de las cuevas y que en teoría han ido puliendo al homo sapiens  no han hecho más que arraigar la supremacía masculina.
    Con todo esto quiero decir que, en comparación con la ya prolija historia de la Humanidad, los movimientos feministas  llevan todavía muy poco tiempo tratando de romper unos esquemas férreamente afianzados en la cultura, modelos muchas veces asumidos involuntaria e inconscientemente por las propias mujeres. El feminismo militante ocasionalmente acaba en extremos grotescos, como el de la escritora Virginie Despentes, autora de la novela “Fóllame” cuando dice que escribe desde la fealdad para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las histéricas y las taradas.
  Muchas mujeres, como es notorio, utilizan el machismo –ya de forma deliberada- en su beneficio. Tenemos en la retina las comparecencias en los banquillos judiciales de esposas de presuntos corruptos. Bárcenas, Correa, Urdangarín y otras hierbas. Ninguna sabía de dónde salían las fortunas ni los Jaguares (caso de Ana Mato), se limitaban a disfrutar de la vida, firmaban donde su marido les ponía el dedo porque su función era llevar las cosas de la casa. Cabría pensar que este interesado automachismo femenino está más apuntalado en las capas sociales bajas, pero qué va: hija y hermana de reyes es el paradigma.
      Se ha tratado de combatir al machismo desde sus manifestaciones con resultados mediocres. El lenguaje inclusivo y no sexista suele derivar en la ridícula y cansina retahíla de “compañeros y compañeras, trabajadores y trabajadoras, todos y todas”. Otro parche es la pretendida paridad forzada, pues en lugar de modificarse las estructuras que posibiliten verdadera igualdad de cualificación, se va directamente por vía rápida a la frialdad del número: pongo a cinco hombres y cinco mujeres y listo (claro que esto solo es posible en la política). Es en la educación donde radica la garantía de un cambio de mentalidad, y aunque se están poniendo las bases, hay evidencias contradictorias: por ejemplo, el 95% del profesorado en educación infantil son mujeres, que perpetúan el patrón ancestral de la especie trasladando a las escuelas la figura materna y sus roles.
     El montaje socioeconómico global potencia que las mujeres inmortalicen los estándares estéticos para atraer al macho usando bótox y silicona, siendo mujeres-florero, explotando imagen y cuerpo para distintas promociones. Flaco favor para la causa feminista, a cuya sombra ya hay movimientos distorsionadores como el neo-machismo y el feminazismo. ¿Cuándo llegará entonces la verdadera igualdad? Yo la veo todavía algo lejos, y lo dijo hace tiempo Estella Ramey: "la igualdad llegará cuando una mujer tonta pueda llegar tan lejos como hoy llega un hombre tonto".

No hay comentarios :

Publicar un comentario