viernes, 18 de noviembre de 2016

Desglobalización



   Tendremos que irnos acostumbrando a usar el término que encabeza esta columna. Porque es evidente que a nivel mundial y regional se comienzan a manifestar síntomas de resquebrajamiento en esa interconexión y  dependencia global que habían caracterizado a las sociedades mundiales en las últimas décadas, durante las cuales esa globalización progresiva ha ido pareja al crecimiento económico, produciendo ganadores pero también cada vez más perdedores.

   Quizás el ejemplo más claro lo tengamos en Europa, cuyas instituciones se ven incapaces  de avanzar en una evolución integradora eficaz. Es más, asistimos al proceso inverso de desintegración cuyo paradigma más palpable es el Brexit y el creciente auge del nacionalismo en varios países europeos. Es muy bonito que se globalicen los beneficios, pero nadie quiere su cuota de problemas cuando lo que se intenta globalizar son perjuicios. Y eso está pasando, por ejemplo, con los refugiados. Las uniones están en decadencia, mientras que los estados adquieren fortaleza frente al resto, incluso con tendencia a la gestación de microestados (Escocia, Cataluña). Más evidencias: la creación de los BRICS (confederación económica formada por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), en respuesta a los oligopolios globales y al imperio de las multinacionales americanas.
También la lucha cada vez más afianzada en la calle contra el cambio climático, problema acelerado por el inmovilismo de los más poderosos (y más contaminantes) ante el deterioro medioambiental. O los movimientos populares regionales, como la Primavera Árabe y los Indignados, con sus correspondientes correlatos políticos eclosionados, propiamente llamados anti-globalización.

   A este panorama añadamos la reciente victoria de Donald Trump en las elecciones norteamericanas. Esto de las elecciones y los referéndums últimamente parece que los carga el diablo y me recuerda a esos partidos donde se fallan dos o tres penaltis con grave peligro para el resultado final. Pero las intenciones de Trump en cuanto a cercenar el movimiento de personas y a un pretendido mayor proteccionismo arancelario (primero América, después el mundo) también va en una línea preocupantemente desglobalizadora. Incluso su participación en la OTAN se reducirá.
Preocupante porque sin transición a otro modelo lo único que se puede conseguir es inestabilidad, y ese desequilibrio todavía será global. Aquí seguiremos estornudando cuando se constipa EEUU.   Se prevé claramente (porque  ya se está viendo) que este creciente proceso desglobalizador vendrá de la mano de una mayor pujanza de la extrema derecha y la extrema izquierda. Ahí tenemos a Putin y a Le Pen. Se critica mucho eso del populismo pero ya verán cómo ese término perderá pronto su connotación peyorativa para convertirse en una corriente defendible desde muchos ámbitos de la sociedad, sobre todo de quienes provienen de una empobrecida clase media. Y en España esto ya es una realidad.

     Resumiendo, la desglobalización no solo consiste en que aquí dejemos de celebrar Halloween.
 Tampoco que la tendencia real sea a despreocuparse del mundo y vivir en la placidez de la “república independiente de mi casa”, como rezaba cierto eslogan publicitario. Pueden pasar muchas más cosas. Si la globalización ha evidenciado más desigualdad, tengo serias dudas de que el proceso inverso revierta la situación. La gestación de este proceso llevará todavía unos años, pero definitivamente, a nuestros hijos y nietos parece que los ha mirado un tuerto porque no encontrarán sosiego fácilmente.

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