Hace mucho tiempo, durante un viaje
a Canarias, tuve la fortuna de contemplar el vuelo de un Danaus plexippus, más
conocido como “mariposa monarca”, especie oriunda del sur de Canadá y Estados
Unidos, cuyos primeros avistamientos en Madeira y archipiélago canario datan
del siglo XIX, al parecer debido a
orugas alojadas en barcos mercantes. Esta bella mariposa es muy conocida por
sus espectaculares migraciones masivas, cuyas emblemáticas imágenes cada año
son recurrentes y similares a las que también se difunden en primavera de
nuestros cerezos en flor del valle del Jerte.
He recordado este episodio, que prolongaba gozosas
experiencias infantiles en relación a los lepidópteros, al conocer la noticia
del asesinato a machetazos en México de Homero Gómez, ambientalista defensor
del hábitat de este insecto y por este motivo enfrentado con los intereses de
la tala ilegal de árboles. ¿Pero se puede morir por proteger a un bicho?
Parecería más propio pensar que la vida se pierde más provechosamente por
defender ideales patrióticos o en todo caso, salvaguardar la vida de seres
humanos. Pero no. El dinero que se mueve en mafias, ya sean de deforestación,
minería o cualquier otra actividad ilegal destructiva del medio ambiente solo entiende
de eliminar lo que estorba para sus fines delictivos. Seguro que recuerdan
aquella película “Gorilas en la niebla” que narraba la historia de Dian Fossey
y sus más de veinte años investigando las costumbres de los gorilas en las
montañas Virunga, en Ruanda. También fue asesinada por cazadores furtivos, en
este caso por la defensa de un bicho un poco más grande. Esta fue la última
anotación en su diario: “Cuando te das cuenta del valor de la vida, uno se
preocupa menos por discutir sobre el pasado, y se concentra más en la
conservación para el futuro”. Ese futuro para los gorilas, como el de las
mariposas monarca, la guacamaya roja o los monos aulladores costó la vida de
sus valedores. No son casos aislados. La ONG Global Witness cifra en más de mil
los ecologistas asesinados en la última década. ¿Y murieron por una buena
causa? ¿Mereció la pena su sacrificio? Ignoramos qué criterios determinan el
tamaño de la causa por la que merece la pena morir, si es que hay una línea que
lo delimite. Que un hombre muera por una causa no
significa nada en cuanto al valor de la causa, dijo Oscar Wilde. Velar por la conservación de la biodiversidad puede ser
para muchas personas una cuestión secundaria o accesoria, seguramente por estar
muy mal informados. Ya empezamos a saber qué pasaría si desaparecieran las
abejas y otros insectos: Einstein decía que nos quedarían cuatro años y no iba
descaminado. La conservación de las especies en realidad resume lo que
significa perpetuar el planeta donde habitamos nosotros y las generaciones
venideras. Y quien muere por ello es un verdadero héroe, aunque no se erijan estatuas.