jueves, 23 de agosto de 2012

El gorro de Galarza

     ¿Se acuerdan ustedes de aquellas nostálgicas serpientes de verano? Sí. Era cuando los estíos trascurrían absolutamente secos de noticias, como si de nuestros enjutos afluentes fluviales se tratara. En aquella quietud informativa con todo el mundo de vacaciones y sin oscilación alguna que llevarnos al desayuno (porque no existía la prima de riesgo ni Cristo que lo fundó), el ambiente era propicio para el avistamiento le leonas perdidas en las proximidades de nuestros pueblos o ciudades; Europa estaba por ahí arriba y el mundo más allá todavía, encapsulado en asuntos lejanos porque eso de la globalización todavía no se había inventado; y los periodistas de guardia deambulaban, libreta en mano, ávidos de alguna noticia que llevar a las maltrechas páginas de los periódicos, aquellos en blanco y negro que manchaban el dedo que guiaba nuestra titubeante lectura.
     El asunto del graffiti que se pretende emplear en la “decoración” de una torreta construida en el aparcamiento de la plaza Obispo Galarza, en Cáceres, en los aledaños de la zona monumental, me ha hecho recordar aquellas entrañables serpientes de no sé cuántas cabezas o las leonas avistadas en los borrosos veranos de mi niñez. He rememorado también pretendidos y añejos desafueros urbanísticos en la ciudad cacereña, que tomaron cuerpo en ya lejanas décadas, como la proyectada construcción de una cúpula triangular de cristales en el palacio de Camarena. También la construcción del nuevo Hotel Atrio, en el corazón de Ciudad Antigua, quiso lucir no hace mucho un aspecto “vanguardista” que solo la oposición del pueblo pudo evitar. La genial idea de “embellecer” el edificio del aparcamiento de Galarza con un gorro de montehermoseña, bellotas y cigüeñas pintadas a graffiti, con el entusiasta beneplácito de los munícipes y su alcaldesa a la cabeza, va llenando con pena esos huecos informativos que la lánguida canícula ofrece.
 Pero se revuelven en sus tumbas quienes a lo largo de las décadas emplearon todos sus desvelos en ofrecer a sus descendientes un paisaje urbano acorde con la tradición y la Historia. Me consta que entre los ediles actuales hay alguno que conoce quien fue Sanguino Michel, Publio Hurtado, Antonio Floriano, Ortí Belmonte, Muñoz de San Pedro, Alfonso Díaz de Bustamante, Carlos Callejo o Antonio Rubio. A otros les sonarán a calles. Pero en los tiempos en los que vivieron esos personajes no eran necesarios planes especiales ni documentos urbanísticos a los que aferrarse para justificar actuaciones de dudosísimo gusto. Bastaba con una sensibilidad hoy perdida entre la ñoñería política y el protagonismo cateto.
   Nada que objetar al graffiti, que es un arte urbano, pero en otros espacios. Un respeto a los profesionales que diseñaron esa obra que jamás contempló tales adornos. Y, sobre todo, seamos consecuentes y respetuosos con los legados (incluso visuales) que no nos corresponde alterar.

martes, 26 de junio de 2012

Tomás Pérez, la voz

    
     Cáceres se muere, según rezan carteles en forma de esquelas situadas en las puertas de los establecimientos comerciales del centro de la ciudad. Puede ser una metáfora acertada. Una ciudad puede morir poco a poco cuando vuela la ilusión de ser sede de un evento cultural internacional donde se habían depositado –tal vez- demasiadas esperanzas o cuando se desvanecen en la nada iniciativas de infraestructuras aéreas. Cuando los proyectos de grandes centros comerciales son sustituidos por mercadillos de barrio, cuando desaparecen de su estación centenarias líneas de ferrocarril o centros militares, cuando no hay parkings y los pensionistas ven esfumarse el autobús de su barrio, cuando asistimos al cierre de piscinas públicas y los deprimentes desfiles callejeros de carnaval van recordando cada año al pueblo que fuimos... algo se muere, ciertamente.
     Además de todo esto se ha apagado para siempre la voz que acompañó a los cacereños durante los domingos de muchas décadas para ayudar a construir la idea de ciudad quimérica con el optimismo y la pasión de también, quizás, quiméricos éxitos deportivos. En aquel Cáceres donde el centro neurálgico todavía era la Plaza Mayor (con palmeras), durante mucho tiempo Tomás Pérez fue  para mí “la voz”, como también dijeron de Frank Sinatra. Una voz idealizada a la que tardé en ponerle rostro; pero no hacía falta, porque constituía el placentero sonido de fondo de toda una parafernalia que se iniciaba comprando las pipas cada domingo en el carrillo de “la Quica”; la voz que me acompañaba a la Ciudad Deportiva tras el barrizal del Rodeo, aquel campo de tierra, el marcador simultáneo, el olor a humo de “Farias”. Los banquillos (banquillos de verdad, de madera con cuatro patas) donde se sentaba Camilo Liz o Ángel Humarán. Por algún sitio, como el cuco que expande su canto sin mostrar nunca su cobijo, estaba el dueño de aquella voz encendida y cálida, ávida siempre de llevar a los oyentes radiofónicos el esperado estallido de “¡Goooooool del Cacereño! Podía ser su autor Borrell, Asenjo,  Balciscueta,  Mori,  Manolo o  tantos otros jugadores que a lo largo de los años se enfundaron la heroica elástica verde. Si el equipo jugaba fuera, también tengo el recuerdo de sus narraciones, muchas veces resonando entre encinas con el regusto dominguero de la tortilla de patatas, con el transistor al lado de la caña de pescar. La voz de Tomás Pérez contagiaba el entusiasmo, pero también la indignación de las decisiones arbitrales negativas, los penaltis en contra, las expulsiones... no como esos comentaristas sosos e “imparciales” que más parecen corresponsales de guerra apátridas desplazados a narrar una lejana contienda. No. Tomás Pérez era uno de los nuestros infiltrado en campo rival, y con su voz vibramos y sufrimos los avatares del deporte en una población que, durante lustros,  creía transitar de pueblo a ciudad.
     Con la marcha de Tomás Pérez, a Cáceres, amén de otras cosas, se le ha ido también la voz, como esos viejos aparatos de radio que requieren ser golpeados a intervalos para que funcionen. En algún lugar debe existir un coro celestial que aglutine todas “las voces” que dejaron de resonar aquí: Frank Sinatra, Lucio Dalla, Donna Summer… pero también las de José Luis Pecker, Matías Prats, Andrés Montes; y Tomás Pérez, que interrumpirá eternamente las conexiones para seguir cantando: ¡Gooooool del Cacereño!

        

lunes, 18 de junio de 2012

Rescate encubierto

Hola, queridos y rescatados lectores. Sí, rescatados, porque hemos de desconfiar de las letras gordas que hasta ahora nos han presentado, diciendo que solo se ha pedido “un préstamo” para los bancos con problemas. La nuestra ha sido una intervención atípica, pero rescate al fin y al cabo, por mucho eufemismo que se emplee para no citar un vocablo que nos recuerda a Grecia, Portugal e Irlanda. Y en lo de no nombrar las cosas tenemos grandes maestros: “sabemos lo que hay que hacer y lo vamos a hacer, aunque hubiéramos dicho que no lo íbamos a hacer”, ha manifestado ya más de una vez el gallego. Pues bien, en lo que queda por hacer estará muy pendiente a partir de ahora la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional, pues que nadie crea que esos 100.000 millones de euros (una cifra con once ceros) nos van a salir gratis, por muy ventajoso que sea el tipo de interés al que se refiere el ministro De Guindos.
   La Eurocopa no puede convertirse en la cortina que esconde la verdad. Y la verdad es que ya estábamos intervenidos de facto desde mayo de 2010, en tiempos de ZP. Solo faltaba el dinero que también han recibido el resto de países intervenidos, cuando los prestamistas tuvieran claro que aquí se estaba haciendo la primera parte de los “deberes” impuestos. El fiasco de Bankia ha disparado la necesidad de usar de nuevo el fondo de rescate europeo. Tendremos una troika permanentemente vigilante por videoconferencia con la consiguiente pérdida de soberanía en las decisiones. Así pues, esta “ayuda” vendrá bien a los bancos malos, pero la deuda española se disparará y los intereses acrecentados engrosarán el déficit. ¿Qué hacer para llegar entonces al compromiso adquirido de ese 3%? Aquí viene la segunda parte de los deberes, que ponen de manifiesto que las condiciones no solo van a ser para los bancos, como se nos está haciendo creer. Desgraciadamente sí que habrá contrapartidas para la sociedad en general. Entonces empezaremos a descubrir la verdad que no se está diciendo:
   La subida del IVA, una de las cosas que no se iba a hacer, acabará por tomar cuerpo en breve. Los funcionarios ya se pueden ir preparando con una nueva merma de sus menguados emolumentos, posiblemente en sus pagas extras. Los empleados públicos con contrato laboral e interinos deberán inventarse otra forma de ganarse la vida, pues perderán sus puestos de trabajo sin atisbo de oposiciones en años. Va a ser difícil también que las pensiones aguanten la congelación por mucho tiempo, y terminarán bajando las consideradas “altas” a partir de un cierto importe. La edad de 67 años empezará a aplicarse sin esperar a los plazos que se habían establecido y hasta es muy posible que las prestaciones por desempleo se acorten en el tiempo. Y si estos deberes no fueran suficientes, existirán “trabajillos” para nota: aumento de tasas públicas, peajes en autovías, etc. ¿Quién va a pagar entonces las consecuencias de la nefasta gestión de cajas y bancos y de este “préstamo en condiciones muy ventajosas”? Pues nosotros, los de siempre. Acostumbrémonos a la letra pequeña. Estamos intervenidos y punto; a prepararse tocan. Aunque ganemos la Eurocopa.
(Publicado en "HOY", 12 de junio 2012)

Regreso a la badila

  Un saco de picón vale 4,5 €, con el que se pueden “echar”  unos cuarenta braseros que, bien administrados y sin abusar de la badila, duran el día entero. Sin embargo un brasero eléctrico funcionando en las largas horas de sentada hogareña puede consumir en ese mismo periodo de tiempo unos 250 kilowatios, es decir, 42 euros en nuestra factura eléctrica. En el pasado invierno podríamos haber ahorrado  más de 200 euros solo debajo de las faldillas y sin pasar frío.
       Recortar siempre es posible, pues nos habíamos dotado de unos márgenes bastante amplios de bienestar. La cuestión estriba en decidir, puestos a recortar, de qué podemos prescindir sin menoscabo de una dignidad conseguida a la que no se debe renunciar. Porque subir el saco de picón por el ascensor y usar el soplillo en la salita no concuerda con tener dos coches y consumir un paquete de Marlboro al día. Si pasamos de la esfera doméstica a la pública los planteamientos son idénticos: se pueden eliminar cargos inoperantes, reducir parque de vehículos oficiales, eliminar costosas duplicidades y otros imaginativos etcéteras. Ahora bien, suprimir servicios de atención médica en áreas rurales, cada vez más necesitadas por la creciente población mayor (y por tanto con más dificultad de desplazarse) y deteriorar una atención educativa que todavía no había llegado a vencer las lacras del fracaso y el abandono, suponen un lastimoso regreso a la badila y el botijo, un descenso lamentable a épocas pasadas que no concilia nada con otras medidas adoptadas para salir –al parecer- de la misma crisis. Los ciudadanos no podrán entender nunca cómo todo lo que ahorramos y más (que supone una pérdida de calidad en servicios básicos) puede ir dirigida a rescatar  bancos privados. Algo falla. El economista Juan Torres López opina que hay que romper con el poder de las finanzas privadas y de las grandes corporaciones empresariales y oligárquicas que nos dominan y que son las que nos han llevado a la situación en la que estamos, pues de lo contrario habrá una salida en falso que no eliminará la raíz de lo que está pasando. Y frenar los recortes de gasto público y en general todas las políticas de austeridad que están impidiendo que se regenere la actividad privada y se recobre el pulso económico es una precondición indispensable para que en España se vuelva a crear empleo y para garantizar estándares mínimos de bienestar y protección a toda la población.
     El debate abierto por Hollande sobre menos austeridad y más crecimiento, por tanto, sí es procedente. Corremos el grave riesgo de que aumente el número de congéneres que han regresado ya, sin metáfora, a la badila. Son los que comen gracias a la pensión del abuelo, o los que se acercan a escondidas a los almacenes de Cáritas porque los recortes han contraído de tal forma el sistema que han terminado con sus trabajos. De nuevo en la esfera pública, se está ya empezando a ver un país también mendicante con los últimos viajes de sus mandatarios a pedir ayuda, badila en mano. Se están perdiendo muchas cosas, incluso la dignidad. 
(Publicado en "HOY", 5 de junio 2012)

Autoridad "ligth"

     El desmoronamiento de la imagen del responsable en todos y cada uno de sus niveles es un hecho constatable y del que no hay que echar la culpa a la crisis. Hubo un tiempo en el que los distintos estadíos de mando estuvieron recubiertos con un halo de respeto e integridad, como atributos insustituibles para la correcta marcha de los diferentes cometidos que a sus titulares les era dado acometer. Es un recurso fácil atribuir al miedo el afán cumplidor de las gentes, porque también es tentador asociar autoritarismo y obediencia; pero no en todos los casos este respeto venía dado por un poder coercitivo incontestable. Todos hemos conocido maestros y profesores que se hacían venerar no por el uso de ninguna vara lesiva para los muslos, sino por un singular uso de la mesura, la justicia y el saber. O mandos intermedios en las empresas y la Administración Pública dotados de la racionalidad necesaria para evitar  conflictos en sus centros de trabajo porque anteponían el diálogo y el conocimiento de la casuística laboral a cualquier otro espurio interés personal de trepar por los escalafones.
     Cuando el más alto mandatario del Estado arruina su ejemplaridad marchándose a cazar elefantes invitado por un jeque en el momento en que su país está a punto de ser intervenido, o cuando el mismo presidente del Tribunal Supremo usa su cargo para dilapidar asignaciones públicas en oscuros viajes de placer, ¿qué podemos esperar del jefecillo de turno perdido en cualquier empresa?
     Pero, con todo, el agonizante capitalismo al que asistimos no cabe duda de que se perfila como uno de los orígenes de esta pérdida de credibilidad del jefe en su sentido más antonomástico. El fin social de cualquier empresa –ya venda productos o servicios-está siendo eclipsado por el objetivo primordial de ganar dinero (o de evitar perderlo, que ahora se lleva mucho) y se produce en cascada el fenómeno de situar en cada punto de la cadena de mando a la persona más adecuada para ese fin economicista último, con independencia de sus capacidades humanas o su preparación para el trato con sus equipos. Afortunadamente sigue habiendo jefes íntegros, pero es demasiado frecuente el caso  de personas aupadas a puestos de alguna responsabilidad con muy dudosos principios de igualdad, mérito o capacidad, ni otros atributos que los teóricos del liderazgo apuntan como deseables. De esta forma muchos directivos se han enriquecido escandalosamente, pero han contribuido a dejar su empresa en bancarrota, al faltar otras calidades emocionales no sujetas al dinero, y no hace falta citar ejemplos. Recuerdo que cuando estudiaba psicología industrial, allá en mis años mozos, Edgar Schein denominaba “modelo racional-económico” a esta práctica empresarial que considera al dinero como único incentivo motivante, olvidando que el jefe debe ofrecer ante todo un modelo y animar a los demás a actuar, pero apuntando al corazón, sabiendo escuchar, y no haciendo valer solo su cargo de forma policial para reafirmar una autoridad light que no ha sido capaz de ganarse de otra forma.
)Publicado en "HOY", 29 de mayo 2012)


Escuche, señora Nogales

     Para ser honesto, debo empezar diciendo que cuando leí su nombre como nueva consejera de Educación y Cultura sentí una gran satisfacción. He leído obras suyas y a lo mejor le hace gracia saber que pasé mi niñez en un museo, entre verracos protohistóricos, estelas romanas y cráneos neolíticos. Al fin una persona con una trayectoria intachable en el mundo del estudio y la investigación, independiente, ajena a las luchas partidistas y no envilecida por las bajezas de la política, iba a dirigir los designios de mi región en una faceta tan transcendente como la gestión pública de la cultura y el afianzamiento de las estructuras educativas, tan necesitadas en un territorio esquilmado por el fracaso escolar, el abandono educativo y la fuga de talentos. Ahora estoy empezando a comprender que usted fue la persona adecuada, pero en modo alguno en el momento idóneo. Porque sé que le hubiera gustado hacer otras cosas muy distintas a las directrices que imperan en su parcela, impuestas por su gabinete, que a su vez son impuestas en Moncloa y a su vez en Bruselas. Debe ser altamente frustrante no poder imprimir ideas propias a una alta responsabilidad y convertirse en una simple mano ejecutora de medidas asignadas sin vuelta de hoja cuya única finalidad es cuadrar un presupuesto restrictivo y además tener que dar la cara como responsable. Para este viaje no eran necesarias sus alforjas, llenas de sabiduría y tesón. Cualquier politiquillo al uso, elevado de rango desde una concejalía o asociación de vecinos se pintaría solo ejerciendo y además disfrutando de esas proclamas demagógicas que luego son tan rentables de cara al futuro.
   Escuche, Trinidad. Hoy es jornada de huelga general en la educación pública. Escuche esa creciente combinación de voces y esa marea de camisetas verdes que se aproxima. Abra la ventana de su consejería. No tema. Es bueno conocer el clamor de la calle, imbuirse de la problemática personal de los ciudadanos, saber de sus temores. Porque nada de eso aflora en sus reuniones con el soñoliento ministro Wert, ni en los comités con Monago, el “barón rojo” al que le ha durado muy poco la careta. Escuche, señora Nogales a esos miles de profesores interinos que recorren Extremadura sabiéndose útiles, depositando un poquito de profesionalidad, experiencia e ilusión en cada centro. No quieren engrosar las ya grotescas cifras del paro. Escuche, señora consejera, porque también están ahí los profesores con plaza que quieren seguir reforzando y apoyando a los jóvenes, que quieren una calidad que ahora se pone en solfa. Ahí están, señora Nogales, los padres de los alumnos extremeños, fundidos en el seno de la comunidad educativa, haciendo causa común en contra del deterioro cierto que revelan los recortes anunciados. Y los universitarios, el futuro de nuestra sociedad, que puede ser ahuyentado por las medidas propuestas.
   Señora Nogales Basarrate, usted es una persona rigurosa. Ya no estamos hablando de eliminar lo superfluo. Creo sinceramente que usted no está convencida de que recortando servicios públicos básicos de esta manera se salga antes de la crisis. Y aunque se salga a trancas y barrancas, deteriorando la calidad educativa y el rendimiento de los jóvenes de su comunidad  el precio tal vez no habrá merecido la pena porque habremos seguido empobreciendo lastimosamente la enseñanza y la región, en un círculo vicioso donde estará escrito su nombre. Lo lamento.
(Publicado en "HOY", 22 mayo 2012)



Las miserias de Dívar

     Sobre Carlos Dívar, presidente del Consejo Superior del Poder Judicial (CSPJ) y del Tribunal Supremo, pesa la denuncia de uno de los vocales del alto órgano consultivo,  José Manuel Gómez Benítez, por presunta malversación de fondos públicos, al haberse usado determinadas cantidades para sufragar presuntos viajes privados a Marbella que incluían  cenas de lujo (Hotel Puente Romano, Casino de Torrequebrada o Marbella-Club Hotel Golf Resort & Spa (vamos, que presuntamente no se conformaba con unos espetos de sardinas en El Tintero),  comidas en el restaurante de la piscina, presuntas dormidas en un hotel de Puerto Banús y hasta dejar presuntamente limpio de botellitas el minibar de la habitación. Don Carlos viajaba en AVE, clase club, hasta Málaga donde era recogido presuntamente por tres coches oficiales con siete escoltas para llevar a cabo, hasta veinte veces, estas actividades en fines de semana llamados “caribeños”, es decir, de tres días de trabajo, librando el resto. Se me ocurre la cándida pregunta inicial de ¿cuántos “moscosos” tiene entonces este individuo al año?
     Bien, lo grave de todo esto es que el señor Dívar, al verse imputado por estos hechos ha manifestado que tales gastos son “una miseria”, con cuya afirmación, muy lejos de minimizar su más que previsible culpa, lo que está haciendo es insultar a más de cinco millones de compatriotas que quisieran llevar a sus casas esos 13.000 euros dilapidados trabajando de verdad durante todo un año. A veces, cuando nos referimos a  fondos públicos y presupuestos de tal o cual organismo olvidamos que estamos hablando del dinero que usted y yo hemos puesto en nuestra declaración anual del IRPF, en la retención de nuestra nómina, en la factura del taller, en la gasolina para del Ford Fiesta y hasta en el Farias que nos fumamos el domingo por la mañana. Y lo que esperamos es que tales dineros reviertan en el correcto funcionamiento de servicios e infraestructuras.
     En el diccionario de la RAE se contienen varias acepciones para la palabra “miseria”, y cualquiera de ellas magnificaría el escándalo de la actuación de Carlos Dívar. Me estoy acordando ahora de que en la época de la transición era una preocupación constante el nombramiento de altos cargos en la cúpula militar, pues muchos de los que llegaban por escalafón a merecer esos puestos habían hecho la guerra y estaban imbuidos de pensamientos patrióticos pseudo-golpistas que no encajaban en los engranajes civiles de libertades que se pretendían. Pues ahora mismo, en la nueva transición que nos toca hacia la mesura, puede estar llegando el momento de prescindir de los sinvergüenzas (presuntos) que han fraguado sus carreras en la opulencia, el expolio público y la ostentación que permitieron unas ficticias vacas gordas que ahora pagamos con rebajas salariales, recortes en derechos y servicios, y un empobrecimiento general que presentan como grotescas las noticias a las que hoy me refiero. Recientemente, en nuestra comunidad, y sin esperar más trámites, ha habido tres dimisiones de altos cargos por motivos infinitamente menores a los atribuidos a Dívar, (en todo caso no relacionados con el derroche infame que se pretende erradicar). Veremos  qué hace el jefe de todos los jueces ante el veredicto de  la ciudadanía “indignada”.
(Publicado en "HOY", 15 de mayo 2012)

martes, 8 de mayo de 2012

Mesas presidenciales

     No sabemos si entre la “herencia recibida” estaría también la mesa de Moncloa. Yo creo que debe ser uno de los muebles que no ha sustituido el señor presidente tras su cambio de residencia. A decir verdad, esa mesa, aparte de la foto de los niños y del teléfono rojo no tendría muchas más cosas. Porque no estaba sobre ella la subida del IRPF, tan insolidaria para con las clases medias, según se decía en la campaña electoral. Tampoco estaba encima de la mesa el copago sanitario ni el abaratamiento del despido, porque no es lo que necesitaba este país. La próxima subida del IVA, contraproducente en etapas de contracción, igualmente debería estar en un cajón, así como la amnistía fiscal, disparate que enervaría a los contribuyentes. O la energía barata. O las propuestas penitenciarias a los etarras. Se trata de una mesa maldita que también usó el anterior presidente con parecida infamia, pues encima de la misma nunca estuvo la bajada de sueldos a funcionarios ni la congelación de las pensiones ni otras lindezas improvisadas. Cuando todo este presente se convierta en historia, adquirirá toda su vigencia la opinión de Jardiel Poncela: "La historia es la mentira encuadernada."

     Ningún presidente pone las cartas sobre la mesa porque ya está ocupada con lo que han sacado de los cajones. Por algún cajón debe andar también, por ejemplo, el peaje de las autovías o la reducción de ayuntamientos. Y se han hecho imprescindibles las tijeras, estas para recortar tanto cosas que están encima de la mesa como en los cajones para que, caso de aflorar, lo hagan ya recortadas,  como la Sanidad y la Educación. Y en toda mesa de presidente entrante siempre hay otros cajones que estaban llenos a su llegada, en este caso de facturas impagadas por los gobiernos salientes, que los entrantes sacan a la luz para justificar el trasiego de medidas desde el resto de los cajones a la superficie de la mesa. Y, en fin, debajo de toda mesa presidencial que se precie, siempre es bueno que exista una hermosa papelera con capacidad suficiente para albergar las promesas electorales que no gozaron del privilegio de estar nunca encima de la mesa (ni siquiera en un cajón), aunque nos hicieran creer que así sería.
     Podíamos hablar también de mesitas periféricas, con parecidas prestaciones. Encima de estas mesas, como en Extremadura, había cosas intocables, como la Ley de Educación. Pero alguien ha quitado el pisapapeles para que se vuele su aplicación o, como mucho, ha puesto encima las tijeras. Y la refinería ya no se sabe en cuántos cajones ha estado. Si viviera Ramón Gómez de la Serna se pondría las botas diseñando greguerías alusivas a estos tiempos convulsos. Seguro que desempolvaría el pensamiento de Jules Renard, uno de sus inspiradores, para poner encima de la mesa el siguiente cartel: “De vez en cuando dí la verdad para que te crean cuando mientes”.

martes, 1 de mayo de 2012

Educación para la medianía


     Según el informe PISA, España ocupa uno de los últimos lugares entre los países de la OCDE en cuanto a rendimiento educativo, con un elevado índice de fracaso y abandono escolar. Si hacemos abstracción de la actual coyuntura económica, está claro que lo que haría falta es un aumento de la inversión en educación para salir de ese vergonzante furgón de cola.
     Pero lo que se está cociendo entre las bambalinas del ministerio del ramo y las respectivas consejerías de educación,  puede poner las bases de una auténtica hecatombe en los ya frágiles niveles de calidad que no solo nos harán descender más peldaños en los informes internacionales, sino que –y esto es más importante- conformarán un futuro más sombrío en competencia y competitividad, aspectos tan cacareados para salir del atolladero de la crisis. Detraer tres mil millones de euros de los presupuestos educativos (medio billón de pesetas) supone  el tiro de gracia para nuestro maltrecho sistema educativo público.
     Hay que decirles claramente a los padres y a toda la sociedad qué supone realmente este “ahorro”: con el aumento de la ratio de alumnos por aula se eliminará el seguimiento individualizado y aumentarán las diferencias con el resto de la clase. Con el incremento de las horas lectivas del profesorado, no solo se va a ahorrar en sueldos de miles de profesores interinos que serán despedidos: habrá menos tiempo para preparar clases y actividades, desaparecerán tutorías, imprescindibles con adolescentes, y el contacto con los padres será nulo. Se eliminarán también los refuerzos y será imposible desarrollar programas de mejora en los centros al no poder celebrarse reuniones de coordinación. Existirán menos asignaturas optativas y no serán ofertados todos los itinerarios o especialidades. Paralelamente, para cuadrar horarios se apelará a la movilidad funcional de los profesores que queden; esto supondrá que veremos a un profesor de Historia impartiendo Música, cuando tengan clase, pues no se contratará a un docente por bajas del titular inferiores a quince días. Menos becas, aumento de tasas académicas, supresión de carreras con poco alumnado... Ah, y el que quiera ir a la universidad que pida un préstamo, como ha dicho con toda la desfachatez del mundo el ministro Wert.
   El concepto de ahorro que se maneja tan lastimosamente es el del borrico con orejeras que solo tiene la visión de la senda por la que camina. Con tal de llegar en diciembre a la cifra de déficit comprometida con Bruselas nos jugamos el futuro con una caída en picado en la atención educativa de nuestra juventud. ¿Son más importantes los gastos de defensa? ¿No sería mejor potenciar la lucha contra los defraudadores fiscales en lugar de amnistiarlos? En Europa se empiezan a alzar voces contrarias a esta política de recortar por recortar, sin otra contrapartida. Y en Extremadura había una Ley de Educación, consensuada y comprometida por los partidos presentes en la Asamblea. Parecía que al fin las rencillas políticas habían dado paso a un gran acuerdo por el interés general de la sociedad y el futuro de la región en un capítulo clave como el educativo. Incumplir ahora flagrantemente esa ley cercenando su viabilidad  y dando la vuelta al clima de consenso de la forma en que se pretende, además de engañar a los ciudadanos  es una puñalada trapera a la democracia, que se ve virtualmente anulada por decreto ley.

miércoles, 18 de abril de 2012

El riesgo de vivir demasiado

       
          Para nuestros ancestros prehistóricos vivir constituía una aventura plagada de peligros continuos que ponían en riesgo sus vidas diariamente, al no mostrar todavía en la Naturaleza la primacía del género humano, y llegar a la senectud era casi inalcanzable. A medida que la Humanidad evolucionaba, la esperanza de vida creciente era un indicador válido del grado de dominio sobre el entorno. El desarrollo de la medicina, y en concreto la lucha contra las infecciones fueron clave para que los hombres aplacaran numerosos riesgos vitales para llegar a cotas de longevidad jamás soñadas.
   Hasta que hemos llegado al siglo XXI, donde la visión economicista del universo está dando lugar a paradojas grotescas. Ahora los riesgos que acechan al género humano no son  individuales ni provienen del medio ambiente: se trata de riesgos intangibles con mayor peligro que el oso de las cavernas o la viruela. Se habla de los riesgos hipotecarios, las primas de riesgo, el riesgo-país. La economía es como un alacrán que al verse acosado se clava su propio aguijón como dudosa terapia ante tumores incurables aparecidos dentro del sistema que afectan a colectividades enteras.
     El Fondo Monetario Internacional (FMI) alerta a los estados ante el “riesgo de vivir demasiado”. Por lo visto llegar a 85 años es un peligro para un sistema que no estaba preparado para esta esperanza de vida. “Vivir más de lo esperado”, como textualmente manifiestan sin inmutarse los gurús del Fondo, genera unos graves riesgos sistémicos, para cuyo remedio son necesarias medidas retrógradas que tampoco entraban en los planes del mundo desarrollado: aumentar cotizaciones, recortar pensiones y prestaciones sociales y/o retrasar la edad de jubilación, de modo que los años que cobremos pensión no aumenten. La receta es genial, pues la tendencia es que pronto nos jubilemos con más de 70 años porque la esperanza de vida ha aumentado. Ahora sí que veo yo un riesgo en esto de llegar a viejo, carajo. La otra receta (que ahorremos para la vejez) es quimérica; con la que está cayendo no se le puede decir a un joven de 25 años que meta perras en un plan de pensiones. Y quienes han pasado de los 50 y le ven las orejas al lobo ya no tienen tiempo para crear un ahorro significativo. Estos productos financieros son para un reducido segmento, precisamente quienes por su potencial económico no tendrán problemas en su vejez. El grueso de la población, dependiente de un sistema público de pensiones, es el que está realmente en riesgo por el mero hecho de vivir. Preparémonos, pues, para una vejez más austera sin viajes del Imserso y pagando las medicinas. Y el que pueda, que disfrute de la segunda edad porque seguramente no podrá hacerlo en la tercera. Al final, lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años, como sabiamente dijo Abraham Lincoln, porque la esperanza de vida está dejando de ser un indicador de avance social.

martes, 10 de abril de 2012

La tinaja

Desde hace más de treinta años, cuando  empecé a ir al pueblo como lugareño consorte, había visto la tinaja en la troje en las escasas ocasiones en las que era necesario subir a tan lúgubre desván; aquella polvorienta media tinaja habría tenido otros usos desde el desconocido y lejano accidente que la privó de su boca, a juzgar por los restos de paja que todavía descansaban en el fondo. Después de su mutilación,  tal vez fuera en otro tiempo comedero para reses en el establo o almacén de maíz para las gallinas. Acompañó pacientemente durante largas décadas en la semioscuridad de aquella estancia a viejas albardas, arados y damajuanas desvencijadas en un silencio solo roto a intervalos por la cadenciosa acción de la carcoma, y en una ingrata penumbra anónima, donde únicamente las telarañas la comunicaban mortecinamente con el mundo circundante como hilos de telégrafo. Calculo que llevaría allí más de medio siglo, superviviente de una época en la que todo se guardaba porque podía servir.
El pasado sábado la tinaja ha abandonado su incómodo destierro y ha obtenido al fin el indulto que le permitirá en lo sucesivo saludar la salida del sol, respirar el aire perfumado por las jaras en primavera y albergar en su seno racimos de florecillas que caerán sobre la sufrida panza como un cosquilleo de belleza que jamás imaginó. No fue tarea fácil, pues la estrechez de las escaleras y su gran peso, huérfano de asideros, me obligó a prolongar un jadeante abrazo convirtiéndonos un rato en polvorientos hermanos siameses.
Pero ahora ya podré contemplar  la tinaja en el jardín las tardes de verano, y recordar con justicia a quien decidió guardarla celosamente, uno de aquellos sufridos y previsores habitantes del medio rural que ya no está entre nosotros, perteneciente a una estirpe definida fielmente por Unamuno: “allí los hombres no son hijos de la tierra, sino que la tierra es hija de los hombres”. Viendo la tinaja rejuvenecida por el sol de abril es como si hubiera aflorado la milésima parte de un acervo relegado al pozo injusto del olvido. Como aquellas viejas tradiciones que murieron por no tener ya quien las transmitiera oralmente. O como aquellos centenarios oficios extinguidos lánguidamente por la irrupción de las máquinas.
      Contemplar la tinaja redimida es como escuchar el eco de la trompeta del pregonero, o el agudo reclamo de la armónica del “afilaor” que trae envuelto el viento racheado. El rescate de la tinaja me anima a  libertar también los usos perdidos que dieron carácter a esta tierra, y que los niños de hoy jamás conocerán. Sí. Añoro montar otra vez en burro y deseo ver algún día un tamborilero con veinte años, que haga juego con la nueva función de mi tinaja.

miércoles, 4 de abril de 2012

Que viene la troika

     Desde siempre, y al hacerse patente nuestra incapacidad para imponernos cuando los niños pequeños se portan mal, acostumbramos a amenazarles con la llegada de un “algo” desconocido cuya sola mención es suficiente para que coman o se vayan pronto a la cama, y esta práctica –que suele funcionar, aunque con la censura de los psicólogos - ha estado vigente desde tiempo inmemorial, solo variando la identidad del supuesto terrible visitante según la época o el lugar. Recuerdo todavía con una reminiscencia antigua de pavor aquel “que viene el hombre del saco” o el “coco”. En zonas rurales era más frecuente que viniera el lobo o incluso “que vienen los maquis”. Y es sabido que en los Países Bajos se emplea todavía el recuerdo del Duque de Alba como figura demoníaca para atemorizar a los pequeños.
   Bien, los tiempos han cambiado. Es posible que ya los niños, con su dominio de las nuevas tecnologías y un mejor nivel de información no se asusten ni con las carantoñas de Acehúche. Y esos temores ancestrales los hayamos “heredado”, por el contrario, los mayores, acuñando nuevas figuras capaces de espantar, adaptadas a nuestros temores. Nuestros pecados no son comer mal o remolonear para no acostarnos, sino no cumplir con otros deberes impuestos por papá Europa, como no llegar a los guarismos de déficit público estipulados. Ahora mismo, y si hemos de hacer caso al ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, nuestra situación es “muy crítica”; no sabemos muy bien si esta delicadísima posición se esgrime y exagera para justificar el ajuste brutal aprobado en los presupuestos públicos para 2012 o es que realmente hay cosas que se nos esconden, como una próxima intervención por parte de la Unión Europea ante el cariz y la deriva que lleva nuestra maltrecha economía. Si las medidas adoptadas por el gobierno de Rajoy, lejos de reactivar el mercado interno y el crecimiento lo que producen es un mayor marasmo, una contracción espectacular del consumo y una subida  del desempleo (como parece que va a suceder), esos engendros sin rostro aliados del hombre del saco o el Duque de Alba, que son “los mercados” propiciarán la llegada de altos funcionarios de la Unión Europea (UE), el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), la llamada y temida “troika” encargada de fijar las condiciones de un eventual rescate. La cuestión estriba en valorar cuánto tiempo considera Europa prudente esperar a los resultados positivos de los ajustes en España para que llegue la hora.
     A mí, dentro de mi ignorancia macroeconómica, me mosquea que se esté engordando cada dos por tres el fondo de rescate europeo y se me ocurren dos reflexiones. Una: ¿tan importante es llegar a ese 5,3% de déficit, aunque para ello haya que llegar en un año con seguridad a seis millones de parados y quince millones de pobres? Y dos: ¿qué fue de la soberanía nacional? Nuestros gobernantes –no importa ya de qué partido- son unos auténticos mequetrefes convertidos en marionetas, cuyos hilos son movidos por Bruselas. Qué pena, porque estamos expuestos a las más inimaginables piruetas de estos monigotes con el exclusivo objeto de que no venga la troika.

martes, 27 de marzo de 2012

Las dos Españas de hoy

     Si hay una expresión trillada que ya huele, es precisamente esta de las dos Españas, acuñada hace más de un siglo y que emplearon en su discurso autores como Larra, Menéndez Pelayo, Ramiro de Maeztu y Ortega y Gasset, y que inmortalizó Machado con aquel “españolito que vienes al mundo…”.
     Pero hoy yo quería referirme a otras dos Españas que no son las de izquierdas y derechas o la de los conservadores y progresistas ni la de los rojos y los fascistas; ni siquiera la de los toros o el fútbol. Porque en este nuevo par de Españas que han eclosionado de espaldas a la Historia militan indistintamente elementos pertenecientes a esas eternas facciones y los encontramos revueltos en cada una de ellas. Constatado el hecho de que existen señoritos de izquierdas y jornaleros de derechas, no es ya ningún discurso ideológico, pues, el que representa la división entre españoles a la que me refiero, sino más bien el color de sus respectivas cuentas corrientes. Los números rojos no son ya privativos de quienes se dicen de izquierdas, pues han colonizado muchos hogares que votan a la derecha.
   Hay una España que ha dejado de ir al cine, que come en silencio sopas de sobre, que no compran ni en rebajas y que no ponen en invierno la calefacción para que no suba el recibo. Es la España de los 426 euros mensuales, la de los jóvenes sin empleo, la de los parados sin esperanza, la de los hipotecados en espera de desahucio con o sin dación en pago, que en ambos casos es quedarse sin casa. Es una España sin fe en el futuro, que ve cómo su situación se enquista sin visos de mejora. En palabras de Machado, “una España que se muere”.
   Frente a ella está la España que no ha perdido su empleo, que vive más o menos igual que siempre y que gasta menos no por imposibilidad, sino por la inercia de la recesión: aguanta el coche un par de años más y espera a que los pisos bajen todavía más. Esta España se sigue yendo de vacaciones, sale de vez en cuando a cenar fuera y puede dar carreras a sus hijos con la esperanza de que esto pase y vean la luz que ahora se nos niega. No es “una España que bosteza”, como sigue el verso del poeta sevillano, pero sí que duerme tranquila, diríamos, porque sigue teniendo un proyecto de futuro, aunque este sea más incierto.
   Estas son las reales y verdaderas dos Españas de hoy, cuya distancia, absolutamente grotesca en sus extremos, es obligado acortar por parte de los gobernantes. Bien harían tanto estos como quienes están en la oposición en focalizar adecuadamente el problema en lugar de seguir con las invariables y casposas proclamas de aquellas antiguas dos Españas de Ortega, las que ya huelen y no contribuyen a crear esperanza.
    

Bienestar

    Hoy estoy algo “depre” y les propongo reflexiones recelosas, advierto, sobre el manido estado del bienestar. La sensación de bienestar, aplicada a un solo individuo, define aquel estado en el que la persona está saciada, descansada y sin preocupaciones importantes que alteren su placidez. Es ya antigua la intención de los países avanzados de promover un estado de cosas que permita generalizar esa satisfacción a toda la población para conseguir ese “Estado del Bienestar” que se viene persiguiendo desde la Gran Depresión y que de momento solo los países nórdicos parecen haber apuntalado. Yo siempre he sido bastante escéptico en admitir la posibilidad tan idílica de habitar una sociedad que nos tenga solucionado el presente y el futuro a cambio de nada, y desgraciadamente en los tiempos convulsos que corren ahora ya son bastantes más quienes piensan que esa sublime pretensión está haciendo agua porque cuesta un dinero que no alcanza. Como siempre, está fallando la financiación.
     El estado del bienestar consiste en que el Estado y la organización social provee, por un lado, servicios y garantías sociales para la totalidad de la población (pensiones universales, educación gratuita para todos, asistencia médica y hospitalaria); y por otro lado derechos y libertades que posibiliten también vivienda y trabajo digno para todos. Según esta premisa y centrándonos en la situación de España, con una cifra de desempleados que cabalga hacia los seis millones ya se está quebrando el modelo desde los derechos sociales, por no hablar de la otra quiebra, la de las garantías universales que tampoco se pueden pagar. Es la hora de dar marcha atrás para evitar el colapso y por tanto, la hora de los recortes. La cuestión parece ser hasta dónde es posible recortar sin que la tijera afecte a la base de ese malhadado estado del bienestar. ¿El copago sanitario sería admisible? ¿La creciente privatización de la educación quiebra este quinto poder del Estado? ¿Rebajar y congelar los salarios, las prestaciones sociales y las pensiones es cercenar el estado del bienestar? ¿Desahuciar a quien no puede pagar su vivienda va en la dirección del fin del bienestar colectivo? A mí me parece que sí.
     No faltan corrientes de pensamiento que han considerado siempre una falacia esto del estado del bienestar: si individualmente los ciudadanos no pueden permitirse un cierto nivel de “bienestar”, ¿qué motivo hay para que sí se pueda conseguir colectivamente? De esta opinión es Leonard Peikoff y los objetivistas. Otros autores más próximos, como el español Santiago Niño Becerra y su teoría de los ciclos arrojan también serias dudas sobre el mantenimiento de la utopía del bienestar, estrechamente unida a un capitalismo al que parece que le quedan solo unas décadas antes de desembocar en algo que de momento solo se vislumbra en forma de quiebra. En esta coyuntura de marcha atrás acelerada que oprime nuestras expectativas, los individuos se suelen olvidar de las utopías y buscan de nuevo su bienestar particular descendiendo a la base de la pirámide de motivaciones de Maslow: mi trabajo, mi sueldo, mi pensión, mi casa. El que venga detrás que arree. Y con esto se cierra un círculo dejando fuera las iniciativas que serían precisas para cambiar el sistema.
    

Se hace camino al andar

     Las páginas de HOY se hacían eco la semana pasada de la llegada a tierras extremeñas de un extraño caminante, que desde Sevilla se proponía acometer una marcha nacional de 3.300 Km. con la idea de sensibilizar a la ciudadanía de la necesidad imperiosa de mantener el flujo de ayudas y compromisos económicos contraídos por ayuntamientos y otros entes públicos,  tanto con su ONG (GATS) como con el resto de entidades del llamado tercer sector, ante el alarmante estrangulamiento que la crisis está llevando a la meritoria actividad social desarrollada por estas organizaciones. El domingo pasado compartí un agradable encuentro con Oscar Rando en Coria, que hace un alto en el camino en su querida Pescueza antes de reemprender ruta hacia el norte.
     En el anodino transcurrir de nuestras rutinas cotidianas, que dejan escaso espacio para romper el corsé casa-trabajo y los comentarios fútbol-política, pocas veces se tiene la oportunidad de entablar diálogo con alguien distinto que representa ese atributo, a veces tan eufemístico, llamado humanidad; y no me refiero a sus 130 Kg. de peso: nunca un sentido figurado estuvo más próximo a la realidad que representan sus convicciones. Oscar, uno de los impulsores del Festivalino a través de su ONG en sus inicios y de otras iniciativas ecológicas, es un defensor a ultranza de esa máxima a veces denostada de que “otro mundo es posible”. Solo es necesaria una nueva óptica que convierta en realidad aspectos de la vida catalogadas como utopías por los inmovilistas. Se trata de que exista un número creciente de personas que crean que la utopía es el principio de todo progreso y el diseño de un futuro mejor, como ya dijo Anatole France. Sin ella nos estancaremos en el pasado y las acciones que emprendamos no harán sino perpetuar el sistema actual, con los mismos errores y fracasos. En un mundo como el actual, donde se está haciendo patente tanto el agotamiento  de recursos naturales como el enquistamiento de prácticas económicas que empobrecen formas de vida, se impone una verdadera heurística que ofrezca nuevas posibilidades al sistema para realizar de forma inmediata innovaciones positivas para sus fines.
      Y esto, que  se puede traducir en la creación de granjas de carbono que fertilicen los suelos agrícolas, en el fomento de la interculturalidad a través de la música o incluso la gastronomía, el reciclado de ropa de segunda mano para sectores desfavorecidos, el trabajo social con jóvenes y excluidos, donde no llega la financiación pública, y mil acciones más, necesitan el sustento económico para evitar que se vayan al garete con el pretexto de la crisis. Esta no puede ser una crisis que solo afecte a los desfavorecidos, porque si es así jamás saldremos de ella realmente. Oscar Rando patea ahora los Canchos de Ramiro, Las Hurdes y el Valle del Jerte, exponentes de autenticidad con posibilidades de seguir manteniendo una vida sostenible que alguien pone en cuestión apelando a un exceso de espacios protegidos en nuestras comarcas. Animo a quienes sientan que su “chip” está en trance de cambio a apoyar iniciativas éticas como las de este caminante solitario. Buen viaje, Oscar.
Os dejo el enlace a su blog, merece la pena visitarlo: http://www.sehacecaminoalandar.org/


martes, 28 de febrero de 2012

Que vienen los grises

Debería ser por esta misma época, pues a medida que avanzaba el día un sol que ya picaba se enseñoreaba de las esquinas, posibilitando que algunas chicas lucieran generosas y tempranas desnudeces en sus brazos. Qué buena mañana para una asamblea, de aquellas en las que uno saboreaba en toda su dimensión el gustillo intrépido de lo prohibido; las clases se cortaban y circulaban los panfletos a escondidas como breves periódicos proscritos. El tono de las intervenciones se enardecía con los aplausos del prójimo, sones de guitarra comenzaban a acompañar a estrofas de Víctor Jara, sentados en el suelo: “te recuerdo Amanda…”. Hasta que alguien, elevando el tono de su voz de forma suicida comienza a entonar aquel desconocido himno blasfemo de tan solo dos palabras, al que todos nos sumamos desafiantes, transformando en coro pendenciero aquella inocua asamblea informativa: ¡Am-nis-tía, Li-ber-tad! Es un clamor, un clamor vedado por la autoridad competente bajo inciertas penas, pero para comprobarlo todavía nos tienen que coger. ¡Que vienen los grises…! En efecto, allí están ya los Land-Rover grises con rejillas en los cristales albergando a una jauría de servidores del orden, porra en ristre, que se despliegan en todas direcciones. Las calles entonces se convierten en flujos de carreras no siempre con los grises a la vista, como pasa en Coria cuando el toro anda suelto: tú ves correr a los de esa esquina y te movilizas sin saber muy bien de dónde lloverán finalmente los palos. En los bares, aquellos bares con la caña a un duro, se produce la estampida dejándolos vacíos, pero resonando anónimamente los ritmos del vinilo en la máquina de música que alguien ha puesto. Jarcha coloniza el silencio impunemente: “Libertad, libertad sin ira, libertad…”
     Desde esta estampa añeja de 1976 han transcurrido 36 años.  Eso de la libertad es un atributo desvalorado, pues gran parte de los habitantes actuales, entre los que están nuestros hijos, no han conocido nunca su privación, ni han tenido que esconderse jamás para reunirse. Tal vez por eso entiendan menos las carreras y los porrazos que les han empezado a llover por parte de policías en technicolor cuando han osado, en principio, manifestar su oposición a los recortes educativos que han dejado sin calefacción a los colegios. Si hemos de creer la que se nos viene encima (y hay que creerlo porque lo dice el propio Gobierno), las revueltas de Valencia no son más que el inicio de una etapa de malestar en la calle, pues no se encontrará otra forma de rebelarse contra lo inevitable: estudiantes, damnificados por ERE’s, sanitarios, empleados públicos, indignados, estafados por la banca, parados, desahuciados y menesterosos varios. Y sería muy peligroso que esa autoridad competente que controla las fuerzas del orden sintiera la tentación de desempolvar a los grises para enfrentarlos a tanto “enemigo” suelto, de momento sin cojos manteca ni razones suficientes. Un gobierno con un “aparato represor” haría juego con golpes y cardenales anacrónicos difíciles de entender. Otra vez no.


martes, 21 de febrero de 2012

Agencias de calificación

     Los dictámenes sumarísimos de los Standard & Poor's, los Moody's y los Fitch de las narices ya me están encrespando la moral, por no usar otros términos más propios de Pérez Reverte. Cuándo se ha visto que profesores de la universidad de Pensilvania, pongamos por caso, decidan desde sus despachos neoyorquinos qué asignaturas tienen que repetir los alumnos de la universidad de Murcia, basándose en quién sabe qué parámetros o patochadas. Porque la fiabilidad de estas agencias de rating es como quieras; baste recordar que Lehman Brothers gozaba de una calificación envidiable el día antes del crash que nos ha llevado a todos a la mierda, y de igual forma se tragaron la bancarrota de Enron, sin detectar problema alguno. El hecho de que ninguna agencia perteneciente a este oligopolio mundial fuera capaz de predecir la crisis de 2008 pone en cuestión toda la parafernalia posterior que estamos sufriendo.
La privatización de las tareas de control y regulación que antes hacían los estados nos ha llevado a una nueva tiranía: el mundo entero baila al son de esas temidas calificaciones con una impunidad que es de extrañar que permita por más tiempo la soberanía de los países. Si Europa fuera una comunidad supranacional como Dios manda, hace tiempo que tendríamos una agencia de calificación propia, y no dependeríamos de los dictámenes sesgados de agencias estadounidenses que lo único que pretenden es afianzar  al dólar como moneda de reserva mundial, ante la amenaza del euro. Si no nos ponemos de acuerdo en estas cosas, el sueño de Erasmo se desvanecerá ahogado por las fronteras que se trata de borrar. De todas formas, me extraña que a la Merkel no se le hayan hinchado ya los ovarios de aguantar este despotismo econométrico de tan oscuros intereses. Hay países, como la vecina Portugal, que están haciendo ímprobos esfuerzos por levantarse, y sería de esperar una actuación responsable y rigurosa de los observadores para apoyar ese brío póstumo para evitar el desastre; pero si vienen estos iluminados y califican inmisericordemente su deuda como “bono basura” es como si con esta criminalización económica les pisaran el pescuezo para que definitivamente coman tierra; esta es, a la vista está, la contribución de estas agencias al arreglo de las coyunturas macroeconómicas. En este mundo hay cosas que se han ido de las manos, y esta es una de ellas, de las más impúdicas e inmorales. Los clientes de estas agencias privadas pagan altísimas cuotas para “salir” con buena nota, de manera que son calificados con AAA ante el temor de que dejen de pagar y se les acabe el chollo. De aquí partió la crisis que padecemos. En fin, como sentencia Paulo Coelho, entendemos que la mentira es engaño y la verdad no. Pero a nosotros nos están engañando las dos. Así nos va.

martes, 14 de febrero de 2012

La evolución de San Valentín

     La tradición de celebrar el día de San Valentín, como tantas otras, es importada, como un Halloween en color rosa donde la noche promete sensaciones opuestas al terror. O como un Papá Noel más pícaro cargado de ilusiones para adultos Y, cómo no, esta tradición lleva aparejada importantes consecuencias comerciales. Parece que no queremos lo suficiente a nuestra pareja si no media un regalito: las consabidas rosas rojas o la lencería sexy, según el carácter del enamoramiento, más o menos escorado hacia los límites de ese continuo que va desde lo platónico al puro placer sensorial.
     Pero con todo, el 14 de febrero es uno de esos días que dicen algo únicamente durante unos pocos años presididos por la ilusión de adentrarse en sensaciones y vivencias novedosas, para irse difuminando su significado paulatinamente a medida que el tiempo acrecienta otra serie de eventos menos placenteros, también con anotaciones en el calendario: los vencimientos de la hipoteca, el seguro del coche, el cumpleaños de la suegra.  El amor es algo muy subjetivo que adopta a lo largo del tiempo nuevos aspectos, como una especie de metamorfosis afectiva, y –en parejas normales- no debe ser del todo cierto que termina desapareciendo. Y si eso ocurre, hagamos caso a Alejandro Dumas cuando dijo “el amor nunca muere, solo cambia de lugar”. Pues que San Valentín migre entonces a los dominios de los jóvenes, que son los que “ejercen” mejor el amor, y a quienes ha tocado enamorarse en tiempos y lugares más permisivos que otros. Sin embargo algunos pensamos que el amor, como la libertad, es algo que sabe mejor cuando se prohíbe, y dejamos que nuestro recuerdo vuele a tiempos vividos y ya caducados donde se buscaba el rincón más recóndito de la discoteca para ejercer aquella impunidad amorosa, como si en vez de estar con la novia escondiéramos una foto del Che Guevara.
No estoy muy al tanto de las costumbres valentinianas de los jóvenes de hoy. De seguro que no se dedican poesías y aquellas extintas cartas de amor han sido sustituidas por afectos más instantáneos que no trae ningún cartero, sino que aparecen profusamente en las pantallitas de cristal líquido de sus móviles con pocas ínfulas poéticas y con esa característica economía de grafemas tan en boga: “t kiero”. Pero, en fin, un te quiero siempre es un te quiero. Para los no tan jóvenes San Valentín tiene más dificultad de obrar sus prodigios. Puede que para algunas parejas, con los ardores amorosos ya muy desdibujados por el paso del tiempo, el día de San Valentín sirva por lo menos de recordatorio de aquellos viejos fragores, y a lo mejor esta noche “toca”, para hacer valer el aserto de Gabriel García Márquez cuando decía que el sexo es el consuelo que le queda a uno cuando ya no le alcanza el amor. Algo es algo.

miércoles, 8 de febrero de 2012

La nueva emigración

     Todos tenemos en la retina, ayudados por el NO-DO, la imagen en blanco y negro de aquellos trenes a reventar que partían hacia Hendaya, aquel trajín de maletas con refuerzos en las esquinas y una cuerda por si acaso, despedidas, abrazos, cartas que llegaban de Alemania. Y los pueblos semivacíos con sus tabernas tristes porque se ha ido el Nicasio, y Paco “turumba” con toda su familia, y el Andrés con su primo Valentín…
     Hace medio siglo, la emigración, como un vendaval que llevaba adheridos otros fenómenos como el desarraigo y el destierro, fue la única solución que encontraron esos dos millones de españoles que no se resignaban a malvivir en su propia tierra, y emprendieron la incierta aventura de cruzar la frontera. Sin saber idiomas, muchos recalaron en suburbios junto a turcos y magrebíes o auténticos guetos con olor a frites de tocino con aceite de oliva, y contaban a sus vecinos del pueblo las bondades de su nuevo destino omitiendo muchos detalles. Con el tiempo, una vez que mudamos de país emergente a situarnos como un miembro más de pleno derecho en el concierto europeo, pasamos de emisores a receptores de inmigración. Ahora eran latinoamericanos, marroquíes, subsaharianos y rumanos los que ocupaban aquí los barrios humildes con sus pisos patera.
     Pero la crisis económica ha venido a alterar estos flujos migratorios y, como aves en busca de otras latitudes, ha sustituido las bandadas de mano de obra sin cualificar por un nuevo prototipo de emigrante que amenaza con desangrar de nuevo la sociedad española. Se calcula que desde el comienzo de la crisis son cerca de trescientos mil jóvenes, la mayoría titulados universitarios, los que han marchado a otros países huyendo del paro y la falta de perspectivas tras una costosa formación superior; conocen idiomas, han viajado al extranjero, han tenido becas Erasmus y han crecido en un mundo globalizado que ha borrado fronteras. No solo los bancos se están descapitalizando: la pérdida de capital humano que supone dejarnos escapar lo más granado de nuestra juventud es algo que también merece planes gubernamentales para evitarlo. Si la universidad se está convirtiendo en un vivero de profesionales para otros países por la imposibilidad de los mercados nacionales de absorber estos titulados, hay que reflexionar muy seriamente sobre el cambio de estructura que requeriría una institución académica generadora de paro cualificado. Si se habla hasta la saciedad de que el problema español es la falta de competitividad, ¿cómo vamos a competir en el futuro si nuestros mejores talentos se marchan fuera? Importamos albañiles, camareros y empleadas domésticas y exportamos arquitectos, médicos, ingenieros y sanitarios. Es una balanza comercial muy desfavorable que nuestros gobernantes tienen la obligación de arreglar. He aquí un nuevo reto para añadir al “lío” que, por lo visto, supone gobernar.

martes, 31 de enero de 2012

Reflexiones sobre el paro

Son estas unas reflexiones sesgadas que provienen de quien no ha pisado jamás una oficina de empleo. Con el panorama actual ya vamos siendo pocos los que nos levantamos cada mañana para iniciar esa rutina de años llena de actos maquinales que nos depositan en nuestro puesto de trabajo como algo irrelevante. Serán cada vez más escasos quienes sabiendo que el sueldo  no faltará a final de mes, puedan afrontar un proyecto de vida acorde con su situación, y pensar en cambiar de coche, dar carrera a sus hijos, realizar viajes soñados e intentar, en definitiva, llegar a la cúspide de aquella pirámide de Abraham Maslow, donde se sitúan las mieles de la autorrealización, inalcanzable paras la mayoría de los mortales.
   Porque estar parado es vegetar permanentemente en el subsuelo de esa pirámide, donde solo se lucha por satisfacer las necesidades básicas. La mera subsistencia convierte en ciencia-ficción cualquier otra tentativa de crecimiento personal. El despertar de un parado, y más si tiene obligaciones familiares, debe ser como esos falsos despertares oníricos que nos introducen en una nueva pesadilla, asomarse a un vacío cotidiano que va recomiendo la autoestima como un alzhéimer progresivo que nos incapacita para recordar hasta quienes somos. Las cuentas de un parado son muy distintas a las del empleado: esto para comer, esto para la luz y el agua, y los calcetines para el mes que viene, o mejor, rescatamos el huevo de zurcirlos de la caja de la costura.
   Y cuando uno ha escuchado hasta la saciedad en la pasada campaña electoral que todo se centrará en el empleo, el empleo y el empleo, ya duda de que esto tenga alguna solución. Porque las cosas de momento no van por ahí. La paralización casi absoluta de la obra pública redunda en paro más galopante al llevar a la quiebra a las empresas del sector. Cercenar las ayudas a viveros de empleo y riqueza, como las energías renovables es empobrecer el futuro. Eliminar las ofertas de empleo trunca las perspectivas de miles de personas que mudan su etiqueta de opositor por la de parado de larga duración. La rebaja y congelación salarial y la austeridad generalizada reduce paralelamente el consumo; si no se consume no se compra y siguiendo la cadena, el de la tienda, al paro; y quien dice tienda, dice también aerolínea, y aquí ya son cuatro mil de golpe. Parece que solo existe una meta irrenunciable: 4,4 de déficit, esos famosos “deberes” de la profesora Merkel, aunque para llegar a esa emblemática cifra debamos pasar por otra: 6 millones de parados, un 26% de desempleo  medio que con seguridad se alcanzarán antes de un año, lo cual implicará un 35% en las regiones del sur.  Ningún cambio normativo que reforme las leyes laborales puede absorber una catástrofe social y económica que va adquiriendo proporciones cercanas a tomar las calles. Me parece que hasta ahora la han cagado todos.