Para ser honesto, debo empezar diciendo que cuando leí su nombre como nueva consejera de Educación y Cultura sentí una gran satisfacción. He leído obras suyas y a lo mejor le hace gracia saber que pasé mi niñez en un museo, entre verracos protohistóricos, estelas romanas y cráneos neolíticos. Al fin una persona con una trayectoria intachable en el mundo del estudio y la investigación, independiente, ajena a las luchas partidistas y no envilecida por las bajezas de la política, iba a dirigir los designios de mi región en una faceta tan transcendente como la gestión pública de la cultura y el afianzamiento de las estructuras educativas, tan necesitadas en un territorio esquilmado por el fracaso escolar, el abandono educativo y la fuga de talentos. Ahora estoy empezando a comprender que usted fue la persona adecuada, pero en modo alguno en el momento idóneo. Porque sé que le hubiera gustado hacer otras cosas muy distintas a las directrices que imperan en su parcela, impuestas por su gabinete, que a su vez son impuestas en Moncloa y a su vez en Bruselas. Debe ser altamente frustrante no poder imprimir ideas propias a una alta responsabilidad y convertirse en una simple mano ejecutora de medidas asignadas sin vuelta de hoja cuya única finalidad es cuadrar un presupuesto restrictivo y además tener que dar la cara como responsable. Para este viaje no eran necesarias sus alforjas, llenas de sabiduría y tesón. Cualquier politiquillo al uso, elevado de rango desde una concejalía o asociación de vecinos se pintaría solo ejerciendo y además disfrutando de esas proclamas demagógicas que luego son tan rentables de cara al futuro.
Escuche, Trinidad. Hoy es jornada de huelga general en la educación pública. Escuche esa creciente combinación de voces y esa marea de camisetas verdes que se aproxima. Abra la ventana de su consejería. No tema. Es bueno conocer el clamor de la calle, imbuirse de la problemática personal de los ciudadanos, saber de sus temores. Porque nada de eso aflora en sus reuniones con el soñoliento ministro Wert, ni en los comités con Monago, el “barón rojo” al que le ha durado muy poco la careta. Escuche, señora Nogales a esos miles de profesores interinos que recorren Extremadura sabiéndose útiles, depositando un poquito de profesionalidad, experiencia e ilusión en cada centro. No quieren engrosar las ya grotescas cifras del paro. Escuche, señora consejera, porque también están ahí los profesores con plaza que quieren seguir reforzando y apoyando a los jóvenes, que quieren una calidad que ahora se pone en solfa. Ahí están, señora Nogales, los padres de los alumnos extremeños, fundidos en el seno de la comunidad educativa, haciendo causa común en contra del deterioro cierto que revelan los recortes anunciados. Y los universitarios, el futuro de nuestra sociedad, que puede ser ahuyentado por las medidas propuestas.
Señora Nogales Basarrate, usted es una persona rigurosa. Ya no estamos hablando de eliminar lo superfluo. Creo sinceramente que usted no está convencida de que recortando servicios públicos básicos de esta manera se salga antes de la crisis. Y aunque se salga a trancas y barrancas, deteriorando la calidad educativa y el rendimiento de los jóvenes de su comunidad el precio tal vez no habrá merecido la pena porque habremos seguido empobreciendo lastimosamente la enseñanza y la región, en un círculo vicioso donde estará escrito su nombre. Lo lamento.
(Publicado en "HOY", 22 mayo 2012)
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