Sobre Carlos Dívar, presidente del Consejo Superior del Poder Judicial (CSPJ) y del Tribunal Supremo, pesa la denuncia de uno de los vocales del alto órgano consultivo, José Manuel Gómez Benítez, por presunta malversación de fondos públicos, al haberse usado determinadas cantidades para sufragar presuntos viajes privados a Marbella que incluían cenas de lujo (Hotel Puente Romano, Casino de Torrequebrada o Marbella-Club Hotel Golf Resort & Spa (vamos, que presuntamente no se conformaba con unos espetos de sardinas en El Tintero), comidas en el restaurante de la piscina, presuntas dormidas en un hotel de Puerto Banús y hasta dejar presuntamente limpio de botellitas el minibar de la habitación. Don Carlos viajaba en AVE, clase club, hasta Málaga donde era recogido presuntamente por tres coches oficiales con siete escoltas para llevar a cabo, hasta veinte veces, estas actividades en fines de semana llamados “caribeños”, es decir, de tres días de trabajo, librando el resto. Se me ocurre la cándida pregunta inicial de ¿cuántos “moscosos” tiene entonces este individuo al año?
Bien, lo grave de todo esto es que el señor Dívar, al verse imputado por estos hechos ha manifestado que tales gastos son “una miseria”, con cuya afirmación, muy lejos de minimizar su más que previsible culpa, lo que está haciendo es insultar a más de cinco millones de compatriotas que quisieran llevar a sus casas esos 13.000 euros dilapidados trabajando de verdad durante todo un año. A veces, cuando nos referimos a fondos públicos y presupuestos de tal o cual organismo olvidamos que estamos hablando del dinero que usted y yo hemos puesto en nuestra declaración anual del IRPF, en la retención de nuestra nómina, en la factura del taller, en la gasolina para del Ford Fiesta y hasta en el Farias que nos fumamos el domingo por la mañana. Y lo que esperamos es que tales dineros reviertan en el correcto funcionamiento de servicios e infraestructuras.
En el diccionario de la RAE se contienen varias acepciones para la palabra “miseria”, y cualquiera de ellas magnificaría el escándalo de la actuación de Carlos Dívar. Me estoy acordando ahora de que en la época de la transición era una preocupación constante el nombramiento de altos cargos en la cúpula militar, pues muchos de los que llegaban por escalafón a merecer esos puestos habían hecho la guerra y estaban imbuidos de pensamientos patrióticos pseudo-golpistas que no encajaban en los engranajes civiles de libertades que se pretendían. Pues ahora mismo, en la nueva transición que nos toca hacia la mesura, puede estar llegando el momento de prescindir de los sinvergüenzas (presuntos) que han fraguado sus carreras en la opulencia, el expolio público y la ostentación que permitieron unas ficticias vacas gordas que ahora pagamos con rebajas salariales, recortes en derechos y servicios, y un empobrecimiento general que presentan como grotescas las noticias a las que hoy me refiero. Recientemente, en nuestra comunidad, y sin esperar más trámites, ha habido tres dimisiones de altos cargos por motivos infinitamente menores a los atribuidos a Dívar, (en todo caso no relacionados con el derroche infame que se pretende erradicar). Veremos qué hace el jefe de todos los jueces ante el veredicto de la ciudadanía “indignada”.
(Publicado en "HOY", 15 de mayo 2012)
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