miércoles, 31 de mayo de 2017

Los mentirosos del PSOE



     Hasta hace unos días  yo tenía un concepto trasnochado de lo que es un aval. Pensaba que firmar un aval servía de garantía del cumplimiento de cierta cosa, respondiendo de la conducta de otra persona. En el lenguaje cotidiano siempre pensé  que el hecho de avalar se utilizaba como sinónimo de apoyo o respaldo. Pero  ignoraba que avalar también significa “ocultar las verdaderas intenciones falseando un apoyo, incluso bajo firma”.
     Alfred Adler -colaborador de Sigmund Freud, al que finalmente abandonó por controversias con el modelo psicoanalítico- es uno de los teóricos de la mentira y sus implicaciones psicológicas y a él se atribuye la frase que resume parte de sus paradigmas: “una mentira no tendría sentido si la verdad no fuera percibida como peligrosa”. Si Adler hubiera vivido en nuestros días encontraría en las recientes primarias del PSOE un excepcional campo experimental para sus estudios conductuales. ¿Por qué miente la gente? ¿Cuáles son las motivaciones del embustero? Detrás de una mentira suele ocultarse una baja autoestima e incapacidad para afrontar una decisión: yo quiero hacer una cosa pero digo otra por el qué dirán. Existe temor al rechazo y miedo a la crítica. Esta falta de confianza en uno mismo los hace ser fácilmente manipulables, al tiempo que ellos mismos manipulan la realidad con su mentira. En resumen, la mentira cumple no sólo la función de ocultar la verdad, sino también la de dar impresión favorable ante los otros, obteniendo seguridad y protección, y  evitando la vergüenza pública y valoración negativa de los demás.
     Cabe preguntarse los motivos reales por los que varios miles de afiliados mudaron su apoyo finalmente a Pedro Sánchez, ocultando su verdadera intención en el proceso de recogida de avales. ¿Cuál era el peligro? Si era por temor al “aparato” y a los dirigentes, ante los que quieren aparentar ser afines por lo que pueda pasar en próximas listas, este sistema de elección de candidatos por primarias está viciado porque no se va a cara descubierta (aval público y voto secreto). Todo proceso democrático debe excluir la posibilidad del fraude, de lo contrario los resultados pueden ser deletéreos. Ya que se va a consultar todo a las bases por sufragio -minusvalorando a la democracia representativa- no encuentro mucho sentido a ese oscuro recuento previo de avales; Ibarra dijo que “o el PSOE acaba con las primarias o las primarias acaban con el PSOE” (parafraseando a Martín Villa que en los años setenta del siglo pasado dijo lo mismo de ETA). No le falta razón. El roto socialista se ha descosido aún más con las primarias, por mucha apariencia que quieran dar ahora de lo contrario. Esa unidad ilusoria que postula Pedro Sánchez (co-artífice destacado de la ruptura, pero legítimo secretario general con el voto de miles de autotránsfugas) es una quimera, circunstancia que sabrán aprovechar  bien a diestra y siniestra.
     Aparato nuevo habemus y para los mentirosos pasó el peligro: ya se empiezan a ver por ahí fotos junto a Pedro Sánchez, que cuando era un proscrito estuvieron guardadas a buen recaudo de redes sociales. Nada nuevo bajo el sol… que más calienta.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Acostumbrarnos al miedo



     Hoy tenía previsto hablarles de las primarias del PSOE, como no podía ser de otra manera, concretamente sobre la mentira en los avales, pero los flujos informativos establecen en cada momento aquello que es más trascendente. Por desgracia, la muerte suele ser siempre más trascendente que cualquier otra cuestión noticiable, de ahí que una vez compuesta la columna me haya resultado frívola. En esta ocasión, además, la barbarie terrorista absolutamente desnortada ha elegido un objetivo fácil, tan fácil como una aglomeración de niños y adolescentes que salían de un concierto en el Manchester Arena. Ya no se trata de atentar contra policías o fuerzas de seguridad, lo cual podría interpretarse como un objetivo terrorista que representa el poder de los estados contra los que se lucha; tampoco se mata por venganza contra quienes han blasfemado gravemente contra el profeta en unos dibujos publicados, como acción ejemplarizante contra los enemigos de su civilización. No. Ya es una cuestión meramente aleatoria donde el único objetivo es matar, donde más fácil sea y donde más víctimas puedan causarse de una sola tacada, sean adultos o solo niños. Buscan sencillamente el miedo.
     Lo realmente frustrante de todo esto es el convencimiento de que la sociedad occidental no dispone de recursos para luchar contra esta brutalidad. El enemigo es invisible, puede ser el vecino del quinto o cualquier chalado que ha visto en Internet cómo se fabrica un artefacto mortífero. Con toda la tecnología desarrollada en armamento durante muchas décadas, ahora resulta que no tenemos armas para esta lucha y nos vemos como si solamente dispusiéramos de una catapulta contra misiles autónomos. El enemigo ya no solo está en los desiertos de Oriente, sino en las cabezas de sabe Dios cuánta gente aquí, entre nosotros.
     Reflexionando sobre esta frustrante realdad viene a  mi memoria un concepto tratado en mis tiempos de estudiante de Psicología, llamado “indefensión aprendida” y que desarrolló Martin Seligman con su famoso “experimento de Milgram” (que hoy no se realizaría por cuestiones éticas y sensibilidad hacia el maltrato animal). Un grupo de perros de control fue sometido a descargas eléctricas discrecionales que podían detener accionando  una palanca, mientras que otro grupo experimental padecía las descargas sin posibilidad de escape, pues la palanca no causaba el cese de la corriente. Cuando a estos últimos perros se les dio oportunidad de escapar de las descargas accionado el dispositivo, se comprobó que permanecían agazapados asumiendo estoicamente el castigo: habían “aprendido” la indefensión.
     Algo parecido puede que esté pasando en las sociedades occidentales: acostumbrarnos al miedo y asumir estos actos brutales como parte de las eventualidades de los tiempos, como un accidente ferroviario imprevisto que tiene lugar sin posibilidad alguna de previsión. Si esto finalmente toma carta de naturaleza, estaremos realmente ante uno de los mayores naufragios de la Humanidad: la constatación de que hay una guerra imposible de ganar. Por eso desarrollar ignotos antídotos que eliminen la posibilidad de que se perpetúen estas masacres se me antoja uno de los principales retos actuales del hombre.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Exceso de celo



     Esta figura, en cualquiera de sus manifestaciones y como toda desproporción,  constituye un fenómeno nocivo para quienes lo sufren, frecuentemente los ciudadanos por actuaciones administrativas. Suelen ponerse como ejemplo algunas decisiones judiciales en  las que el Código Penal es interpretado sin resquicio alguno de flexibilidad, con una visible disonancia entre delito cometido y pena impuesta. Quizás sea en el ámbito sancionador donde más se habla de exceso de celo por su repercusión recaudatoria, como la de aquellos policías municipales apostados estratégicamente que multaban por sistema a los conductores que giraban la cabeza para mirar el radar, aduciendo “distracción”. La Real Academia  lo define como “acción de sobrepasar los límites que se consideran razonables”. En esencia este fenómeno se produce al pretender cumplir a rajatabla los reglamentos y la normativa, y en algunos casos incluso es preferible al otro extremo, donde podemos situar la dejadez de funciones, la incuria y la indiferencia. Creo que no debe ser tan difícil encontrar ese término medio que posibilita al ciudadano percibir que se actúa a un tiempo con rectitud y sensatez.
     Pues este amplio preámbulo viene a cuento, nuevamente, de dos procesos selectivos que han tenido lugar recientemente en Extremadura. Para optar a un puesto de Atención Continuada del SES, solo 4 de los 1374 aspirantes han logrado aprobar. Y en la Policía Local de Cáceres, ninguno de los mandos que optaban a un puesto de inspector han superado la prueba psicotécnica a pesar de llevar años de responsabilidad y desempeño (uno de ellos es psicólogo, para agrandar el chascarrillo). Mucho parece que los tribunales de oposiciones y los organismos encargados de diseñar procesos selectivos siguen sin dar con el quid de la cuestión, después de los antecedentes problemáticos que se han dado en los últimos años y a los que igualmente me referí hace meses en una anterior columna. Casi se podría hablar de una endémica incompetencia selectiva.
     Si este exceso de celo a la hora de seleccionar llega hasta el punto de quedarse sin aspirantes aptos a pesar de haber cientos o miles presentados, da la impresión de que se trata de evitar el coladero o el amiguismo que han mancillado tradicionalmente a las oposiciones como sistema de acceso; pero nos hemos escorado hacia el otro extremo, como un balancín incapaz de recalar en el punto medio. Fallan los contrapesos. No puede ser que se impugnen exámenes tardando años en volver a celebrarse por intervenir la justicia. Es inconcebible que existan por ahí asambleas de afectados y plataformas en redes sociales de tal o cual oposición, lo que denota cómo se han hecho las cosas. Pero también será grotesco repetir una prueba “por falta de aprobados”, con la que está cayendo, y poniendo en tela de juicio la cualificación profesional de quienes ya trabajan en el servicio al que optan. Esto no es un concurso literario donde puedan quedar desiertos los premios por mala calidad de los trabajos presentados. ¿O sí? Visto lo visto, el sistema que nunca ha fallado es el de los médicos MIR: igualdad, mérito, capacidad, temario y programa, organización minuciosa por especialistas, sistema de selección conocido, normativa clara para impugnar preguntas y diseño de adjudicación de plazas sin resquicio de duda. Conviene tomar nota.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Literatura basura



Ahora que con el extinto mes de abril han finalizado casi todas las ferias del libro tal vez convenga hacer alguna pequeña reflexión sobre los gustos lectores de la población. Estamos acostumbrados a esas nefastas estadísticas que nos sitúan sistemáticamente en los últimos lugares de los rankings que miden el número de libros leídos por habitante y año (donde ocupa un lugar destacado el epígrafe de cero libros). Me gustaría que esos estudios fueran algo más explícitos y pudiéramos vislumbrar qué consumen exactamente los que leen poco o muy poco. Porque las cifras de ventas de las ediciones más publicitadas  solo son un indicativo de que el título en cuestión llega a toda la población lectora, pero no presupone en absoluto, por ejemplo, que ese sea el libro que leen quienes solo lo hacen una vez al año. Es decir, muy posiblemente haya muchos/as que hayan leído “¡Digo! Ni puta ni santa” (las memorias de “la Veneno”) y no la novela de Fernando Aramburu “Patria”, que es líder de ventas. Las cifras de audiencia televisiva de programaciones degradantes, por colateralidad, invitan a pensar así.
     Ciertamente el apartado de memorias  está infectado de títulos con destino a  esos segmentos sociales interesados en banalidades y cotilleos,  donde advierto un doble y perverso fenómeno, a cual más zafio: por un lado las autobiografías han perdido ya su verdadero carácter y se han convertido en un medio espurio y fraudulento para que cualquier gaznápiro gane dinero a espuertas con la edición de “sus memorias”.  Y por otro ya también son legión los políticos  retirados -o más o menos defenestrados- ávidos de dar “su versión de los hechos”  tratando de ensalzar los argumentos que en su día no nos convencieron. Son memorias que conllevan su parte de fraude, presentando medias verdades que en su día fueron medias mentiras (o mentiras enteras); es un negocio editorial que satisface el morbo por conocer en qué nos engañaron nuestros gobernantes, qué ases tuvieron en la manga y por qué no hicieron tal o cual cosa.
   Pero a  mi juicio existe un problema mayor. Porque no solamente se comercializa una literatura específica para lectores demandantes de morbo. La crisis, la globalización y la digitalización han irrumpido en la literatura haciendo que los escritores se plieguen a intereses editoriales con temáticas estandarizadas de escasa originalidad. Incluso en la literatura “buena” se advierte esa falta de creatividad que denota la obligación de escribir una novela al año. Los lenguajes son poco reflexivos y no transmiten pasión, por muy famoso que sea el escritor. En esta literatura eminentemente comercial y de moda estarían las sagas y las trilogías (Harry Potter, el Señor de los Anillos… incluso “Cincuenta sombras de Grey”), escritos en una prosa escolar simple e insulsa con poca intención de buscar la belleza del lenguaje. Es lastimoso que algunos buenos escritores con esta literatura se hayan convertido en meros escribidores por encargo.
   Por eso yo estoy leyendo ahora “El secreto del agua” de Tomás Martín Tamayo (escritor de la tierra, de pata negra) donde los personajes no son de telenovela, donde se transmite pasión con un lenguaje cuidado y donde la reflexión y el ingenio que rezuma harían imposible escribir la novela en tres meses.

miércoles, 3 de mayo de 2017

La marcha roja



     A comienzos de los años setenta del siglo XX Hassan II atravesaba en Marruecos dificultades internas que amenazaban su trono, sufriendo incluso alguna asonada militar. Necesitaba un golpe de efecto que desviara la atención involucrando patrióticamente a la población marroquí y esperó pacientemente el momento oportuno: el régimen franquista español estaba moribundo, no solo por la enfermedad terminal del dictador, sino por las incógnitas de toda índole que acechaban al país tras su desaparición. El monarca alauí aprovechó maquiavélicamente este momento de debilidad con su “hermano” Franco (con el que tantas veces había ido de caza) en su lecho de muerte y lanzó a su población a invadir el Sahara. Era la marcha verde.
     El anuncio de Pablo Iglesias en su coral comparecencia enchaquetada  de presentar una moción de censura contra el gobierno de Rajoy guarda una inquietante similitud estratégica con aquel episodio ya histórico. Es evidente que esta moción estaría abocada al fracaso si el objetivo real fuese tumbar el gobierno del PP; pero tiene visos de triunfar su verdadera finalidad: laminar la ya maltrecha socialdemocracia española y erigirse definitivamente como fuerza hegemónica de la izquierda y oposición única. El previsible voto en contra socialista será presentado a sus huestes más adeptas y activas (los desheredados de la crisis y los jóvenes con futuro incierto) como poderoso argumento de que izquierda solo hay una. También Podemos ha aprovechado la coyuntura en que los socialistas atraviesan su peor momento, con un partido dividido y descabezado, con escasa capacidad de respuesta a tres semanas de sus primarias. También Iglesias se ha desembarazado previamente de los conflictos internos que amenazaban su trono, defenestrando a Errejón y tomando la calle con un “tramabús” decorado con la figura de Felipe González para soliviantar aun más a sus otrora “amigos” de la izquierda. Todo programado. Con los errejonistas  semiliquidados, con IU fagocitada de facto, Pablo Iglesias está diseñando escenarios propicios para potenciar aceleradamente esa marcha roja que siga trasvasando a sus intereses anexionistas efectivos desde las deslavazadas filas socialistas de las que tan hábilmente se nutre para lograr que el PSOE tienda a fuerza testimonial (como ha sucedido en Grecia, en el resto de Europa, o como el Frente Polisario en el Sahara, desplazados por la marcha verde). Para convertirse en un Alexis Tsipras en versión hispánica, usará también el Congreso desnaturalizando los instrumentos democráticos (como una moción de censura sin programa de gobierno alternativo ni candidato designado). Así conseguirá Iglesias largos momentos de gloria desde la tribuna de oradores para compensar su actual irrelevancia parlamentaria, que seguro que aderezará con algún que otro gesto para la galería, de esos que salen en las portadas.
     A Julio Anguita en sus buenos tiempos llegaron a llamarle el “califa rojo” por su largo reinado cordobés. Este de momento no pasa de jeque aventajado, pero hay que reconocerle al politólogo profesional una intrepidez inusitada en su meditada marcha roja tratando de conseguir con subterfugios político-mediáticos de dudosa ética lo que aún no le han dado las urnas. Concibe la política como ese juego de tronos que tanto le gusta y se detiene poco en las posibles consecuencias adversas de sus osadías, porque de salirle mal esta jugada, la torta puede ser monumental.