Ahora que con el extinto mes de abril han finalizado casi todas las
ferias del libro tal vez convenga hacer alguna pequeña reflexión sobre los
gustos lectores de la población. Estamos acostumbrados a esas nefastas
estadísticas que nos sitúan sistemáticamente en los últimos lugares de los
rankings que miden el número de libros leídos por habitante y año (donde ocupa
un lugar destacado el epígrafe de cero libros). Me gustaría que esos estudios
fueran algo más explícitos y pudiéramos vislumbrar qué consumen exactamente los
que leen poco o muy poco. Porque las cifras de ventas de las ediciones más
publicitadas solo son un indicativo de
que el título en cuestión llega a toda la población lectora, pero no presupone en absoluto, por ejemplo, que ese sea el
libro que leen quienes solo lo hacen una vez al año. Es decir, muy posiblemente
haya muchos/as que hayan leído “¡Digo! Ni puta ni santa” (las memorias de “la
Veneno”) y no la novela de Fernando Aramburu “Patria”, que es líder de ventas.
Las cifras de audiencia televisiva de programaciones degradantes, por
colateralidad, invitan a pensar así.
Ciertamente el apartado de
memorias está infectado de títulos con
destino a esos segmentos sociales
interesados en banalidades y cotilleos,
donde advierto un doble y perverso fenómeno, a cual más zafio: por un
lado las autobiografías han perdido ya su verdadero carácter y se han
convertido en un medio espurio y fraudulento para que cualquier gaznápiro gane
dinero a espuertas con la edición de “sus memorias”. Y por otro ya también son legión los
políticos retirados -o más o menos
defenestrados- ávidos de dar “su versión de los hechos” tratando de ensalzar los argumentos que en su
día no nos convencieron. Son memorias que conllevan su parte de fraude,
presentando medias verdades que en su día fueron medias mentiras (o mentiras
enteras); es un negocio editorial que satisface el morbo por conocer en qué nos
engañaron nuestros gobernantes, qué ases tuvieron en la manga y por qué no
hicieron tal o cual cosa.
Pero a mi juicio existe un problema mayor. Porque no
solamente se comercializa una literatura específica para lectores demandantes
de morbo. La crisis, la globalización y la digitalización han irrumpido en la
literatura haciendo que los escritores se plieguen a intereses editoriales con
temáticas estandarizadas de escasa originalidad. Incluso en la literatura
“buena” se advierte esa falta de creatividad que denota la obligación de
escribir una novela al año. Los lenguajes son poco reflexivos y no transmiten
pasión, por muy famoso que sea el escritor. En esta literatura eminentemente
comercial y de moda estarían las sagas y las trilogías (Harry Potter, el Señor
de los Anillos… incluso “Cincuenta sombras de Grey”), escritos en una prosa
escolar simple e insulsa con poca intención de buscar la belleza del lenguaje.
Es lastimoso que algunos buenos escritores con esta literatura se hayan
convertido en meros escribidores por encargo.
Por eso yo estoy leyendo ahora
“El secreto del agua” de Tomás Martín Tamayo (escritor de la tierra, de pata
negra) donde los personajes no son de telenovela, donde se transmite pasión con
un lenguaje cuidado y donde la reflexión y el ingenio que rezuma harían
imposible escribir la novela en tres meses.
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