miércoles, 15 de septiembre de 2021

Administración Pública y brecha digital

     Cuando el trabajo que se ha tenido durante toda la vida ha sido en los andamios, en el campo o en la fábrica, no es fácil manejar el correo electrónico ni rellenar un formulario en PDF ni obtener un certificado digital, pues posiblemente no se disponga ni de Internet en casa. Hasta hace relativamente poco, el ciudadano esperaba de la Administración la guía y tutela de los funcionarios facilitando sus trámites en una oficina de atención al público, aunque tuvieran que guardar turno, convencidos de que era la lógica contraprestación a sus impuestos. 


Pero esa lógica se ha revertido, y no solo debido a la coyuntura pandémica que padecemos, que es la excusa perfecta. Se ha impuesto la lógica (absurda) de analizar la gestión pública con criterios de empresa privada, reduciendo los conceptos de productividad y eficiencia a un exclusivo mecanismo interno para reducir el gasto y olvidando la sacra finalidad de toda Administración: el correcto y completo servicio al ciudadano. La dirección por objetivos irrumpió en las dependencias administrativas penalizando, entre otras cosas, la atención presencial e incentivando la ausencia de personas en las oficinas; con ello se ha condenado a –todavía- importantes segmentos de la población que no tiene acceso a medios telemáticos o no dispone de la formación suficiente para llevar a cabo la tramitación, a una verdadera exclusión, precisando la ayuda de familiares y conocidos, cuando no, los servicios de una gestoría que encarece un servicio que debería ser gratuito. Esta población, por su edad, es precisamente la que más apoyo necesitaría por parte de una Administración con verdadera vocación de servicio público.


   Nadie niega que la tecnología telemática debe imponerse también en la Administración por su agilidad y evidente ahorro de costes (incluso buena parte de la población  lo prefiere),  pero mientras exista la brecha digital de una generación que no llegó a tiempo al rápido avance tecnológico, debería poder elegirse entre la atención presencial y la telemática, pues esto sí representaría una prestación integral al ciudadano acorde con la obligación pública, que es además una de las bases del derecho administrativo. Los administrados ya asumen la cita previa, pues sucede en la peluquería, en la ITV o en el banco. Pero es decepcionante ver grupos de personas, por ejemplo, ante las clausuradas puertas de las oficinas de la Seguridad Social tomando nota de teléfonos y direcciones de email allí pegados, mientras tratan de atisbar tras los cristales algún pequeño rastro de presencia humana.



De la misma forma, a todos nos consta que también los funcionarios, que han hecho durante toda su carrera de la atención al público la razón de ser de su profesión, están igualmente frustrados ante el giro copernicano impuesto que les aboca a convertirse grotescamente en guías de la autogestión ciudadana, como meras azafatas del incierto vuelo de los administrados.

   Somos muchos los que apelamos a la inversión de esa lógica perversa que, en la era de  la comunicación, ha anulado por completo el diálogo interpersonal.

 

miércoles, 1 de septiembre de 2021

Réquiem por la Atención Primaria

 (Publicado en Diario HOY de Extremdura, 1 septiembre 2021)

  Hace tiempo que no aplaudimos a los sanitarios a las ocho de la tarde.  Las ventanas y balcones se quedaron pronto huérfanos de aquellos admiradores que, ya felizmente desconfinados, se  acicalan a esa hora para salir a las calles y  disfrutar del paseo y las terrazas; incluso botellones a partir del “juernes”. El coronavirus ha pasado a ser un vecino peligroso, pero con el que se convive con resignación sin modificar sustancialmente nuestros hábitos. Además estamos vacunados y morir por Covid 19 es algo que les suele pasar a los demás. Sigue habiendo altas cifras de contagios y las llamadas “olas” se seguirán sucediendo, pero bueno: ahí están los médicos.



   Efectivamente, ahí están los médicos de familia en los centros de salud, una especialidad elegida, bien vocacionalmente por la cercanía a los pacientes, bien porque no les llegó la nota del MIR para cirugía cardiovascular. Esos sanitarios llevan año y medio sin aplausos a pesar de que la ratio de pacientes diarios atendidos ha pasado de treinta a más de ochenta.  Por consiguiente la calidad asistencial es paupérrima, muy a su pesar, y aquel ya lejano juramento hipocrático es una quimera de ciencia ficción. El teletrabajo de un médico resulta aberrante: por teléfono no se puede explorar ni  diagnosticar, aumentando la incertidumbre y la responsabilidad.


La sobrecarga de trabajo es insostenible, siendo frecuente que en los ambulatorios la plantilla de facultativos esté casi en la mitad entre aislamientos, bajas y vacaciones, pues el permiso anual no lo da la Administración, sino que se los dan unos a otros asumiendo las consultas sin médico. La atención primaria debe ocuparse también del control administrativo de la pandemia, prolongando la jornada de trabajo para labores de rastreo y seguimiento, por un precio inferior a lo que cobra por hora un empleado de limpieza. A los no titulares, con idéntica dedicación, se les escamotean complementos salariales en contratos laborales leoninos. Y tienen que ir a los centros de vacunación fuera de su jornada. Y hacer guardias porque la gente se  pone mala también por la tarde y noche. Y tienen que hacer servicios de ambulancia porque no hay más médicos…

   Los médicos de familia son humanos, sufren la falta de medios y las deficiencias escandalosas de gestión. También padecen ansiedad, depresión y síndrome de Burnout. Las bajas laborales se han duplicado y los mayores (que dicen no haber visto jamás tal devaluación de la  profesión)  deciden jubilarse. El colapso de la Atención Primaria está a la vista y en varias comunidades están surgiendo iniciativas drásticas por parte de los facultativos, incluso la vía judicial ante una praxis y condiciones laborales intolerables.

  Como todo lo relatado sucede en Extremadura, echamos de menos que en alguna comparecencia el señor Vergeles, con su reposada, repetitiva y estudiada parafernalia comunicativa, sacara sus papeles y nos leyera también estas otras estadísticas, no ya para volver a aplaudir a los médicos a las ocho de la tarde, sino sencillamente para comprender mejor su semblante cuando nos atienda en consulta.