Desde antiguo siempre ha habido momentos
contradictorios en los cuales la sociedad de una región o zona
geográfico-cultural ha estado en desacuerdo con un orden establecido que se
hace caduco o no cumple ya las expectativas sociales; y esto ha causado la
aparición de todo tipo de protestas, normalmente por parte de las generaciones
más jóvenes, impulsivas e inquietas.
Por
referirme a hechos que muchos hemos vivido, tal vez sea el mayo del
68 el paradigma por excelencia de la protesta ante unos parámetros
sociales obsoletos que habían dejado de
responder a los requerimientos de los ciudadanos. Cierto que hubo protestas
violentas, huelgas, etc., pero también es verdad que la paz y la no violencia
fueron los símbolos del momento; además eclosionó una bella forma de mostrar el
desacuerdo pacíficamente usando la música. La canción-protesta burlaba incluso
prohibiciones de reunión anti-sistema en épocas sin libertad. Entonces se iba
tan solo a un concierto a escuchar música a favor de la paz o en contra del
apartheid… Joan Báez, los Rolling Stones
o el mismo Serrat lideraron una tendencia dinámica hacia los cambios que se
demandaban.
El caso es que con el tiempo estas
protestas dulces se fueron desvirtuando y llegó un momento en el que,
aniquilados los hippies con su romanticismo, surgió una juventud acomodaticia
que, totalmente mimetizada con el sistema, ya no sabía contra qué protestar: vivían
bien y había libertad. La música quiso seguir mostrando un enfrentamiento
social postizo e impostado, usando tan solo el nombre de los grupos (una vez
demolidas también las letras y melodías contestatarias del pasado): “No me
pises que llevo chanclas”, “Dinamita pa los pollos”, “Mojinos escozíos”, fueron
el contrapunto a Bob Dylan o Georges Moustaki
ante la nueva juventud sumisa y aborregada, nieta del 68.
La tortilla se dio la vuelta no hace mucho y
aquel joven mileurista postergado se ha convertido en un privilegiado. Hoy tenemos
un 45% de desempleo juvenil que es una cifra obscena e insostenible, con
jóvenes titulados ganando 700 euros. Pero ¿dónde se ha metido la juventud? Es como si esa cifra de paro y esas
condiciones laborales no fueran suficientes para que levanten la vista de sus malditos
móviles y tabletas. En cualquier otro momento de la historia reciente estarían
tomando las instituciones, reventando las universidades. Haciendo la salvedad
del fugaz movimiento de acampadas del 15-M como remedo nostálgico de aquellos
años, los jóvenes han desertado prácticamente de la calle. Ni siquiera la
música es ya una espita de escape para crear frentes, pues los “novíssima” en
cuanto a la protesta juvenil, ahora que
también se han pasado de moda los nombres estrambóticos de grupos
musicales están en las redes sociales y las plataformas cibernéticas. En la web
líder en peticiones (change.org) no solo podemos firmar por buenas y justas
causas sociales, sino también para que pongan más chocolate en los cereales y
cosas así. Es en las redes donde radica ahora el refugio del inconformismo
social con miles de caricaturas de revolución que invitan a unirnos a grupos
como “Esto deberían arreglarlo quienes lo jodieron” o, por ejemplo, “Se va a
jubilar tu puta madre a los 67 años”. Eso es todo, amigos. Y pensar que algunos
corrimos delante de los grises…
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